martes. 30.04.2024
Madrid, 29 de noviembre de 2023. Las ONG españolas iluminan el centro de Madrid con un mensaje de alto el fuego permanente en Gaza e Israel. (C) Pedro Armestre
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Imagen de la campaña realizada por ONG españolas en Madrid en noviembre de 2023. (*)

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Desde prácticamente el inicio de las hostilidades en octubre de 2023, se viene oyendo hablar y solicitando un alto el fuego en Gaza. Todos dicen quererlo, pero no todos entienden lo mismo cuando se refieren a él.

Un alto el fuego es, por definición, una suspensión de las hostilidades bajo ciertas condiciones, de “carácter temporal por naturaleza” añade en su definición el Diccionario Panhispánico del Español Jurídico.

Luego al preconizar y negociar un alto el fuego no se está buscando en la mayoría de los casos el fin de las hostilidades, el fin de la guerra, ni siquiera cuando se utilizan circunloquios como “sostenido” o “duradero” (¿sostenido y duradero, hasta cuándo?). Lo que se está proponiendo es una tregua, algún tipo de tregua que acabe con el aspecto más inasumible del conflicto, el genocidio, en forma de hambruna y destrucción, de la población palestina de Gaza.

El meollo, por tanto, de la cuestión, está en esa subordinada que condiciona tanto el posible fin de las hostilidades (de la guerra) como el posible alto el fuego (la posible tregua): “bajo ciertas condiciones”. Son estas condiciones, diferentes para cada actor en el conflicto, las que conviene analizar para entender porqué no hay alto el fuego, si todo el mundo apela a él y dice estar de acuerdo con que lo haya. 

Una de las exigencias básicas de Hamás es el fin de las hostilidades (de la guerra), a lo que llama eufemísticamente “alto el fuego integral”

La guerra, como tal, la está perdiendo Hamás sin duda, en el sentido de que es la población palestina (no sólo la gazatí, también la cisjordana) la que está padeciendo las consecuencias más dramáticas y en el sentido de que es el territorio palestino el que está siendo ocupado y sistemáticamente destruido. Razón por la cual, una de las exigencias básicas de Hamás es el fin de las hostilidades (de la guerra), a lo que llama eufemísticamente “alto el fuego integral”, probablemente porque pedir directamente el fin de la guerra puede sonar a aceptación de la derrota, a rendición, a pérdida de la actual aureola de resistente frente al sionismo colonialista que está consiguiendo entre la población palestina y la del mundo árabe y musulmán en general.

Un fin de hostilidades que implique la completa retirada de las fuerzas armadas y de la administración israelíes del territorio, el regreso de los desplazados internos a sus lugares (hogares) de procedencia y, con el tiempo, de la diáspora exterior y una situación posbélica sin las limitaciones que suponían el cerco al que la Franja estaba sometida antes del reivindicativo 7 de octubre, en las que Israel controlaba (como sigue controlando) los espacios aéreo, marítimo y electromagnético del territorio gazatí, así como sus conexiones (pasos fronterizos, el de Rafah concretamente) con el exterior por vía terrestre, por el que casi únicamente puede circular la práctica totalidad del comercio exterior (y la ayuda humanitaria) gazatí. 

Algo impensable para Israel, cuyo objetivo declarado -porque piensa que es posible- es la destrucción total y definitiva de los aparatos político y militar de Hamás y de la Yihad Islámica Palestina (más la de cualquier otro que defienda similares presupuestos) y la reducción de la Franja de Gaza a un gueto militarmente controlado y gobernado bajo una permanente ley marcial, cuando no a un gueto nuevamente colonizado por asentamientos israelíes que forzasen a la población palestina a un paulatino éxodo al exilio exterior, a una nueva Nakba. 

Un objetivo que Israel cree (¿o a estas alturas sólo creía?) que es posible porque probablemente no ha tenido suficientemente en cuenta tres importantes factores, que han ido haciendo acto de presencia según se desarrollaban las hostilidades. El primero es la capacidad demostrada de resistencia de sus muy inferiormente armadas y dotadas organizaciones armadas palestinas, que están prolongando la guerra mucho más allá de lo que probablemente las autoridades militares y gubernativas israelíes habían calculado (estamos a punto de que se cumplan los seis meses, medio año de guerra).

El segundo es la regionalización del conflicto, al habérsele abierto a Israel nuevos frentes de combate en Líbano (Hezbolá), Siria y Yemen (Gobierno huti de Saná), que le obligan a distraer atención y recursos y el permanente temor a que esta extensión pueda ser cada vez más amplia con alguna forma de participación de otros Estados o grupúsculos armados árabes o musulmanes, transformando el conflicto ya no en una mera “guerra en Gaza”, sino en una poliédrica “guerra de Gaza” con diversos frentes y con diferentes modalidades de combate.

