domingo. 28.04.2024

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Las religiones nacieron como una necesidad natural, primaria y desnuda, cuasi fisiológica, de explicaciones terrenas y ultraterrenas a la condición humana y sujetas al mito y al pensamiento mágico, que en el proceso de su desarrollo y evolución histórica se tornan en objetos, prácticas y actos, unos solemnes y otros de dudoso gusto, donde el relato explicativo y el pensamiento -da igual el calificativo- no tienen la menor relevancia. El punto de inflexión que marca el empobrecimiento de las religiones viene dado por la prevalencia de una representación social cargada de significantes sin significados en lugar de una cuestión privada y trascendente. Hay casi un infinito de por medio entre la existencia y el sentimiento de religación a lo divino y vivir para endiosar el folclore religioso, que no es lo mismo que religiosidad popular que es aquella que se mantiene ligada al mito y al pensamiento mágico.

La luna de Nisán simboliza en términos culturales judeocristianos el dolor, la muerte y el renacimiento de la vida

Pablo de Tarso, ese gran ideólogo, se sacó de la manga el cristianismo, sin el permiso de Jesús de Nazaret, y lo dotó de marketing, publicidad y propaganda, algo muy parecido a lo que hacen actualmente las formaciones políticas. Francisco de Asís, ese santo panteísta, se inventó la escenografía del Portal de Belén. Sobre el nacimiento y los primeros años del niño divino se desconoce casi todo. Ahora parece ser que los mercantilizados belenes navideños saben que la divinidad en ciernes tuvo todo tipo de vivencias y se le arrimaron todo tipo de gentes coetáneas y anacrónicas. Andalucía, esa tierra mariana y telúrica, esa España dolida con sonrisa, inventó la puesta en escena de la Pasión del Señor con ritmo y flores, cuyo final glorioso, el Domingo de Resurrección, es domingo de muertos de cansancio. Se encumbra la estetización del sufrimiento, la estetización del llanto, aunque si se le mete mucho tambor y mucha corneta el llanto esteticista se vuelve vagido con el cólico del lactante, y lo estetizante pasa a irritante y la belleza deja de ser certeza y lo celeste, aéreo y misterioso sólo es gris asfalto pedestre con cera embriagado de incienso y azahar.

A la Semana Mayor, que es un horror vacui barroco en la calle, lo único que le está empezando a quedar de natural, desnudo y primario, como una fisiología del alma, o sea, vivo, es la luna de Nisán, que sirve de fotogénico decorado de los cristos y las dolorosas. Pero es la primera luna llena de la primavera, que sirve para caminar alumbrado en medio de la noche, en medio de las tinieblas. Conocida también como luna de Parasceve o de la Preparación. Celebración de la Pascua, conmemoración de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto. La luna de Nisán simboliza en términos culturales judeocristianos el dolor -físico y psíquico-, la muerte y el renacimiento -inercial o milagroso- de la vida. La metáfora inigualable de la resurrección como sinónimo simbólico de la libertad-liberación de nuestras opresiones y esclavitudes que busca encarnadura de creencia y fe en nuestros cerebros.

Luna de Nisán