jueves. 28.03.2024
europa

La aprobación del plan para la ejecución de los Fondos de Recuperación o Reconstrucción europea, el pasado jueves 28 de enero en el Congreso de los Diputados, gracias a la abstención de la extrema derecha, más que un “fracaso colectivo”, como señala el diario El País en su editorial del viernes 29, es un fracaso de la estrategia política y económica de la izquierda española y, no tanto del gobierno de coalición que parece sentirse a gusto con esta “geometría desvariable” en la que está asentado, como si apreciase que esa especie de “ruleta rusa”, alimentase la suficiente “adrenalina” para mantenerse en el poder. Creo que gran parte de aquellos que pusimos serias esperanzas en el mismo lo que de verdad sentimos es desasosiego.

Si algo quedó claro, tras un año aciago fruto de la terrible pandemia que aún se mantiene en toda su crudeza, es que la Unión Europea, como institución representativa de los ciudadanos europeos, apostó muy fuerte para aprobar un Presupuesto a largo plazo (2021-2027) muy expansivo, de 1,82 billones de euros, subdividido en dos partes: el Marco Financiero Plurianual, con una dotación de 1,07 billones de euros y las medidas extraordinarias de recuperación (Next Generation UE), con una dotación de 750.000 millones de euros, repartido, casi a partes iguales, entre ayudas y préstamos para hacer frente a las consecuencias económicas, sociales y sanitarias de la pandemia en el contexto europeo.

Esta dotación extraordinaria, que supone pasar de poco de más del 1% del PIB europeo al 1,8% y eleva los recursos financieros a una cifra histórica en la UE, desde mi punto de vista, ha llegado para quedarse.

Son muchos los hándicaps, déficits e inconvenientes que pesan sobre la gobernanza europea para vislumbrar un futuro halagüeño y menos que éste vaya en la vía del progreso y la renovación, sin embargo hay múltiples factores y variables que puedan hacer cambiar de rumbo la dinámica seguida en los últimos años.

A pesar de los inicios desalentadores de la Unión para hacer frente a la terrible pandemia que se nos venía encima, pienso que, poco a poco y a pesar de esos titubeos a que nos tienen acostumbrados y que tan mal papel juega en ocasiones, la iniciativa política y económica europea se fue enmendando y dio paso a diversas decisiones que hacen vislumbrar un futuro esperanzador para la vieja Europa: la salida al Brexit, la defensa de los derechos fundamentales frente a países que los quieren eludir, pero sobre todo la dura pelea emprendida con el fortísimo oligopolio farmacéutico, creo que pone encima de la mesa el importante activo que tenemos. ¿Alguien puede interpretar adonde nos hubiese llevado la toma de posición en este conflicto si se hubiese llevado país a país? ¿En nuestro caso, habría tregua por parte de la Comunidades Autónomas y habría un frente común? Permitidme que no conteste para no enturbiar más este análisis.

Es cierto que aún quedan muchos déficits en la gestión de un conglomerado de países que le separan múltiples factores determinantes pero que le une uno muy potente: el mercado único.

Uno de los principios básicos de la Unión Europea queda plasmado en el artículo 1-4 de una Constitución que aun cuando no ha sido refrendada mantiene su ADN básico: La Unión garantizará en su interior la libre circulación de personas, servicios, mercancías y capitales. Bajo esta premisa debemos confiar en que de esas cuatro libertades no queden excluidas las dos primeras y la apuesta progresista vaya en la línea de afianzar políticas que, hasta el momento, no se están llevando a cabo: política de migración justa, políticas de empleo igualitarias, políticas sociales y sanitarias adecuadas, bajo un manto económico financiero que nos debe llevar a una mínima armonización fiscal.

Un factor distorsionador llamado Cataluña

Pues bien, una vez más y ante la necesidad ineludible de sacar adelante la fórmula de distribuir esos extraordinarios recursos que provienen de una caja común llamada Unión Europea, se entrecruza un factor distorsionador llamado Cataluña, al que hay que unir las clásicas miserias políticas de algunos partidos “progres” que intentan “pescar en río revuelto” cosas que nada tienen que ver con el objeto del proyecto y las actitudes miserables de otros dirigentes políticos que se inventan otro tipo de nacionalismo para hacer oposición al gobierno, siendo el caso más paradigmático el de la Comunidad de Madrid.

