lunes. 29.04.2024

Feijóo y el arte de la mendacidad

Feijóo reitera que todo va mal y Atresmedia corea el mismo argumentario desde el magazine de la mañana hasta la última tertulia de la noche esperando que la expectativas goebbelianas funcionen.
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Cuando Joaquín Romero Murube, poeta y director-conservador del Alcázar hispalense, recibió en Sevilla a Filippo Tommaso Marinetti, el artífice del movimiento futurista, germen metafísico del fascismo, se vio sorprendido por las propuestas del italiano cuya cosmovisión de un mundo nuevo se compendiaban en un original y atrevido entendimiento estético: "un automóvil rugiente, que parece correr como la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia". Marinetti proponía, entre otras cosas no menos jocundas, quemar todas las góndolas y “rellenar los apestoso pequeños canales” de Venecia “con las ruinas de los palacios desmoronados y leprosos” o convertir las plazas de Florencia en aparcamientos.

El movimiento de Marinetti poseía en su germen unos elementos psicoideológicos que se conjugaron para que el populismo fascista construyera una violenta iconoclastia avant la lettre a la implantación de una simbología-afiche cuya estética ideológica se sostenía en la deslegitimación de una realidad compartida para imponer una realidad interpretada a través del mito. Otro inspirador del fascismo como fue Georges Sorel, a pesar de su teórica filiación marxista, creía que los individuos participaban en los movimientos sociales que forman la historia siguiendo la guía del “mito.” Estos “no eran descripción de cosas, sino la expresión de la voluntad”, eran “sistemas de imágenes” que se correspondían con la realidad básica de una ideología.

En España el fascismo, o su versión patria castiza y carpetovetónica, nunca fue vencido ni siquiera amonestado

En España el fascismo, o su versión patria castiza y carpetovetónica, nunca fue vencido ni siquiera amonestado; los jueces que el viernes salieron del Tribunal de Orden Público (TOP) para pasar el fin de semana en sus casas el lunes ocuparon sus mismos despachos en la Audiencia Nacional (AN); los policías de la Brigada Político Social siguieron en las comisarias para, algunos de ellos, ser condecorados por la democracia por sus servicios; los antiguos ministros de Franco organizaron la derecha democrática; el jefe del Estado fue el que el caudillo había preparado desde su infancia para tan alta función; como dijo Azaña de la revolución desde arriba de Joaquín Costa: una revolución que deja intacto al Estado anterior a ella es un acto muy poco revolucionario. Es por lo que el conservadurismo español desde un Estado estamental y patrimonialista asume como hostilidad la realidad diversa de España.

El Partido Popular y Vox tampoco están en la descripción de las cosas, sino en la expresión de su voluntad, en una mitificación ideológica de lo posverdadero. Teniendo en cuenta la solvente mayoría minoritaria en el Congreso que le da estabilidad al Gobierno, la meritoria gestión de la crisis sanitaria mundial del Ejecutivo, la pacificación y recuperación de la convivencia en Cataluña, los buenos indicadores económicos, a pesar de la permanente conspiración de los oligopolios y los mass media posfranquistas, la oposición transita una fantasmagórica y maliciosa mendacidad argumental que grupos como Planeta y su conglomerado mediático cultural tratan de taladrar en las meninges de la ciudadanía.

Bill O’Reilly, unos de los presentadores más conspicuos de la cadena ultraconservadora Fox News, le espetaba al presidente Obama sobre el asalto a la embajada estadounidense de Bengasi: “Sus detractores sostienen que usted ha ocultado el hecho de que se trataba de un ataque terrorista debido a las necesidades de su campaña electoral. Eso es lo que piensan”. A lo cual el presidente replicó: “Y lo piensan porque se lo dice gente como usted".

“Lo que dice gente como usted” es el sujeto comunicacional del que nos hablaba Hegel, el que le da forma a unos hechos para arrojarnos la construcción de esa realidad y mostrárnosla como quiere que la veamos. Feijóo reitera que todo va mal y Atresmedia corea el mismo argumentario desde el magazine de la mañana hasta la última tertulia de la noche esperando que la expectativas goebbelianas funcionen. Y todo ello bajo un concepto del periodismo ajeno a los parámetros éticos. En cualquier país decente Antonio García Ferreras, mandamás y periodista de La Sexta, después de conspirar con información falsa contra un grupo político, reconociendo en unos audios, la manipulación —consciente y con mentiras— de las creencias de cientos de miles de espectadores unas semanas antes de fueran a votar, es decir, admitió haber trabajado para la adulteración masiva de la democracia, tendría prohibido ejercer el periodismo sin que, en este caso, haya recibido sanción alguna y continua teniendo los mismos medios para seguir conspirando y manipulando a la opinión pública.

Y es que la moderación y las buenas prácticas no se encuentra en el ácido desoxirribonucleico de la derecha, donde todo es simulacro en esa necesidad que tiene el conservadurismo de la mentira –hoy posverdad- ya que como dijo el ínclito director falangista del diario ‘Pueblo’, Emilio Romero, defendiendo los intereses de doscientas familias no se obtienen votos suficientes para ganar unas elecciones y, por tanto, hay que engañar a la mayoría del electorado. En todo caso, el Estado posfranquista demanda que el equilibrio político se sustancie en algo tan precario como que la derecha sea un exceso y la izquierda una inhibición. Gramsci afirmaba que los partidos políticos eran la parte privada del Estado, en esta crisis poliédrica que sufre el régimen monárquico se va un poco más allá y los partidos dinásticos se definen como partidos de Estado, en esa mediocridad totalizante que aborda también el lenguaje. Pero es cierto que define la crisis institucional que aborda todos los intersticios del Estado y también los partidos. Salvo, al menos en dimensiones distantes y distintas, de los que componen la mayoría parlamentaria que permite el gobierno de coalición y que siendo la minoría mayoritaria ha de entenderse que es la que mejor representa la realidad del país. Sin embargo, la derecha, partidaria y fáctica, promueve dialécticamente la ilegitimidad del ejecutivo por el componente ideológico de los partidos que apoyan al gobierno y que supone esa grave anomalía de la derecha en nuestro país que se singulariza en la incapacidad conservadora de imaginar juntos con los ideológicamente diferentes un proyecto plural de nación. Una derecha que aún vive con un modelo sepia de patriotismo, de Estado y de país deshuesado por cuarenta años de exclusión, represión y la paz y el orden de los sepulcros blanqueados.

Feijóo y el arte de la mendacidad