lunes. 29.04.2024

Es cierto que como consecuencia de nuestro ciclo vivencial podríamos dedicar más tiempo al trabajo, pero no es menos cierto que como consecuencia de que es este modelo el que nos impide materializarlo, el proponerlo no es más que una hipocresía con la que se pretende ocultar las contradicciones que concurren en el mismo. ¿No será mucho más cierto que debido al incremento de la productividad y las innovaciones tecnológicas, es preciso reducir la jornada laboral, para pagando los mismos salarios obtener los mismos beneficios? ¿Y si no se reduce, no será porque con independencia de ese real aumento de la productividad, sin reducir la plantilla de trabajadores con el mismo salario, han de ser superiores tanto la cuantía de lo producido, como de los beneficios? Esta es la realidad que han asumido nuestros empresarios. Una realidad que es el producto de una racionalidad subjetivada; es decir, puesta a su servicio. Porque se podrá alegar que reduciendo las plantillas perdemos competitividad ¿pero no hemos de colegir, que como consecuencia de una mayor productividad y unos mayores beneficios, el valor de cambio, es decir, el precio de lo producido tendría que ser también mayor? ¿Y si estos mayores beneficios no fueran socialmente compartidos a través de unos incrementos salariales que llevaran a las empresas a obtener los mismos beneficios que obtuvieron con anterioridad al incremento de la productividad, el seguir éstas siendo competitivas no representa que este incremento de los beneficios se obtienen a costa de un incremento de los precios que no han estado acompañados por una mayor capacidad adquisitiva de los asalariados?

Como una falta de correspondencia con lo anteriormente mencionado, lo que hizo la ministra Fátima Báñez con la publicación del Real Decreto-ley 3/2012 del 10 de febrero, fue seguir las directrices que personalmente le impartieron los que provenían de un Arriba que pretendió hacernos grande y libres. 

Era una labor ingrata, pero que la compensaba tanto a ella como a los que decían estar gobernarnos. Los que en el Parlamento se estaban asegurando su futuro después de siete ímprobos años pulsando el botón. Los que no necesitarían prolongar su jornada laboral cuando les llegara la hora de su jubilación. Y es que como nos dijo Albert Einstein, “no se puede resolver (yo diría decentemente), un problema haciendo uso de la mentalidad de aquéllos que lo generaron.” 

¿No será mucho más cierto que debido al incremento de la productividad y las innovaciones tecnológicas, es preciso reducir la jornada laboral?

En una tierra en la que los recursos son finitos, los países ubicado en el Primer Mundo no pueden seguir creciendo indefinidamente, porque la extracción, comercialización y utilización de materias primas (así como la deposición de los residuos) nos llevarán a una situación de enfrentamiento con el resto de los países menos desarrollados; una situación que si durante un cierto tiempo se ha mantenido en función de haber comprado voluntades corruptas, no podrá ser soportada indefinidamente. Al parecer nos encontramos enfrentados a un problema de muy difícil solución. Será preciso compatibilizar una rentabilidad que hiciera posible una reducción de la jornada laboral, así como con un descenso de la población. La solución con la que se trata de justificar que la tierra puede alimentar 12.000 M. de habitantes, es una solución que el tiempo se encargará de mostrarnos como insostenible.

El problema no está en que no haya recursos con los que subvenir las necesidades de nuestros pensionistas. Está en que los recursos marginales que se están obteniendo como consecuencia de la utilización de la tecnología que representa un incremento programado del paro), no son utilizados para cubrir las necesidades presente y futuras de nuestra población. El problema es estructural. Cuando las imposiciones al mundo empresarial por unas aportaciones al PIB de un 53% no superaban por término medio el 19% ¿cómo es posible que las imposiciones que entre impuestos directos e indirectos que aportaban los trabajadores por el 47% restante de dicho PIB fuera el 81%? Si asumimos un modelo económico con el que estoy en total oposición, entre los problemas que aquejan a esta economía, los relativos al sistema público de pensiones dimanan de una estructura productiva en la que, el trabajador es tan solo una cosa; un elemento del que, como cosa se puede en cierto grado prescindir, sin que se alteren las funciones que ha de desarrollar la economía; una cosa que constituye una cuasi entidad, que con independencia de haber sido utilizada durante el tiempo que se le embridó a un trabajo, una vez que ha perdido toda utilidad sólo le queda lo que estudiadamente no puedan negarle. Estos problemas trascienden a una disminución de la natalidad y a una prolongación del ciclo vital. Se originan en unas estructuras productivas y distributivas en las que la mayor parte de la población ve cómo su futuro se encuentra hipotecado por las exigencias que en cada momento demanda la bestia. No importa que se produzca un incremento de la producción. A fuer de insaciable, de no existir un contrapoder que contenga sus saqueos, el objetivo de los capitalistas es seguir medrando sin que les importen las consecuencias que generen. En el pasado, a través de ese contrapoder, se consiguió que dejaran de hacerlo sobre los esclavos; en cierta forma llegó a eliminarse la relación con la que el que ostentó el poder, forjó los términos nobleza y populacho; pero esa bestia es insaciable y cuando en nuestros días ha desaparecido ese contrapoder que la tuvo embridada durante varias décadas (entre el fin de la Segunda Guerra y la desaparición de la Unión de Republicas Soviéticas), está volviendo a reclamar lo que de siempre ha considerado como suyo. Al rumiar como obsoleto un incremento de nuestras pensiones vinculado al IPC, no considera suficiente que el obrero sólo perciba una fracción del valor de lo que con su trabajo ha estado produciendo; es necesario que lo que en el futuro haya de percibir como pensión, se adapte a lo que el monstruo considere que es el mundo real; es decir, su propio mundo.