Pero ahora vamos a centrarnos en efecto distorsionador en el que se ha metido la política en este país, aun cuando tratemos hechos tan serios como la política de recuperación para hacer frente a una profunda crisis en la que estamos inmersos.

Si retomamos los argumentos del inicio, las principales decisiones legislativas de los dos últimos años, incluida la elección del Presidente del Gobierno, como los estados de alarma y sus correspondientes prórrogas, los Presupuestos Generales del Estado, la ley de Educación, la gestión de los fondos europeos..., han estado todos sujetos (quizás con la única excepción del decreto sobre el Ingreso Mínimo Vital, que fue aprobado casi por unanimidad) a buscar la denominada geometría variable que de variable tenía muy poco ya que se trataba de buscar el apoyo, o al menos la abstención, de Esquerra Republicana y, si fallaba, buscaban el comodín de Ciudadanos, hasta el jueves pasado que fallaron ambos comodines y se encontraron con el inesperado apoyo (mediante la abstención) de VOX.

Dado que los dos principales partidos de la derecha desde la moción de censura buscan cualquier disculpa estratégica para derrocar al gobierno, sea monocolor o bicolor, este último busca en el nacionalismo la tabla de salvación, entrando en una dinámica muy peligrosa: hay un permanente chantaje para eludir el posible compromiso a adquirir. Esta dinámica es válida a izquierda (ERC; BILDU; BLOQUE) o a derecha (PDCat, PNV, JpC), sin olvidar que otros sujetos no incluidos en el bloque nacionalista también se prestan al juego (Ciudadanos y en ocasiones Más País o Compromís).

Creo que ya está suficientemente analizada esa variante de la doble alma de un partido como Esquerra Republicana (la nacionalista o la izquierdista) que sale a relucir dependiendo del momento y las circunstancias y, sobre todo, de su propia estrategia política. Mi visión política y económica (si tuviese algún valor) acerca de los nacionalismos está suficientemente expuesta en un artículo en esta misma Tribuna allá por el año 2014 (El nacionalismo y la Unión Europea). Lo que me parece increíble es la obsesión de determinada fuerza política por centrar el futuro de este país en un partido que “le importa un comino la gobernabilidad de España” o que algunos de sus dirigentes actúen de “perdonavidas” de representantes de la burguesía catalana más reaccionaria y corrupta (que nadie se olvide del 3%).

Bien es verdad que este artículo sale cuando está en marcha, precisamente, la campaña electoral de Cataluña, pero este análisis no pretende ser meramente coyuntural, pues, con independencia de los resultados de esta cita electoral, la visión estructural permanece y no tengo ninguna duda al respecto.

El compromiso de futuro de este país (político, social y económico; todos a la vez) está en el marco de la Unión Europea. La aprobación y desarrollo del Fondo de Recuperación no está sujeto a impedimentos imposibles de superar: Reforma laboral, Futuro de las pensiones, Cambio energético, Política industrial, Cambio climático y digital…, en donde los agentes sociales (Sindicatos y Empresarios) han dado muestras de que se puede negociar y llegar a acuerdos en materias tan sensibles para el conjunto de los sectores más débiles de la sociedad, por lo que será necesario abrir esas expectativas (y, por ello, no perder el carácter de gobierno de izquierdas) a otras fuerzas políticas que tengan como objetivo el mismo que rige el compromiso europeo. Lo que no podemos permitir es quedar al amparo de un mercadeo inútil e ineficaz y menos cuando en la parte clientelar se hallen fuerzas políticas endogámicas e insolidarias.

Darío Díaz Álvarez | Economista, licenciado en Derecho y ex director de Asuntos Europeos del Principado de Asturias

Hay que mirar más a Europa y menos a Cataluña