sábado. 27.04.2024

Si antes de las elecciones del 28-M me preocupaba la irresistible ascensión de Vox y las consecuencias de que a un partido filofascista se le otorgara poder y gobernabilidad, es ahora el PP quien más me inquieta por la presteza con que ofrece concejalías y consejerías a un partido cuya hoja de ruta exige poner la marcha atrás al motor del progreso al grito de ardientes "Viva España" —esa España que consideran suya en exclusiva— con los que alientan su cruzada para recomponer un patria rota en varias comunidades autónomas que sin duda abolirían si gobernaran en mayoría. 

Al igual que sucede en muchos países de nuestro entorno, la ultraderecha española despliega un rancio patrioterismo que en nuestro caso llega impregnado por la nostalgia de un pasado imperial al que anhelan retornar quienes hablan de una «reconquista» que acabe con los «traidores» que han llevado a España a su actual «decadencia».

La ultraderecha española despliega un rancio patrioterismo que en nuestro caso llega impregnado por la nostalgia de un pasado imperial

El actual PP es un partido liderado por Alberto Núñez Feijóo, un político de incierto carisma y proclive a los despistes que no hace mucho accedió el puesto que Pablo Casado dejó vacante tras su defenestración. Feijóo llegó al despacho de la séptima planta de Génova 13 precedido por un aura de presunta moderación que apenas le duró lo que sobreviven esos méritos que son sólo el maquillaje que encubre las carencias. El pasado año, Feijóo se puso de lado y cerró los ojos ante el pacto que permitió gobernar al PP de Castilla y León con el apoyo de Vox, una alianza que él consideró una herencia no deseada de la etapa de Pablo Casado. En el primer acto de su campaña en 2022 para recoger apoyos en su candidatura para presidir el Partido Popular, Feijóo, acompañado en aquella ocasión por Carlos Mazón, presidente del PP de la Comunitat Valenciana, dijo con rotundidad: «A veces es mejor perder un gobierno que ganarlo desde el populismo». Pues bien, hace pocos días Carlos Mazón ha acordado con Vox un gobierno conjunto tras las elecciones del 28-M, y el moderado Feijóo no se ha puesto esta vez de lado sino, por el contrario, ha felicitado a Mazón «por llegar a un principio de acuerdo para gobernar en la Comunidad Valenciana».

Con la ilusión y el esfuerzo que supuso para la sociedad española la transición desde el franquismo a la democracia, el paulatino resurgimiento de los partidos de ultraderecha (al igual que sucede en el resto de Europa) ha dejado al descubierto que la nostalgia por el franquismo siempre estuvo ahí, vociferada por una minoría que nunca ocultó su ideología, pero también silenciada por otros que fingían ser demócratas cuando en el fondo pensaban que con Franco se vivía mejor. 

Ahora que la gobernabilidad de muchas autonomías y ayuntamientos va a depender de las exigencias de la extrema derecha, muchos colectivos pagarán las consecuencias si se les priva de las prebendas conseguidas tras sus justas reivindicaciones y se impone el conservadurismo heredado del nacionalcatolicismo. Si la coalición del PP con Vox de se hace extensiva al resto del estado y Feijóo preside el Gobierno de la Nación tras las elecciones del 23-J con la ayuda del partido de Abascal, muchos logros sociales como las leyes que regulan el aborto, el derecho a una muerte digna, los derechos de la mujer, la violencia de género, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la xenofobia y un largo etcétera de logros que el progresismo han hecho posibles podrían irse al traste. 

Consideraría un logro y un acto de valiente coherencia que la socialdemocracia y el centroderecha de mi país fueran capaces de llegar a acuerdos postelectorales

A la vista de las encuestas de opinión, a sólo un mes de la convocatoria a urnas, todo apunta a que la derecha tiene muchas probabilidades de desbancar a Pedro Sánchez con Alberto Núñez Feijóo como presidente y Santiago Abascal vicepresidente. En esta ocasión, el problema del PSOE no es como en otras ocasiones la elevada abstención por desencanto de sus votantes habituales, sino el trasvase de varios cientos de miles de votos que, según los sondeos, podrían pasar al PP ahora que Ciudadanos ha pasado a mejor vida.

Pese a sus orígenes franquistas y a sus antecedentes como jefe provincial del Movimiento, me resulta difícil imaginar a Adolfo Suárez pactando con Blas Piñar, y aún más ofreciéndole un cargo institucional a cambio del apoyo de Fuerza Nueva en su investidura como presidente cuando se celebraron en España las primeras elecciones generales cuarenta años después del golpe de estado de 1936. Un pacto de Suárez con el franquismo habría sido una incoherencia y una traición al espíritu de la Transición, en un momento histórico en el que, aunque lleno de dificultades políticas, sociales y económicas, se estaba construyendo el sueño de dejar atrás una dictadura para constituir el Estado democrático de derecho que ahora disfrutamos.

Deberíamos tomar ejemplo de nuestros vecinos de Francia y Alemania, y sobre todo de los pioneros históricos que, tras la muerte de Franco, dieron a la democracia una prioridad superior a la que les exigía su ideología y cimentaron el estado de derecho que ahora disfrutamos. No es de recibo que la nostalgia de unos nostálgicos de tiempos mejores, tiempos de libertad sin libertinaje, nos obligue a retroceder en la historia. 

Si bien soy consciente de la utopía que esto supondría, consideraría un logro y un acto de valiente coherencia que la socialdemocracia y el centroderecha de mi país fueran capaces de llegar a acuerdos postelectorales sólo para para evitar que los extremos radicales impusieran sus criterios a cambio de permitir que gobernaran unos u otros. Debería ser prioritario no poner en juego las libertades y el progreso que nos han abierto las puertas a disfrutar de una moderna democracia. 

¿Será Feijóo el próximo presidente y Abascal vicepresidente?