jueves. 28.03.2024
the guardian
Portada 'The Guardian' de la entrevista al ministro Alberto Garzón.
 

En este período histórico que asociamos con la información y la comunicación, y que incluso -con esa indisimulada soberbia que se está convirtiendo en una de las cualidades que caracterizan, como la bipedestación o el lenguaje, a una especie que se califica a sí misma como sapiens- identificamos como sociedad del conocimiento, día a día quienes no somos partidarios de ciertas prácticas comunicativas, nos sentimos sobrecogidos por una diversidad de desvaríos en la comunicación, que combinan razón, irreflexión, verdad, mentira, manipulación, sinrazón, conocimiento, ignorancia, templanza y agresividad, en proporciones adecuadas para el cumplimiento de determinados objetivos, no siempre coincidentes con el de veracidad y objetividad. Todo ello, aderezado a menudo por la manipulación de las emociones [1]. La ciudadanía se enfrenta a la complicada tarea de filtrar y distinguir la información y la desinformación, cuando no opta directamente por el desistimiento informativo [2].

Sabemos del libertinaje [3] y la agresividad con que se manejan algunos adalides de determinados sectores económicos, políticos y del pensamiento y la intelectualidad, ante el debate racional y sosegado y frente a la reflexión -útil y cada vez más escaso instrumento a pesar de tener la propiedad de convertir la información en conocimiento- [4]. Un comportamiento que se manifiesta particularmente en relación con ciertos temas que en opinión de algunos atentan contra el libertarismo al que se han convertido, ese de «haga cada cual lo que le venga en gana, aunque perjudique al prójimo o al resto de la sociedad, siempre que no lo haga conmigo o con los míos». Esas actitudes y discursos encolerizados inducen deliberadamente -nos lo recordaba Antonio Muñoz Molina en un artículo titulado «Hay que esconderse»- [5] al recurso de ocultarse, como forma de defenderse ante quienes pretenden resolver el debate al margen de la palabra, por carecer de razones, evidencias o de argumentos, incluso de todas ellas a la par.

El lenguaje, el uso de la palabra, ese don y habilidad del que estamos dotados los seres humanos, al que ya desde antiguo se ha reconocido la importancia que posee. Aristóteles se interesó por el lenguaje, como herramienta con obtener y transmitir el conocimiento de la realidad. Pero como nos recuerda José Antonio Marina [6], el lenguaje es el germen de la comunicación, pero a la vez vehículo para engañar a nuestra maquinaria de formar creencias. También, permítasenos añadir, para embotar y aturdir a nuestra maquinaria de razonar. El lenguaje, sostiene Marina, sirve como «sustituto de la experiencia, sin ninguna garantía», y los medios de comunicación -en su uso de ese bien común, añadimos-, tienen la capacidad de favorecer ese engaño. La sobreabundancia de información y la infodemia a la que estamos sometidos [7], reforzadas por la enorme capacidad de difusión que permite Internet y los medios y redes sociales soportados por ella, no hacen sino actuar como catalizadores y potenciadores de las patologías de la información.

Frente al capitalismo especulativo, la globalización, el crecimiento ilimitado y la sobreexplotación de los recursos de nuestro planeta, que hemos heredado y acrecentado en este primer cuarto del siglo XXI, surgen iniciativas y discursos que defienden y trabajan por lo que Edgar Morin identifica como una «metamorfosis» [8]: una transformación que conceda espacio y consideración a la desglobalización, a la desmundialización, al equilibrio con la economía de proximidad, a la posibilidad del decrecimiento como una alternativa plausible al crecimiento desmesurado e ilimitado, a la limitación de los excesos consumistas, a la sostenibilidad en el uso de las materias primas y en la producción de bienes y servicios, a una economía plural, social y solidaria, respetuosa con el planeta y con todos los seres vivos que la habitan. Pero en la inevitable confrontación de ideas y puntos de vista, hay mucho en juego, intereses diversos y contrapuestos, y enormes beneficios, lo que favorece la proliferación de informaciones y discursos engañosos cuando los grupos que ven comprometidos sus intereses pasan a la acción en defensa de sus posturas.

