sábado. 27.04.2024

Imaginemos que las reivindicaciones, las denuncias, las propuestas e incluso las ideas, fueran canalizadas a través de unos cauces informáticos a unas Asambleas de Base locales, en las que sus operadores, en contacto recíproco con aquéllos que las hubieran emitido, se ponderaran sus pros y sus contras. Imaginemos que esta comunicación se hubiera producido -como de hecho tenemos que asumir como consecuencia de su naturaleza informática-, sin que en ella concurrieran los factores coactivos que tan frecuentemente encontramos en la representatividad o preeminencia de aquéllos con los que tenemos que contrastar opiniones. ¿No serían los resultados que se pudieran alcanzar los que verdaderamente estarían sintetizando la voluntad y las expectativas de la generalidad? Con esta participación activa y continuada del pueblo (una participación con la que a través del concurso de los participantes se habrían analizado contrastado y ponderado los intereses perseguidos por las individualidades), se habría superado aquel conflicto que Rousseau encontró en la imposibilidad de mantener a la ciudadanía permanentemente sometida a un proceso constituyente.

Es cierto que esta voluntad general, en multitud de casos no estaría coincidiendo con las voluntades de las individualidades comunidades y consorcios; pero al constituirse como el fruto de un consenso en el que la mayoría de la sociedad habría asumido la necesidad de alcanzar objetivos que trascendieran a los que subjetivamente pudieran demandar algunas individualidades, lo que en estas asambleas se adoptara, aunque fuera contrario a los intereses de éstos, socialmente no se podría contestar. El interés general primaría sobre el de las singularidades.

Con esta participación activa se supera el conflicto que Rousseau encontró en la imposibilidad de mantener a la ciudadanía permanentemente sometida a un proceso constituyente

A este respecto considero oportuno sacar a colación un pasaje de la obra ¿Es posible otra economía de mercado? Dice lo siguiente:

El origen de todos los males que en lo social aqueja al mundo se encuentra en esa propensión de la que todos somos víctimas. De detentar, de arrancar y disfrutar lo deseado de quien pudiera real o potencialmente poseerlo. Una tendencia que podemos encontrarla en la explotación, en la apropiación, en el engaño, en la estafa, en la violación, en el robo y hasta en la enseñanza y el adoctrinamiento interesado.

Parece por tanto natural, como ya hemos señalado, que para evitar que esta constante agresión pueda producirse, no basta con un decálogo, con una educación, ni con un buen corazón. Se precisa algo más tangible de lo que el hombre en sus demandas subjetivas está capacitado a utilizar. Se necesita de un control, que siendo material y estando universalmente aceptado por todos, impida que lo que haya sido establecido por consenso pueda ser invalidado por los deseos interesados que de una forma natural tengan las singularidades. Para que una sociedad funcione son necesarios dos fundamentos. El primero es que exista una concienciación colectiva de cuáles son las reglas de conducta a seguir. Normas que lógicamente tienen que ir modificándose en función de la transformación evolutiva a la que dicha sociedad se ha de ver sometida, pero que en todo momento tienen que plasmar una metodología que, fundamentada en una legislación, han de llenar de contenido las expectativas que todo ser humano tiende a considerar como esenciales. En segundo lugar, los condicionamientos físicos que como consecuencia de esta concienciación hayan sido establecidos, tienen que estar completamente emancipados de la segura injerencia que sobre ellos se habrá de efectuar. Es necesaria la convicción de que esto tiene que ser así; pero asimismo se precisa que la capacidad de justificación y de transformación a las que nos puede llevar nuestro intelecto, se encuentren determinadas por unos condicionamientos que, siendo físicos, sólo sea factible modificarlos a través del consenso de la comunidad; unos impedimentos que al ser instituidos con un carácter de universalidad, se pueda poner en tela de juicio por las individualidades la procedencia de su establecimiento, pero nunca su validez en el ámbito de lo colectivo; que al igual de lo que ocurre con la existencia de una pendiente, sea enjuiciable que de acuerdo con nuestra manifiesta voluntad y asumiendo los riesgos que conlleva, podamos ascenderla a la carrera, pero que lo que es determinante es que este tipo de ascensión constituye un condicionamiento incuestionable.

Para que una sociedad funcione es necesario que exista una concienciación colectiva de cuáles son las reglas de conducta a seguir

Por otra parte habrá de ser tenido en cuenta que lo que se hubiera debatido y adoptado en unas Asambleas de Base locales no podría ser considerado como unas conclusiones que tuvieran que ser aceptadas de manera universal. Para ser universales sería preciso universalizarlas. Y para ello, de la misma manera que en las Asambleas de Base sus resoluciones habrían sido asumidas a través de un debate asambleario de naturaleza informática, para reconciliar las diferencias que entre estas Asambleas de Base se habrían de producir, sería preciso decantarlas a través de unas Asambleas de Notables, en las que lo individualizado colectivamente se sedimentara y se interpretara en función de la pluralidad a las que estaban dirigidas. Unas Asambleas de Notables en las que, siguiendo el mismo proceso de comunicación que se hubiera mantenido entre la ciudadanía y las Asambleas de Base locales, se habría de ponderar (con la participación de un personal más especializado), lo que a través de la Generalidad se hubiera contemplado como más procedente. Para posteriormente hacer llegar a la Asamblea Legislativa la sanción de las actividades que hubieran de ser desarrolladas por los diferentes Ministerios.

Nota: Esta serie la comencé a escribir en enero del 2016

Asambleas de base e interés general