La solución con la que se trata de justificar que la tierra puede alimentar 12.000 M. de habitantes, es una solución que el tiempo se encargará de mostrarnos como insostenible

Se nos ha dicho que para que en esta economía se generen recursos con los que posibilitar el mantenimiento de las coberturas sociales, es necesario producir más y mejor.

Con este “más” entiendo que lo que entienden los que están defendiendo este argumento, se nos trata de vender entre otras cosas, que los recursos que existen en la Tierra son inagotables. Con el “mejor”, es difícil de entenderlo. ¿Tenemos que entender como mejor, producir de una forma más competitiva? Y si esto es lo que se nos recomienda ¿mejor para quién? Porque en los últimos doce años, en las economías más desarrolladas, la productividad ha sido más de dos veces superior al de los salarios. Y si son los salarios los que soportan la mayor parte de las imposiciones ¿no resulta indecente que se nos esté alegando que el mantenimiento de las coberturas sociales depende de que produzcamos más y mejor? Si este incremento de la productividad se produjo (e incluso se intensificó a lo largo de todo aquel período recesivo que tuvo lugar a partir del 2008), ¿cómo tuvieron la desvergüenza, los que sólo deberían hacer constar en sus currículums el tener que avergonzarse de sus actos, de tratar de imponernos un 10% de recorte en los salarios? ¿En aras a una competitividad que en lo que se refiere a este 10%, se vería reducida a tan solo un 4% en función de la participación de los salarios en el costo final de los productos y servicios? ¿Eran y son estúpidos? ¿No sería más ajustado decir, recordando aquella frase de Sánchez Gordillo, que “los que están gobernándonos obedecen como putos mamporreros?

Se nos dijo, sin decirnos cómo se justificaría, que como consecuencia de lo que tenemos que considerar como real, deberíamos suscribir unos Fondos de Pensiones con los que superar unas carencias de seguridad que estamos obligados a evitar. Lo que se nos ha trató de ocultar es que en esta economía de mis pesares, las pensiones públicas superaban los 117.000 millones de euros anuales; y que por tanto se consideraba necesario gestionar el producto con el que se había de elaborar este pastel. El que las prestaciones por jubilación que se hayan de abonar sean puestas en tela de juicio es tan solo un alegato. Lo cardinal es que lo privado participe en el banquete. Una vez que lo particular se encuentre sentado a la mesa (lo mismo que está ocurriendo con la Educación y con la Sanidad), con el cuchillo y con el tenedor se podrá defender lo que tenga que llevar a cabo la cuchara.

Pero es que además, los dividendos que se habrían de producir como consecuencia de esta suscripción de un fondo de pensiones, no estaríamos invitados a la participación de ese banquete. Como todos sabemos (y a los que no lo hayan observado, tendremos que hacérselo saber), debido a la naturaleza de una economía que a tenor de las dificultades que encuentra en el modelo productivo descubre las bondades de una estructura financiera, lo que es inadmisible es que la gestión de estos Fondos la dejamos en manos de una cuadrilla de facinerosos. Y el que no crea lo que estoy diciendo sólo tiene que indagar en lo que les ha ocurrido en Chile a los que, tras el derroque y la muerte de Allende por un lacayo del Imperio como Pinochet, tuvieron que sufrir la estafa que representó su obligatoria imposición a unos "Fondos de Pensiones". 


Nota: Esta serie la comencé a escribir en enero del 2016

Productividad, innovación y jornada laboral