La complejidad que acompaña a la sociedad actual necesita reflexión, serenidad y moderación en el debate público, para evitar más desvaríos

El caso de la ganadería y la conversación en The Guardian

Cuando se trabaja bajo el prisma de las éticas o de la filosofía de la ciencia, hay cuestiones que son intolerables por sus sesgos, errores, malas interpretaciones, y así sucesivamente. Últimamente, el sector primario representado por la ganadería y los recursos energéticos han sido objetos de nuevos desvaríos en algo tan fundamental como la comunicación y la transmisión de los hechos y los conocimientos.

La comunicación más o menos afortunada y el provecho totalmente viciado por la agenda política y la dependiente agenda mediática se han ensañado con las declaraciones del ministro de Consumo del Gobierno de España, Alberto Garzón, en una entrevista concedida al reputado periódico The Guardian [9], en la que habló sobre el tema de la ganadería en el suelo español. En ella, criticaba el impacto negativo de la ganadería intensiva sobre el medioambiente y la calidad de la carne, en contraposición con la sostenibilidad del modelo extensivo. Es posible que la entrevista haya sido una iniciativa desafortunada como ministro. Pero en tanto que ciudadano responsable y dedicado a temas de consumo y producción ganadera, lo dicho parece impecable y bastante ajustado a la realidad española. Las reacciones de la oposición política y mediática y de algunas asociaciones profesionales parecen haber tomado el rábano por las hojas, o han aprovechado que “el Pisuerga pasa por Valladolid”, para achacar al ministro un ataque a todo el sector ganadero sin distinción.

Es evidente que, bajo la perspectiva de la salud de las personas y del planeta, es conveniente reducir el consumo de carne: enfermedades coronarias, obesidad, funcionamiento de los riñones y producción de ácido úrico, son disfunciones que las sociedades avanzadas y los ciudadanos que las habitan y disponen de la fortuna de ingresos razonables, deben evitar por egoísmo y por compromiso social a tenor de los costes sanitarios que comportan y que se pagan entre todos los contribuyentes responsables. Por otro lado, en España, tanto por patriotismo como como por los componentes weberianos de la ética, convicción y responsabilidad, parece razonable apostar por una ganadería extensiva que tiene que aprovechar la riqueza de los espacios que la obsesión urbanita ha dejado a grandes espacios del terruño español, las pequeñas ciudades y sus entornos y los bellos pueblos despoblados.

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Queremos ser generosos en nuestras evaluaciones y podemos comprender las dificultades para entender las diferencias que existen entre la ganadería intensiva y la extensiva, sobre todo cuando ambas coexisten en tiempos y espacios, como ocurre en nuestro país. Ambas difieren en sus objetivos: la intensiva persigue la productividad extrema, prescinde del bienestar de los animales, contamina el aire y las aguas del entorno, y sus repercusiones sobre el empleo son muy bajas sino mínimas. La extensiva procura la sostenibilidad, la vida de los animales en entornos naturales apropiados, mantiene el equilibrio ecológico y promueve el desarrollo rural.


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Para mostrar los desvaríos y errores en la comunicación sobre esta cuestión, no vamos a acudir a los excesos oportunistas de una oposición política que quiere rebañar votos a costa de la exageración, ni de los periodistas que tratan de apoyar esta estrategia, ni del propio gobierno que se ha visto envuelto en una trampa.

