jueves. 02.05.2024
Pedro Sánchez y Carles Puigdemont
Pedro Sánchez y Carles Puigdemont

Leí con detenimiento el documento firmado por Junts y el Partido Socialista, una especie de concesión pueril a los independentistas para asegurar su apoyo a la investidura de Pedro Sánchez. Dado el resultado de las elecciones, no quedaba otro remedio que pactar con el partido de Puigdemont para poder formar un gobierno que no fuese de extrema derecha, aunque “quien con infantes pernocta, excrementado alborea”. Confía Sánchez y sus socios en que la perspectiva de un gobierno hipernacionalista español, rancio, represivo y poco dado al diálogo, será motivo suficiente para mantener el apoyo de los nacionalistas ensimismados, en que siempre habrá acuerdos de última hora antes de convocar nuevas elecciones, pero me parece que será una legislatura muy difícil dada la poca seriedad de los dueños de los últimos siete votos. Les deseo toda la suerte porque su fracaso llevaría a España a una situación difícilmente sostenible con enfrentamientos a cara de perro entre el gobierno central y los gobiernos del País Vasco y Cataluña en los que las vísceras se impondrían a la razón.

Viven en una realidad paralela y quieren hacer ver a sus seguidores que sus ensoñaciones son parte inmutable de nuestro pasado y clave fundamental del problema actual

Dicho esto, me parece que el relato elaborado por los chicos de Puigdemont, y firmado por el Partido Socialista a regañadientes puesto que nada de lo allí expuesto figura en las motivaciones del proyecto de ley de amnistía, sobre el conflicto secular de Cataluña con los gobiernos centrales es de una simpleza tal que sólo puede haber salido de mentes que viven en una realidad paralela y que quieren hacer ver a sus seguidores que sus ensoñaciones son parte inmutable de nuestro pasado y clave fundamental del problema actual. Nada más ajeno a la verdad. Primero es lamentable que se siga aludiendo a 1714 como punto de partida del desencuentro, de la crisis, del problema. En 1714, hace más de tres siglos, se terminaba una guerra por la sucesión al trono de España, de una España en declive en la que dos dinastías extrañas, Austrias y Borbones, guerrearon para imponer a su pretendiente. Los primeros defendían un modelo de monarquía descentralizada y respetuosa con los fueros y leyes viejas, los segundos, un estado centralizado moderno en el que las leyes fuesen las mismas para todos los territorios. Vencieron los de origen francés y el modelo medieval sostenido durante siglos, fue derrotado, pero no sólo para los catalanes que defendían las pretensiones del Archiduque Carlos, sino también para los madrileños que querían al mismo monarca. A partir de ahí, catalanes, aragoneses y valencianos pudieron entrar libremente en el negocio de las colonias, fuente fundamental de la industrialización que acaecería a lo largo del siglo XIX y del establecimiento de un régimen liberal parecido, con sus más y sus menos, a los que se iban implantando en Europa. No se rompió nada entonces, fue la evolución natural del Antiguo Régimen al liberalismo democrático, evolución sin la que catalanes, vascos, castellanos, gallegos y extremeños estaríamos todavía viviendo en periodos preconstitucionales, algo que volvimos a vivir de forma sangrienta y brutal durante la dictadura del general Franco.

Habría sido mucho más fácil reivindicar el respeto máximo hacia la cultura, la idiosincrasia y la lengua catalana, tantos años pisoteadas, pero los chicos de Puigdemont optaron por el mesianismo, por la patria humillada que gozó de esplendor sin límites en un pasado idealizado, que fue democrática antes de que la democracia existiera y que se vio sumida en la decadencia tras la derrota de 1714, que posibilitó el dominio castellano sobre la tierra de Guifré el Pilós, cuando fuimos tan felices, felicidad que sólo se recuperará, como sucede en Israel, cuando de nuevo El Mesías vuelva a poner sus pies sobre el Canigó.

Catalanes, aragoneses y valencianos pudieron entrar libremente en el negocio de las colonias, fuente fundamental de la industrialización que acaecería a lo largo del siglo XIX

Es una concepción de la nación muy atada al romanticismo, a la patria perfecta perdida sin saber por qué, a la esperanza de recuperarla en breve tiempo para que de nuevo la felicidad reine entre los agraciados, Sin embargo, la nación es otra cosa y España, que no sería lo que es sin la importantísima aportación catalana a su cultura, su economía, su política, no es una entelequia construida por la derecha más reaccionaria a costa de suprimir los derechos y libertades de los diferentes pueblos que la integran, sino algo mucho más grande y trascendente. España es el Organismo Nacional de Trasplantes, una institución modélica en el mundo que ha conseguido que seamos el primer país del planeta en número de donaciones y, por tanto, en número de trasplantes de todo tipo de órganos realizados con éxito, es decir, un proyecto tan maravilloso, tan increíble que permite alargar la vida de personas desahuciadas independientemente de su riqueza, religión o color de piel. España es la Seguridad Social que intenta desmantelar la derecha antipatriótica y reaccionaria, un sistema que proporciona pensiones a todos los que han llegado a la edad de jubilarse o sufren enfermedad invalidante, que suministra atención médica las veinticuatro horas del día y que facilita los medicamentos precisos para la sanación, que atiende a quienes no tienen empleo mediante prestaciones y salarios de inserción. España es uno de los países que marcó el rumbo de la historia moderna y que al mismo tiempo, pese a todas las piedras que han colocado en el camino quienes no la quieren, ha logrado conservar como muy pocos estados cuatro idiomas y cuatro culturas sin las cuales sería imposible comprender su ser histórico que decía Américo Castro.

España es uno de los países que marcó el rumbo de la historia moderna y que al mismo tiempo ha logrado conservar como muy pocos estados cuatro idiomas y cuatro culturas     

Los movimientos reaccionarios que triunfan por todo el orbe al calor del desconcierto y el miedo al futuro y al migrante, amenazan también a España de manera muy cierta. El cambio climático castiga a nuestro país como a ningún otro de Europa y puede transformarnos en un inmenso desierto. España es también eso, la lucha concertada y sin desaliento contra el fascismo que ya conocemos muy bien en todos los rincones del país, la lucha denodada contra ese cambio climático que no sólo puede acabar con los hechos diferenciales mantenidos contra viento y marea durante siglos, sino con el bienestar y el futuro de todos. Ante esos retos, los mayores que ha sufrido un país muy castigado por la historia, no sirve la guerra de guerrillas, ni el sálvese quien pueda, sino la ilusionadora empresa de volvernos a inventar, de no ver como inevitable lo que se puede evitar con el concurso de todos. Entre tanto, Puigdemont, Abascal, Ayuso y Felipe González pueden seguir jugando al pasado con la vista siempre puesta en algo que no existió o que dejó de existir. El mundo es otro y todas las manos son pocas ante los retos que nos esperan, empero, contamos con la experiencia de siglos y siglos de dificultades, siempre superadas.

Qué es España