sábado. 20.04.2024

El nacionalismo y la Unión Europea

Si yo fuera nacionalista (independentista), que no lo soy, no querría ponerme en manos de otros Estados...

Si yo fuera nacionalista (independentista), que no lo soy, no querría ponerme en manos de otros Estados, Confederación de Estados y, en general, de organismos integrados por distintas naciones soberanas que hayan transferido o  vayan a transferir soberanía, porque, entiendo, que si no quiero que una entidad plurirregional (Estado de las Autonomías) me imponga  la política económica, monetaria, fiscal, laboral, social y hasta religiosa, tampoco tengo porqué asumir que un organismos plurinacional me imponga la reforma laboral que aplico a los trabajadores, el tipo de IVA que gravan los libros, la política de emigración y cooperación al desarrollo, el déficit público que nos impida liberar el gasto público para gastos sociales, etc…, por poner solamente algunos ejemplos.

Hablando claro y concreto, no entiendo a los nacionalistas y su obsesión por desvincularse de un organismos estatal y vincularse a otro superestatal, es decir pasar de depender de Rajoy a depender de Merkel o Juncker, pasar de depender del Banco de España (algunas competencias, pocas, aún tiene) a depender íntegramente del Banco Central Europeo.

Y esto es tan válido para Cataluña, como para el País Vasco o Escocia, por nombrar solamente los más cercanos, si bien en éste último caso hasta lo disculpo (que no lo comparto), pues entiendo que quien realmente tendría que estar fuera de la Unión Europea sería el Reino Unido. En el caso de los vascos tengo mis dudas de que, en estos momentos, estén muy por la labor de escapar del “yugo español” e integrarse en la Unión Europea, ya que seguramente esta última entidad no les permitiría el privilegio fiscal del que gozan en la actualidad.

VALE!, VALE!, ya sé que estamos hablando de organismos cuyo nivel de competencias y soberanía es distinto y dispar, pero aquí está la “gracia” del asunto. Con todos los matices y reservas posibles yo aspiro, en un futuro no muy lejano, a conocer y participar en una Confederación de Estados de Europa (por eso yo no soy nacionalista) con todos sus pros y contras y con “todos los dolores de cabeza” que puede provocar cualquier iniciativa en esa dirección.

No voy a explicar aquí todo lo que supone la globalización, el desarrollo internacional, la economía sostenible, la movilidad laboral, las empresas transnacionales y las nuevas relaciones laborales,…, puesto que hay excelentes especialistas que ya nos lo han contado, lo que sí me parece del todo punto irreversible es que, tarde o temprano, estas realidades van a necesitar de un gobierno federal fuerte que aglutine si no a los 28 de la UE sí a los 18 del euro, marginando nacionalismos trasnochados y melancólicos.

Porque si la libertad de movimiento de capitales  está construyendo patronales fuertes a nivel europeo, el sindicalismo tiene que ponerse el traje de faena internacionalista para defender sus intereses de clase y esto, obviamente, conlleva una opción claramente de gobierno supranacional.

En definitiva, la opción federal o confederal significa transformar la Unión Europea en una auténtica unión política en la que el poder resida en los ciudadanos, aunque, de acuerdo con George Santayana (recogido de un artículo de F.Savater en EL PAÍS 11-05-2014): “Lo más difícil de asumir en las uniones internacionales es que implican ser gobernados, en parte, por extranjeros”, a lo que yo añadiría, sin ningún ánimo peyorativo, “y que, además, sean conservadores”.

El nacionalismo y la Unión Europea