sábado. 27.04.2024

“Para mí lo ancho y para ti lo estrecho”, reza este aforismo popular que revela una tendencia tan humana como deshumanizadora. Estos personajes abundan a nuestro alrededor. Ni siquiera son mala gente. Solo pretenden acaparar siempre toda la razón, quizá para salvar alguna inseguridad personal que necesita reafirmarse con esta burda estratagema. La mala noticia es que no suele colar y se nota demasiado. En caso de haber un conflicto, quien padece semejante síndrome jamás dará su brazo a torcer. Se habrán malinterpretado sus palabras y su hermenéutica incluso para las intenciones de la otra parte le resultará inapelable. Nunca tiene dudas respecto de sus propósitos, que son encomiables al reflejar la verdad con mayúsculas.

Curiosamente su falta de autocrítica se ve compensada con creces por su inagotable capacidad para detectar con cierta sorna motas en el ojo ajeno. Se permitirá hacer afirmaciones que quizá luego no le convenga recordar y que serán absolutamente implacables con los demás, resaltando así su monopolio de lo impecable. Lo llamativo es que sus aplicaciones de las normas tienen un denominador común, merced al cual sus intereses quedan favorecidos. Da igual que deba mostrarse incoherente y decir lo contrario de aquello que mantuviera en una situación similar. Si las circunstancias le son propicias en sentido contrario, no vacilará en ser incoherente. Ni siquiera lo hace de modo consciente, al ser un mecanismo que se va engrasando con el paso del tiempo y acaba rodando por pura inercia.

“Para mí lo ancho y para ti lo estrecho”, reza este aforismo popular que revela una tendencia tan humana como deshumanizadora

Los efectos colaterales o posibles daños a terceros no son cosa suya, sino de las leyes, cualesquiera que sea su índole. Las normativas jurídicas nunca le desmentirán en su foro interno, porque siempre cabe darles otra vuelta de tuerca y modificar su orientación pro domo sua. Estos personajes andan bastante satisfechos consigo mismos y nunca se ven obligados a presente excusas. Acatan el catecismo ético de Kant pero a la inversa. En vez de propiciar la felicidad ajena procurando enmendarse a sí mismos, reclaman con toda contundencia la perfección ajena en aras de su propia dicha. El infierno está empedrado de buenas intenciones y su vía regia es la funesta manía de asir el embudo por su extremo menos angosto, reservando el otro para quienes manifiesten la menor discrepancia con sus edictos.

El infierno está empedrado de buenas intenciones y su vía regia es la funesta manía de asir el embudo por su extremo menos angosto

¿No conocen a nadie con esa manía? Pensándolo bien, cada cual es un poco así, porque nadie puede resistir todas las tentaciones a cada vez, pero como todo en la vida es cuestión de proporciones e intensidad. Porfiar en esa tendencia tiene sus podios y hay quien copa ese medallero con una constancia digna de mejor causa. Con el tiempo te acostumbras a tratarlos y comprender que no lo hacen a posta. Son como el escorpión que acaba picando a la rana. Da igual que se hunda por el picotazo mortal propinado a quien le pidió un favor. Sin embargo, contra lo que dice la fábula, ello no se debe a su naturaleza, sino a unos hábitos consolidados y a la porfía de no querer cambiarlos.

La otra hipótesis resulta muy desoladora y no deja lugar para esa esperanza sin la que resulta muy complicado sobrevivir entre tantos desmanes. Una reflexión que también hizo Kant, de quien celebramos el tricentenario de su natalicio. Lean por favor su “Fundamentación para una metafísica de las costumbres”, escogiendo una buena versión castellana, como la que tiene Alianza Editorial en su colección de bolsillo.

 

Kant y la ley del embudo