domingo. 28.04.2024
Esperanza Aguirre, en la calle Ferraz frente a la sede del PSOE
Esperanza Aguirre, en la calle Ferraz frente a la sede del PSOE

Mientras cada día que salgo a la calle la ciudad está mucho más sucia que el día anterior, como si la empresa a la que han regado de millones no tuviese más obligación que la de cobrar; mientras los políticos reaccionarios han decidido destruir nuestras ciudades dedicándolas a los turistas y a expulsar a los moradores autóctonos; mientras la mayoría de los jóvenes no pueden acceder, debido a esas políticas, a una vivienda mínimamente digna a un precio asequible; mientras somos el país que menos ha protestado en la calle contra las matanzas de palestinos que a muchos nos impiden dormir; mientras el partido que llenó España de corrupción, robo y especulación, que privatizó la enseñanza y la sanidad, que dejó a los viejos morir en las residencias, ha sido recompensado en las urnas municipales y autonómicas; mientras el PP sigue entregando hospitales, escuelas y asilos a multinacionales y amigos en detrimento del servicio constitucional que se les asigna; mientras se secan Doñana, Daimiel y Cazorla por la falta de lluvia, pero sobre todo por que roban el agua, los cavernícolas españoles han decidido echarse al monte y volver a crear, como hicieron a partir de 2010, un grave problema en Cataluña, al intentar impedir que Pedro Sánchez forme gobierno negociando el apoyo de dos partidos catalanes a cambio de una amnistía que, pasados seis años desde aquellos lamentables días, serviría de gesto de reconciliación con nuestros paisanos del otro lado del Ebro, a quienes, entre otras muchas cosas, debemos el trabajo y la vida que dio a millones de españoles expulsados de sus lugares de origen por la miseria y el caciquismo.

Los cavernícolas españoles han decidido echarse al monte y volver a crear, como hicieron a partir de 2010, un grave problema en Cataluña 

Confieso, y lo he dicho varias veces en estas páginas, que no guardo la menor simpatía hacia Puigdemont, no porque no me guste su cara, me caiga mal su ademán o me parezca ridículo su corte de pelo. Simplemente porque creo, estoy convencido de ello, que es un político mediocre, con muy poca cintura y que se cree depositario, como residente que fue en el monasterio de Poblet y defensor de la importancia de las raíces cristianas de Cataluña, de una misión histórica avalada desde las alturas celestiales. De no haber sido así, si hubiera contado con el conocimiento, la cultura y la perspectiva necesaria de un político solvente, jamás habría protagonizado los hechos acaecidos en septiembre y octubre de 2017, jamás habría encendido la mecha que ha llenado España -Cataluña ya lo estaba- de banderas, de odio irracional y de patrioterismo casposo. Eligió la vía unilateral, contestar a los ataques de la ultraderecha españolista con un portazo, huir en el maletero de un coche, instalarse en un palacio en Waterloo y hacer del victimismo un estandarte. Especialista en meter a los suyos en callejones sin salida, en traicionarlos cuando lo ha considerado, también unilateralmente, y en proponer problemas nuevos a cada solución, Puigdemont es un político amortizado que demuestra su pequeñez al haberse incluido en las negociaciones como posible beneficiario de sus resultados.

Dicho esto, toca hablar de la caverna. Muchos siguen todavía apelando a la moderación del Partido Popular y a su sentido del Estado, advirtiéndole del riesgo que contrae al seguir las políticas diseñadas por Vox. Creo que es un error porque el Partido Popular nunca ha sido un partido moderado, no lo ha sido a la hora meter las manos en las arcas públicas, no lo fue cuando se destruyeron los discos duros de los ordenadores que usaba Bárcenas, no lo ha sido ni lo es al acometer con brutalidad y contra el interés general la privatización de la Educación, la Sanidad o el cuidado de la vejez, tampoco al convertir el derecho constitucional a la vivienda en el derecho de los propietarios y las multinacionales inmobiliarias a cobrar 600 euros por una habitación de diez metros cuadrados, al consentir la desecación de una de las joyas naturales de España como es Doñana o al entregar a amigos y conocidos buena parte del dinero público que maneja para que se lucren y puedan hacerse una casita en Miami, paraíso de lo hortera con el que sueñan muchos de ellos.