Basta acudir a un periódico como El País, que tiene a gala la defensa de un periodismo de calidad, reflexión y opinión. En el artículo firmado por Elena San José e Iker Vega, bajo el título ‘El Gobierno desautoriza a Garzón por sus declaraciones sobre las macrogranjas y él se reafirma: «Las declaraciones son como ministro»’ [10], los autores desgranan, con un acierto periodístico que no nos corresponde valorar, la polémica política y mediática generada en torno a las declaraciones del ministro, ante las que ha habido reacciones tanto contrarias como a favor. Entre estas últimas, como señalan los autores, las del presidente de Asturias, Adrián Barbón, y el secretario de Estado de la Agenda 2030, Enrique Santiago, ejemplo de los muchos políticos -amén de expertos en alimentación, asociaciones ecologistas, científicos, asociaciones de ganaderos y de consumidores, y otros agentes sociales del ámbito rural- que se suman a la defensa del modelo de ganadería extensiva. Pero el artículo hace aguas, como viene ocurriendo en muchos otros ejemplos, cuando se sumerge en las cuestiones técnicas del tema en cuestión. Véase sino el párrafo del mismo en el que -bien por desconocimiento, o quizás por causa de la premura del ritmo periodístico actual -que conduce a que en el cóctel al que hacíamos referencia en el primer párrafo se incluyan a menudo dosis excesivas de irreflexión- se atribuyen al modelo intensivo de ganadería las cualidades de sostenibilidad ecológica, mientras que al extensivo se le acusa de ser contaminante de suelos y agua, además de maltratador de los animales. Quizás no se trate más que de un error debido, como decimos, a la premura, enemiga de la reflexión, atribuyendo al primero de los modelos atributos del segundo y viceversa, con el resultado de la tergiversación -no hay motivos para pensar que sea intencionada- de las declaraciones del ministro [11], al afirmar que «sobre el primero» (el modelo intensivo) el ministro sostuvo que se trata de una ganadería ecológicamente sostenible y que tiene mucho peso en determinadas regiones de España como Asturias, parte de Castilla y León, e incluso Andalucía o Extremadura, y que argumentó «sobre el segundo» (el extensivo) que hay grandes empresas que se aprovechan de pueblos de la España despoblada para explotar 4.000 cabezas de ganado y contaminar los suelos y el agua, y que produce carne de peor calidad fruto del maltrato animal. Pero ocurre en demasiadas ocasiones -lo hemos visto y lo vemos en la información sobre la covid-19 o sobre el cambio climático, y este podría ser un caso más-, que se cuida más la información que apela a las emociones, en detrimento de la fidelidad a los hechos y el cuidado por las evidencias, científicas o de otro tipo.

La complejidad que acompaña a la sociedad actual necesita reflexión, serenidad, moderación, responsabilidad y algo de silencio sosegado, en el debate público y en los procesos de comunicación e información, para evitar más desvaríos. Desde la ciencia no se pueden aguantar más trampas ni más irreflexión (o errores de interpretación).


Ana Muñoz van den Eynde, Jesús Rey Rocha y Emilio Muñoz Ruiz (2021) El trilema político en la sociedad actual: un análisis desde una perspectiva interdisciplinar sobre el soporte de la evolución. Sistema Digital, 27 abril.
[2] Jesús Rey, Víctor Ladero y Emilio Muñoz (2021) Información, desinformación o desistimiento informativo. ¿Una elección ciudadanaNuevatribuna, 28 enero. 
[3] Para evitar malentendidos, hemos de señalar que usamos este término en la acepción que le concede la Real Academia de la Lengua, de “desenfreno en las obras o en las palabras.”
[4] Federico Mayor Zaragoza (2021) Prólogo al libro Ciencia en Sociedad. Reflexiones en el marco de su relación bidireccional. Págs. 17-22. Jesús Rey Rocha y Víctor Ladero (eds.). Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC).
[5] Antonio Muñoz Molina (2021) Hay que esconderse. El País, 14 mayo. 
[6] José Antonio Marina (2005) La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez. Barcelona: Anagrama.
[7] Astrid Wagner (2020) Coronabulos, conspiranoia e infodemia: claves para sobrevivir a la posverdad. The Conversation, 27 mayo. 
[8] Edgar Morin (2010) Elogio de la metamorfosis. El País, 17 enero. 
[9] Sam Jones (2021) Spanish should eat less meat to limit climate crisis, says minister. Alberto Garzón wants public to recognise impact of megafarms on the environment and change its eating habits. The Guardian, 26 diciembre.
[10] Elena San José e Iker Vega (2022) El Gobierno desautoriza a Garzón por sus declaraciones sobre las macrogranjas y él se reafirma: “Las declaraciones son como ministro”. El País, 5 enero.
[11] Declaraciones sobre las que el ministro se ha ratificado, calificándolas de “impecables”, y publicando su transcripción a través de su cuenta de twitter.


Jesús Rey es investigador en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía (IFS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y socio fundacional y miembro de la Junta Directiva de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC).

Emilio Muñoz es profesor emérito vinculado al Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del IFS-CSIC. Es socio promotor de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC) y presidente de su Consejo Consultivo.

No más desvaríos e irreflexión