Israel se está quedando internacionalmente aislado

Pero para Israel, el tercer y más peligroso y desfavorecedor factor es la también progresiva internacionalización del conflicto, en lo que podríamos llamar la participación no combatiente en la “guerra de Gaza”. El brutal asalto isarelí a la Franja sin tener en consideración lo más elementales dictados de las leyes de la guerra y del derecho internacional humanitario ha ido mermando con el tiempo el apoyo y comprensión iniciales de una importante parte de la comunidad internacional. Hoy día, no sólo está denunciado ante la Corte Internacional de Justicia, que ya lleva varios dictámenes acusatorios contra sus actuaciones en Gaza, sino que en prácticamente todas las propuestas de resolución de la Asamblea General como del Consejo de Seguridad de la ONU, la postura condenatoria de Israel es la tónica generalizada. Y aunque la eficacia práctica de estas condenas sea nula dado el carácter no vinculante de las Resoluciones de la Asamblea General y la capacidad de veto en el Consejo de Seguridad, la conclusión es clara: Israel se está quedando internacionalmente aislado. Incluso, a estas alturas, de sus más acérrimos defensores, como la Unión Europea y sus Estados miembros y, sobre todo, Estados Unidos y su adlátere el Reino Unido, sus más recalcitrantes protectores, combatientes activos al lado de Israel como demuestran sus actividades en el mar Rojo bajo la excusa de “proteger la prosperidad”: Israel puede estar ganando la “guerra en Gaza”, pero puede estar perdiendo la “guerra de Gaza”.

Israel puede estar ganando la “guerra en Gaza”, pero puede estar perdiendo la “guerra de Gaza”

De modo que, dado que hoy por hoy los objetivos estratégicos finales de ambos contendientes son, por un lado, tan dispares y, por otro, tan inalcanzables, a todo lo que se puede aspirar es a encontrar esas “ciertas condiciones” que permitan algún tipo de alto el fuego, de tregua.

Para Israel el punto esencial a conseguir en estas treguas es la liberación de los prisioneros capturados por Hamás y la Yihad Islámica Palestina el 7 de octubre. De todos a ser posible (de hecho es una de las cláusulas de las propuestas que presenta Estados Unidos en el Consejo de Seguridad) y, si no es posible en una sola tacada, poco a poco en las sucesivas treguas que se vayan consiguiendo. Pero Hamás sólo parece estar dispuesto a esta segunda opción, no a la entrega de la totalidad, ya que esos prisioneros son su mejor baza negociadora (si los entrega a todos, qué puede ofrecer a cambio en sucesivas negociaciones), que juega exigiendo a cambio la liberación de cada vez un mayor número de presos palestinos en las cárceles israelíes. Por ejemplo, en una de las últimas negociaciones cuyos datos han saltado a la prensa, Israel ofrecía liberar a 400 presos a cambio de 40 prisioneros. La contraoferta palestina matizaba que esos 40 prisioneros serían niños, mujeres, enfermos y ancianos y que el número de presos liberados debería ser de 700/800, de los que 30 deberían ser condenados a muerte. Número de condenados a muerte que Israel rebaja a cinco. 

Otro importante punto de fricción en las negociaciones es el del retorno de los desplazados internos a sus lugares (hogares) de origen dentro de la Franja. Israel, ante la presión internacional, parece dispuesto a aceptar algún tipo de retorno (¿antes o después de su anunciada ofensiva sobre Rafah?). En lo que los medios de comunicación han publicado sobre la anterior citada negociación, mientras Hamás exigía la libertad individual/familiar de todos los desplazados para retornar, Israel la limitaba a 2.000 personas por día y comenzando dos semanas después de haberse alcanzado el alto el fuego sin romperse.  

Una tercera “condición” que aparece en todas las negociaciones de alto el fuego es la de la ayuda humanitaria alimentaria y sanitaria, limitada, restringida y condicionada por Israel, pero no solamente por Israel. Porque resulta bastante incomprensible que la comunidad internacional esté, en la actual situación de genocidio y absoluta carencia de respeto por los derchos humanos que vive la Franja, aceptando respetar los acuerdos israelo-egipcios de 1978 (Acuerdos de Camp David) y 2005 (retirada voluntaria de Israel del territorio de Gaza) que dan a Israel el control y la jurisdicción sobre los espacios aéreo, marítimo, electromagnético y fronterizo de la Franja. De forma que para que entre ayuda humanitaria, incluida la alimentaria y la sanitaria, en ella desde Egipto (paso de Rafah) tiene que ser inspeccionada y autorizada por Israel, que puede vetar (y de hecho veta) tanto cantidades como contenidos. Y que para introducirla por vía marítima, aunque sólo sea en las pequeñas cantidades que permiten las posibilidades de los medios navales de la onegé Open Arms, Israel (que tiene el control y la jurisdicción de las aguas territoriales del enclave gazatí) deba previamente inspeccionarla y autorizarla y, si lo considera oportuno, vetar las cantidades o condiciones que quiera. Y que para que se pueda hacerla llegar por medios aéreos por lanzamiento paracaidista, Israel (que tiene el control y la jurisdicción del espacio aéreo gazatí) deba previamente autorizarlo.

Algo tiene que cambiar para que, al no ser, hoy por hoy, posible el fin de las hostilidades, al menos se pueda alcanzar un “alto el fuego equilibrado”. Y eso sólo lo puede conseguir la comunidad internacional cambiando su actitud e involucrándose de forma más activa. Los genocidios y la colonización no pueden pararse sólo con apelaciones al derecho internacional y a los derechos humanos. Obras son amores, que no buenas razones.

(*) Imagen tomada de la web Coordinadora ONG.

Alto el fuego