lunes. 17.06.2024

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En los años sesenta, una famosa contrapublicidad política del partido demócrata norteamericano mostraba una foto del entonces vicepresidente Nixon con la pregunta: “¿Le compraría usted un coche usado a este hombre?” De hecho la estrategia funcionó, pero pasados los años uno se pregunta si el mérito fue de los recipiendarios del anuncio, y no de los publicistas.

Uno se lo pregunta cuando ve subirse a un escenario a un individuo de ademanes histéricos, gritos desaforados, ojos desorbitados, una motosierra en la mano y un discurso insensato y un pueblo lo elige presidente. Y, pasado el primer estupor, uno se ve obligado a preguntarse qué es lo que ha pasado.

Una motosierra en la mano y un discurso insensato y un pueblo lo elige presidente

Sobre todo porque no es la primera vez. Hace ahora cien años, recorrió Europa una fantasmagoría que recuerda mucho la que estamos viviendo: individuos inverosímiles, de mirada extraviada y aspecto irrisorio, peinados delirantes y bigotes de circo, que concitaban a su alrededor masas que los vitoreaban mientras decían frases tan estúpidas que nadie podía tomarlas en serio.

O eso parecía. Y ese fue el error que cometieron nuestros predecesores y que probablemente hemos cometido nosotros, las generaciones herederas de una memoria histórica que evidentemente se está borrando. Vimos venir a Reagan y lo despreciamos como a un personaje irrelevante cuyas patrañas no iba a creerse nadie, y permitimos que sentara las bases de un fermento ideológico que no ha hecho más que prosperar. Como prospera el moho, sí, como prospera el trébol en un jardín de césped. Pero prospera.

Es hora de recuperar el discurso de la realidad, y la realidad es que el reparto y no el acaparamiento son la garantía del progreso

Durante muchos años, hemos querido creer que nadie prestaría oídos a un discurso demente que promete la luna a una sociedad emborrachada de imágenes ficticias, de gente sin oficio ni beneficio que derrocha dinero a manos llenas y hace creer a la gente normal que su trabajo no vale la pena porque jamás los hará ricos, y oculta de manera cuidadosa que, sin la gente normal a la que parasitan, tampoco ellos lo serían.

Sin embargo, cometeríamos un error mucho mayor pensando que hemos dejado pasar el tiempo y ahora es tarde. Cometeríamos un tremendo error cubriéndonos el pelo de ceniza y haciendo penitencia por los errores cometidos, en vez de salir al encuentro de esos fantoches y combatirlos. Es hora de recuperar el discurso de la realidad, y la realidad es que el reparto y no el acaparamiento son la garantía del progreso, la realidad es que la convivencia y no el enfrentamiento son la única esperanza de futuro, la realidad es que el progreso está delante, y no en el insensato regreso a un pasado de locos destructores que no pueden llevarnos más que a la destrucción. Es tiempo. Siempre es tiempo. Pero no se puede desaprovechar. Empecemos votando el 9 de junio. Es el único freno posible. 

Errores y soluciones