viernes. 26.04.2024
ACUERDO

Quien esto suscribe se resistía a un gobierno de coalición PSOE-UP, por razones que están escritas y que ahora mismo reiterarlas ayudaría poco a entender lo que está pasando, tras las elecciones del 10 de noviembre. Una vez convocadas las elecciones, y con los resultados que adelantaban la mayoría de las encuestas, se imponía cambiar de ritmo y dejar a un lado la triste crónica de un fracaso confirmado. Con los resultados en la mano, y si las combinaciones lo permitían, resultaba de obligado cumplimiento lo que Pedro Sánchez, a su manera, prometió en campaña: si el PSOE es votado mayoritariamente en 48 horas habrá una propuesta para gobernar. Sin conocer muchos detalles, pero sí la decisión, madurada con sensatez y discreción, se puede afirmar que las líneas programáticas del acuerdo están firmadas y que el gobierno de coalición será una realidad.

De poco sirve, lamentar y denunciar lo ocurrido. Que si los egos, la incapacidad, la irresponsabilidad, lo que podría haberse evitado, el crecimiento alevoso de la ultraderecha, el regocijo incomprensible del independentismo o la debacle de Cs, dicho sea de paso, trabajada y merecida. El 10 de noviembre arrojó un resultado y con él había que evaluar las distintas alternativas. Antes de que el fracaso de las izquierdas volviera a llamar a la puerta, yo no descartaba cualquier salida. La inmensa mayoría de la sociedad harta de que la política en democracia no derive en acuerdos, la agotada paciencia de la Unión Europea y, desgraciadamente, la izquierda que se abstiene, podría acercarnos a unas nuevas elecciones con un resultado previsible: la bestia entra en el gobierno, con el beneplácito de los conservadores españoles, contaminados por ella, y por la trayectoria poco homologable de su propio pasado. Y eso, sería la vuelta a las cavernas.

Deberá gobernar un país en el que se anuncia una ralentización del crecimiento económico, un país apremiado por corregir la desigualdad, por reforzar el estado de bienestar y las redes de solidaridad, por un nuevo impulso a las políticas públicas, por superar de una vez los complejos para avanzar hacia un país plural y unido

Mirar al futuro

De manera que el acuerdo alcanzado por las izquierdas, y evitando desaforadas solemnidades, constituye, a mi juicio, la única salida posible, que además, en la actual coyuntura política, se me antoja urgentemente necesaria. ¿Es una alternativa arriesgada? Sí. Es un camino lleno de obstáculos, también. Pero que nadie improvise ecuaciones retóricas como alternativa a lo acordado. El PP tiene en su seno suficientes dosis de aznarismo y doctrina autoritaria como para descartar cualquier colaboración en la gestión de gobierno. Por si fuera poco, la enorme fragilidad de su independencia frente a VOX, convierte de hecho, buena parte de su discurso político, en rehén de la intolerancia, el machismo y el racismo de VOX, como ha quedado demostrado en varias comunidades autónomas. Solo si las izquierdas volviesen a las andadas de la baja política y del fracaso negociador, podría contemplarse un diálogo multipartido para evitar nuevas elecciones.

Se ha dicho que, de nuevo, las izquierdas primero se han repartido los sillones y más tarde pactarán el programa. No es verdad, al menos no del todo. Cuando escribo este comentario se difunden las primeras líneas programáticas del acuerdo, con las que difícilmente se puede estar en desacuerdo, al menos desde la izquierda: empleo estable, lucha contra la corrupción, lucha contra el cambio climático, fortalecimiento de las pymes, derechos civiles, la cultura como derecho, las políticas feministas, revertir la despoblación, garantizar la convivencia en Catalunya, o asegurar la justicia fiscal y el equilibrio presupuestario. Es solo una declaración de intenciones? Pues ya veremos. Yo prefiero pensar  que se convertirán en iniciativas legislativas y de gobierno.

Estamos ante el primer gobierno de coalición de la reciente historia de España, y en consecuencia, no exento de contradicciones. Aún recuerdo el lema del PCE de la transición (el de ahora reniega de aquel proceso), que lo definía como un partido de lucha y de gobierno. Ese va a ser el gran reto de la izquierda social y política española. Deberá gobernar un país en el que se anuncia una ralentización del crecimiento económico, un país apremiado por corregir la desigualdad, por reforzar el estado de bienestar y las redes de solidaridad, por un nuevo impulso a las políticas públicas, por superar de una vez los complejos para avanzar hacia un país plural y unido, por una política territorial sin concesiones al oportunismo, por abordar con coraje una política de seguridad; en definitiva, por un gobierno que huya de la fragilidad y exhiba músculo democrático. Pero ello no es incompatible con la reivindicación y la lucha social. Con el protagonismo de la sociedad organizada, y especialmente del movimiento sindical, para ejercer su autonomía y pelear por la igualdad y una distribución más justa de la riqueza desde el convenio a las pensiones. Por eso,  de momento, recibamos el acuerdo con esperanza.

Lo posible era necesario