martes. 30.04.2024

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Durante el largo mandato de la Canciller Merkel, los europeos, cada vez más propensos a vivir de mensajes prefabricados y no del espíritu crítico que hizo avanzar nuestra civilización, nos acostumbramos a escuchar que la estabilidad proporcionada por la canciller eterna era el fundamento de la prosperidad de ese país modélico. Pero la prosperidad no se funda en la mera estabilidad, sino en una política. Y mientras la señora Merkel imponía una política neoliberal de rostro más amable de lo que sus correligionarios acostumbran, implantaba en su país un modelo de precariedad laboral, falta de inversión en servicios públicos e innovación cero. “Nada de experimentos”, como decía el eslogan de su predecesor, Konrad Adenauer, en los años cincuenta. 

El resultado es hoy un país que no recuerda a lo que los meridionales habíamos aceptado, con humildad digna de mejor causa, como modelo: los trenes llegan tarde, la transformación digital no existe, la industria languidece. Algunos analistas hablan ya de una “depresión estructural” de la economía alemana.

Lo que los liberales llaman “la mano invisible del mercado” es la mano oculta de la política económica. Y la política económica se diseña en despachos, “Think tanks” y empresas

Hoy ya nadie discute que la política restrictiva impuesta en primer término por Frau Merkel, con la ayuda de otros países del norte, fue la causa mayor de que Europa llegara a la pandemia con unos niveles de recuperación muy inferiores a los que exhibían los Estados Unidos que había regido Obama. Se le ha puesto nombre a aquella política demencial: austericidio. Hoy Frau Merkel se ha ido, dicen que veranea en Tenerife, y sus sucesores en la cancillería ven cómo les culpan de una situación crítica mientras tienen una guerra al lado de su frontera. Pero todo esto no vino del cielo: vino de una política dañina -no equivocada, como se dice siempre, una equivocación se comete sin querer-, que es la que hoy representan, ya sin cara amable, los Trump, Milei, Ayuso y demás “populares” de este mundo. La que aplicarían a una Europa en peligro los populares de Manfred Weber, que con tan buenos ojos ven a la ultraderecha que justifica, como Milei, vender riñones humanos en el mercado libre. 

Las cosas no suceden por casualidad. Lo que los liberales llaman “la mano invisible del mercado” es la mano oculta de la política económica. Y la política económica se diseña en despachos, “Think tanks” y empresas. Y cuando los servicios públicos están destruidos, y no se sabe cómo recuperarlos, empiezan a escucharse tambores de guerra, y a pensar en la industria militar como palanca de la economía. Es decir, en invertir el dinero público, pero no en beneficio de los ciudadanos, sino de eso que llaman “la economía productiva”. Paso en falso después de un paso en falso. Lo único que mejora la productividad es un reparto justo, con mucha más gente capaz de participar en la economía por encima del nivel de supervivencia. Que no parezca que nos preparan para la guerra cuando, en realidad, nos están preparando para que les demos más margen de maniobra en las elecciones europeas. 

Política y economía