sábado. 27.04.2024

Pero es que además su desaparición no podemos llevarla a cabo a través de otra revolución que hunda sus raíces en una emotividad irracional que volvería a ser manejada por los que se hubieran consolidado como promotores y gestores de la misma. Si lo hiciéramos lo único que lograríamos sería una reposición de caras nuevas, así como de siglas, que en función de nuestra naturaleza subjetiva, con el tiempo se convertirían en caras viejas y en símbolos tan ajados como aquéllos que los habían estado representando. Es el pueblo el que ha de gobernar. Ni sindicatos ni partidos políticos. Ya nos han demostrado que no sólo son incapaces de garantizarnos el derecho universal; son una suerte de parásitos que tienen la desvergüenza (como ha hecho un miembro de Partido Popular) de negar el hambre y la malnutrición que están padeciendo nuestros escolares, y el descaro de echarles la culpa a sus padres. Son unos crápulas que despreciando lo que se recoge en el artículo 21 de una Constitución (en la que se garantiza el derecho de reunión política, sin que se necesite autorización previa), han sancionado unas leyes orgánicas con las que no sólo se obliga a la ciudadanía comunicarlas con 10 días de antelación; sino que para disuadir a los que hay que mantener sometidos, se les imponen unas multas tan despóticas y tan inconstitucionales como lo son los que utilizan a su manera lo que se manifiesta en esta Carta Magna.

Y ahora, una vez concienciados que no podemos soportar por más tiempo este modelo, y despejada la naturaleza del camino que a mi entender hemos de seguir, paso a abordar los problemas que por dos veces he tenido que dejar aparcados. Me refiero a la supuestamente irresoluble charada del paro; al no menos jeroglífico planteamiento con el que se nos ha tratado de vender el futuro de nuestras pensiones; así como los escollos y seguridades que tenemos que afrontar como consecuencia de nuestra entrada en la U.E.

Cuando se postula que un incremento de las inversiones y una propensión hacia el ahorro son las formas de salir de los rebalses que se generan en las crisis

En cumplimentación de lo que dejé apartado en mis dos anteriores artículos, en primer lugar retomo el relativo al problema del paro; un paro que como consecuencia de lo complejo de las situaciones en las que se origina, aunque no se utilicen tecnicismos, precisa ser afrontado haciendo uso de una descriptiva que no es todo lo amena que yo desearía lo fuera. A este respecto y atendiendo a la importancia que el paro tiene en nuestra sociedad, voy a reproducir aquí parte de un artículo que publiqué hace más de un año; y que en función de la abulia con la que esperamos que nuestros problemas se resuelvan solos, no obtuvo ni siquiera un comentario. Decía lo siguiente:

“El factor fundamental que distorsiona nuestra convivencia se encuentra principalmente en las diferencias económicas en las que tenemos que desenvolvernos. Diferencias que se ven incrementadas, si con independencia de éstas, en nuestras relaciones concurren esas disparidades culturales que se generan en función de las religiones y las lenguas.”

“Centrándonos en las primeras, como son las diferencias económicas, (por no ser las culturales el objetivo perseguido en este artículo), lo primero que a mi entender hemos de hacer, es analizar las causas por las cuales las mismas se producen. Y para ello, y a pesar del empacho que en algunos se habrá de producir, lo más indicado es volver a examinar lo que Marx describió en sus distintas formas como plusvalía”.

Si asumimos como cierta la existencia de una valoración que como la de “valor de cambio” Marx identificó con aquello que había que pagar para adquirir en el mercado lo que se hubiera producido y admitimos aquel “valor de uso” que contempló como la valoración no mensurable a efectos estadísticos que le damos a un bien; es decir, más allá del precio que como valor de cambio éste pudiera o no pudiera tener en el mercado (en el supuesto de habernos apropiado de un elemento de la Naturaleza), nos encontramos ante una realidad que con independencia de lo que se describe como "valor de uso" no nos llega a mostrar la representatividad que en todo lo que existe ha tenido el trabajo. Para ello, a mi entender es necesario hacer uso de otra valoración que como “valor contractual” nos demuestra que siendo el trabajo el único que verdaderamente está personificando todo lo que como producto y existencia tangible elaborada nos rodea, éste es totalmente extraño a la representatividad que el "valor de uso" tiene con respecto a lo que el productor, como hacedor hubiera creado. La plusvalía (sean éstas absoluta o relativa), se refiere a aquella parte de lo producido por el que con respecto a su valor de cambio el productor no ha sido pagado. Un valor de uso al que se le ha incorporado una labor que lo ha convertido en valor de cambio. Y este aditamento es a mi entender consubstancial, porque al incorporar en su evaluación un valor continuamente añadido como el trabajo, la situación en la que el trabajador se encuentra nos viene a mostrar que con respecto a las riquezas existente este impago ha sido absoluto. Se le ha pagado para que siga produciendo. Si con la plusvalía tenemos constancia que con los salarios no ha sido pagada la diferencia que concurre entre el valor contractual y el valor de cambio se va generando una situación en la que los que se han apoderado de esta detracción detentan una creación que en realidad no les pertenece.

Mientras no nos concienciemos que el ahorro y la inversión que se ha detraído con la aplicación de plusvalías son los agentes que reproducen las desigualdades

Cuando nos referimos a la plusvalía estamos dando por sentado la existencia de un déficit de consumo que al no poder ser absorbido obliga al empresario a reducir la producción. Y este desenlace es totalmente comprensible al constatar que los que perciben como renta unos salarios que constituyen tan solo una parte de los valores intrínsecos que se han utilizado en la producción tienen que desembolsar por lo que han producido, valores de cambio. De lo cual hemos de constatar que si las contradicciones que se derivan de un modelo de producción y de distribución no pueden ser resueltas de una manera racional, la única manera de poder superarlas, es recurriendo a la paradoja de seguir haciendo uso del Poder Unificador que inconscientemente tiene la ciudadanía y no lo transformemos en un Poder unívocamente Racionalizado. Mientras sigamos asumiendo un Poder que nos arrogamos como Incontestable. Los de siempre seguirán implementando la exacción de plusvalías. Es más; mientras no nos concienciemos que el ahorro y la inversión que se ha detraído con la aplicación de plusvalías son los agentes que permanentemente reproducen las desigualdades que se generan en nuestras economías de mercado, no entenderemos que es en el proceso de producción y de distribución donde se encuentran sus propias y naturales contradicciones. Cuando se postula que un incremento de las inversiones y una propensión hacia el ahorro son las formas de salir de los rebalses que se generan en las crisis, lo que en realidad se está postulando es la prerrogativa con la que salvar un modelo que como consecuencia de no serle dable distribuir equitativamente lo que se haya creado, para subsistir necesita renovar la continuidad de esas contradicciones. Un oxímoron que nos viene a mostrar la objetividad que subyace en la propia existencia de las actuales economías de mercado.

Nota: Esta serie la comencé a escribir en enero del 2016

Ahorro, inversión, plusvalías