lunes. 29.04.2024
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España es un país donde las gentes del pueblo pagan caro su derecho a pensar libremente, a vivir sin censuras, a expresarse libremente, a protestar contra las injusticias, o a expresar su opinión en las tribunas. Este es un país, donde la cultura siempre ha sido privilegio de los ricos, a tal punto que a principios del siglo pasado el 90 por ciento de los españoles eran analfabetos, lo que facilitaba en extremo el adoctrinamiento de los curas y obispos, los abusos de los terratenientes y otros caciques, y la represión que todos esos sectores ejercían –manu militari- contra cualquiera de aquellos analfabetos, muertos de hambre, “mendigos a jornal fijo” -como el Manuel que canta Serrat- y otras miserias que prolongarían mucho este artículo. Y los españoles hartos de todo eso, aquel glorioso 14 de Abril de 1931 eligieron vivir en una República y dejar de vivir en una monarquía parasitaria como todas, obligando al Borbón a salir de España.

Fue corta la experiencia republicana; corta pero intensa. En poco más de cinco años, y gracias a la República, este país dio un vuelco a su propia historia. Con mucho rechinar de dientes a cara de perro, los señoritos, los caciques, el clero, los fascistas y demás enemigos del pueblo tuvieron que soportar -pese a su oposición encarnizada durante todo el proceso- programas de alfabetización acelerada, aumento del número de escuelas en todas partes, misiones culturales, el acceso a las Universidades de las clases populares, el aumento de los derechos y libertades laborales y políticas, costumbres liberales, laicismo y anticlericalismo. Una explosión de vida y esperanza en un futuro donde la justicia, la cultura y el bienestar colectivo  parecían ir por buen camino, sacudíó los cimientos históricos de este país maltratado desde los Reyes Católicos y mucho antes.

Con la República, el pueblo se encontró a sí mismo y comenzó a ocuparse de sus propios problemas. La cultura floreció, las artes florecieron, los salarios crecieron, fueron ocupadas fincas improductivas, se pusieron en marcha industrias antes inexistentes y muchas cosas más. Se podía decir de verdad eso de que “España va bien”. Y eso parecía. Eso parecía, pero había muchos problemas para consolidar la República. Todos recordamos los conflictos ideológicos, políticos y de clase que acompañaron los proyectos transformadores. No era tan fácil pasar de un submundo social, cultural, laboral, pobre y reprimido a un mundo como el de nuestros vecinos europeos. África comenzaba en los Pirineos y era verdad. Por eso la República aparecía como un horizonte prometedor, pero había dos ideales republicanos esencialmente opuestos, porque no es lo mismo que las decisiones que afectan a un pueblo estén mediatizadas por ricos, que controlada por asalariados. Si controlan los primeros, disminuyen los medios de vida y salarios de los segundos. Y por tanto, su bienestar. Y si controlan los segundos, disminuye el poder, la riqueza y los privilegios de los ricos, siempre bien cómodos en una monarquía. Y más si es borbónica, siempre inmovilista, parasitaria y defensora de las grandes fortunas, los negocios fáciles y los parásitos sociales, enemigos todos de la idea de República, ayer como hoy.

La lucha de clases es una constante histórica mientras haya privilegiados y desposeídos. Y si llegase a suceder que triunfara un día la opción republicana en España a favor de una sociedad donde sean las clases populares quienes estén al mando, se encontrará con los mismos enemigos, porque no solo no se fueron, sino que tienen el bastón de mando. De todos los mandos. Y por eso, no nos vale cualquier república.

Francia es una República, ¿y qué? Alemania es una República, ¿y qué? Los Estados Unidos son repúblicas. ¿Y qué? Miren cómo se las gastan con los trabajadores, los inmigrantes, los pobres, los pensionistas, los jóvenes, y muchos más. El nombre República no es la cuestión. La cuestión es quien manda en ella. Y está claro que en ninguna de las mencionadas y en ninguna de las que no se mencionan, mandan las clases populares. Y menos aún en España, que habiendo retrocedido a una Restauración monárquica por la voluntad del fascismo, se halla de nuevo sometida a las lacras correspondientes a ese régimen. La cultura popular es pobre; los pobres no pueden pagarse los estudios de postgrado, los fascistas crecen y anidan en las instituciones, el racismo aumenta, los jóvenes, si es que trabajan, cobran salarios miserables, no pueden acceder a tener o alquilar viviendas, carecen de futuro laboral y de perspectivas de pensiones en el futuro, los patronos explotan y viven como nunca, los fondos buitre acaparan viviendas y se adueñan del corazón de las ciudades, la sanidad pública empeora a favor de la privada que se enriquece, lo público se privatiza, el clero sigue con privilegios vergonzosos y un poder indeseable, y muchas cosas más. Y mientras su majestad borbónica, ausente de todas estas cosas, preside, inaugura, corta cintas y da premios, los bancos y los explotadores del IBEX obtienen escandalosos beneficios, porque no hay sindicatos que se les opongan; no hay partidos- excepto el minoritario Podemos- que denuncie y convoque acciones de oposición contra todo este cúmulo de porquería con sus cloacas y todo. Es más que evidente que necesitamos urgentemente una nueva Republica si queremos salir de este fango.

La historia de este país se parece cada vez más a aquella que vivieron nuestros mayores, y el Manuel de Serrat sigue vigente. ¿Podremos ir a su rescate los nuevos españoles? Porque cada 14 de Abril, aquella República que nos arrebataron con incontable violencia –y que tenemos derecho a recuperar en el presente- nos mira a los ojos desde los ojos de nuestros abuelos.

¿Estamos dispuestos? ¿Es deseable otro modo de vivir? La monarquía, para empezar, no es una opción.

República sí, pero ¿qué república?