viernes. 26.04.2024
ayuso
Foto: Comunidad de Madrid

Aquellos profesionales como la copa de un pino que merecían monumentos cívicos y un espontáneo reconocimiento por parte de toda la ciudadanía cuando estábamos confiando, ahora son irresponsables vendidos a La Moncloa que quieren socavar al gobierno madrileño incumpliendo sus obligaciones. Los refuerzos contratados para la ocasión fueron despedidos en cuando amainó la tormenta. El cupo de pacientes que corresponde a cada cuadro médico es cada vez más ingente. Abundan las prejubilaciones y los agotamientos psíquicos. Algún paciente recurre a la violencia para castigar tanta holgazanería, porque hace suyo el denigratorio discurso que la presidenta madrileña suele dedicar al personal sanitario bajo su cargo.

¿Cuál es la respuesta? ¿Hacerse cargo de la situación y comenzar por pedir disculpas de los problemas detectados? Eso requeriría una mandataria y un equipo gestor que fueran responsables. Para qué tomarse tanta molestia, si se puede distraer a los medios de comunicación y a la opinión pública con asombrosas afirmaciones que parecen sacadas de un programa dedicado al humor satírico. Mientras la insatisfacción del personal sanitario alcanza cotas insospechadas por un maltrato institucional sin precedentes, Ayuso hace una caricatura de Sánchez para dar que hablar. Le Pen de la izquierda europea que quiere convertir a España en otra Nicaragua, encarcelando e incluso matando a la oposición y utilizando todas las instituciones del Estado en provecho propio para eternizarse.

La intensidad que alcanza un discurso demagógico crece con el nivel de ambición personal. Es un detector infalible. Cuanta más demagogia se utilice, tanto mayor será la cota de ambición perseguida

Los epítetos y descalificaciones dedicados por Ayuso al diabólico presidente socialista son muy prolijos como para resumirlos. En realidad son infinitos, como corresponde a una desbordante imaginación capaz de inventarse cualquier cosa por contradictoria o inverosímil que sea. La presidenta madrileña nos quiere convencer de que nada es tan importante como acabar con el actual gobierno, que no dejaría de ser ilegítimo y supone una suerte de maldición bíblica, cuya misión es conducirnos directamente al infierno político. Ella en cambio tiene las llaves del paraíso. Madrid es el país de las maravillas donde no hay pobres y los únicos problemas que afloran son culpa de una izquierda sin alma, empeñada en desacreditar sus milagros políticos.

Señalar que negar las evidencias no soluciona los problemas es algo inaceptable, porque afirmaciones como esa formarían parte de la confabulación diseñada para empañar una gestión impecable. Lástima que los éxitos cosechados no sepan defenderse por sí mismos, al no explicitarse sus detalles y entrar en harina. Quedan eclipsados por una ristra de mentirijillas que dejan perplejo al auditorio y deberían sonrojar a quienes las urden. Pero la demagogia impone sus reglas. Cautivar al pueblo con engaños para salirse con la suya precisa de tal inventiva. La intensidad que alcanza un discurso demagógico crece con el nivel de ambición personal. Es un detector infalible. Cuanta más demagogia se utilice, tanto mayor será la cota de ambición perseguida.

Al otro lado del espejo parece agazaparse una insaciable ambición que puede ser muy dañina

Nuestra frágil memoria quiere pasar página de los hechos traumáticos y eso nos hace olvidar el drama que se vivió en las residencias madrileñas, envuelto en unas decisiones políticas que suplantaban los triajes médicos y desatendidos a los ancianos que no contaban con un seguro privado. Ahora se da en descalificar a unos profesionales que lo dieron todo hace muy poco, mientras algunos vecinos les querían lejos para no contagiarse del bichito chino. Afirmar que faltan médicos y que contratarías a cualquiera disponible refleja una insuperable intensidad en los decibelios demagógicos. Al otro lado del espejo parece agazaparse una insaciable ambición que puede ser muy dañina.

Ayusolandia, ¿qué hay al otro lado del espejo?