El PP nunca ha sido un partido moderado, no lo ha sido a la hora meter las manos en las arcas públicas, o de acometer con brutalidad la privatización de la educación, la sanidad o el cuidado de la vejez 

El Partido Popular, Vox es su hijo mimado al calor de las caricias de Aguirre y Aznar, fue el más votado en las pasadas elecciones generales, sin embargo, su trogloditismo, su herencia franquista, su concepción de España como finca patrimonial, le ha impedido no sólo pactar, sino siquiera abrir un periodo de negociación con los partidos periféricos. En esa tesitura, en una democracia parlamentaria, corresponde a otro la oportunidad de formar gobierno. Para formar gobierno cuando se está en minoría es imprescindible negociar, y las negociaciones consisten en un tira y afloja donde unos ceden en unas cosas y otros en otras para conseguir la mayoría parlamentaria que posibilite llevar a cabo un proyecto político determinado. El Partido Socialista ha demostrado durante los cinco últimos años que se puede gobernar en minoría llegando a pactos con partidos opuestos que no le impidan sacar adelante su programa electoral. Ahora busca de nuevo acuerdos para seguir su acción de gobierno. Los cavernícolas ven posible que esas negociaciones fructifiquen y posibiliten que Sánchez siga un tiempo más en Moncloa y no están dispuestos a consentirlo porque para ellos el único socialista decente es Felipe González, al que están a punto de nombrar presidente de honor y gentilhombre de cámara de Feijóo. Para impedirlo han lanzado a su juez estrella, García Castellón, a procesar a quien se le ocurra, han lanzado a sus jueces del Poder Judicial, que tenían que haber dimitido hace cinco años, a pronunciarse oficialmente contra una ley que desconocen porque todavía no existe y a sus presidentes autonómicos a boicotear cualquier acción de gobierno sin detenerse a considerar si es buena o mala para España.

Para impedirlo han lanzado a su juez estrella, García Castellón, a procesar a quien se le ocurra, han lanzado a sus jueces del Poder Judicial a pronunciarse oficialmente contra una ley que desconocen

Empero, echados al monte como están, al margen de los cauces parlamentarios, han diseñado una estrategia que consiste en fomentar el odio de una parte de los españoles contra Cataluña, volviendo a poner de relieve su incapacidad para comprender, para amar a España. La amnistía, como los indultos personales, es un instrumento de gobierno que ha sido utilizado por todos los países democráticos del mundo para resolver problemas enquistado y de mal pronóstico. Se trata de ofrecer generosidad, comprensión y cariño a quienes en un momento dado emprendieron acciones contra un orden constitucional que creían les dejaba fuera, se trata de abrir la mano y brindar un abrazo a quienes llevaban años sin recibirlos, soportando boicots a sus productos, insultos y descalificaciones difícilmente compatibles con la fraternidad que debe guardarse entre compatriotas. Es posible, no lo niego, que gentes como Puigdemont puedan volver a romper la baraja porque en su cabeza cabe poco más que lo que ven sus ojos, pero desde luego vale la pena intentarlo, intentar cerrar heridas y abrir un tiempo de armonía que nunca debió romperse.

La actitud del Partido Popular, Vox, como dijimos en un sucedáneo castizo y ramplón, al lanzar a sus militantes y simpatizantes a las calles al grito de “Pedro Sánchez hijodeputa” sólo demuestra la escasísima calidad moral de sus dirigentes, su irresponsabilidad histórica y un afán desmesurado por destruir España, por volverla a ver antes muerta que de otros.

Los cavernícolas que quieren destruir España