lunes. 29.04.2024
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Pleno del Congreso de los Diputados.

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La política española se está convirtiendo en una cosa extraña. Como ya hemos comentado en otras ocasiones, el ruido que genera es tan estrepitoso que ya no se oye nada, y de manera por demás paradójica eso ha acabado haciendo que, puesto que los discursos públicos no aportan nada, tengamos que fijarnos en indicios. Con el riesgo que tiene interpretarlos.

Por ejemplo, que el Congreso haya tomado en consideración la iniciativa popular encaminada a regularizar a los inmigrantes sin papeles, y que el señor Feijóo haya declarado que en su partido son “sensibles con los que trabajan en España y no tienen papeles” es como poco un insólito acto de realismo, pero seguramente también un movimiento político. Habrá que ver, cuando empiece el debate parlamentario propiamente dicho -esto es solo una toma en consideración-, hasta dónde llegan las diferencias entre el PP y Vox, el único partido que hasta el momento ha votado en contra.

El debate de política exterior que tuvo lugar en el Parlamento la semana que acaba también ha sido un curioso indicio, un debate sin escándalo en el que el primer partido de la oposición no ha querido negarse abiertamente a reconocer el Estado palestino -no ha querido ser Aznar, esto no es baladí-, aunque bien es verdad que es costumbre armar poca bulla cuando se habla de política internacional porque dicen los gurús electorales que la política exterior no le interesa a nadie. Menos mal que al Presidente Sánchez sí: de la política exterior dependen cosas tan capitales como la paz o la guerra.

Es curioso -no me siento capaz de interpretarlo- que se anuncie un acuerdo inminente sobre Gibraltar y no estemos oyendo que lo que hay que hacer es tomar el peñón por asalto y dejarse de acuerdos, que no estemos oyendo el alboroto habitual ni las acusaciones de antipatriotismo de costumbre. Parece que gobernar la Junta de Andalucía vuelve sensible a las repercusiones económicas de la pequeña frontera sur con el norte.

Y es notable -y grato- que el Gobierno anuncie la extinción -por fin- de la Fundación Francisco Franco y la prensa de derechas lo cuente con frialdad, como si se tratara de una noticia y no de las trompetas del Apocalipsis.

Muchos indicios juntos no se sabe de qué. Tal vez de que las encuestas internas dicen que empieza a haber cansancio del griterío, tal vez -solo tal vez- de que la pasajera vulnerabilidad del ayusismo esté dando ánimos a cierto sector de la calle Génova para afirmar su asiento en sus hasta ahora temblorosos despachos. Quizá se trata de un compás de espera para ver cómo salen las elecciones en Euskadi y Cataluña, donde la derecha españolista tiene unos pronósticos dignos de desesperación, o, dada la desorientación en la que viven en la calle Génova, creen que todavía siguen de vacaciones de Semana Santa. Quizá incluso todo esto es indicio de cosas peores, tal vez alguien tiene información de que se nos viene encima una muy gorda desde el exterior. No lo sé. No es bueno orientarse tan solo por indicios. Pero haberlos, haylos.

Indicios