sábado. 27.04.2024
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Bancada del PP en el Congreso de los Diputados.

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En alguna otra ocasión he recordado que alguien tan poco sospechoso de afiliación izquierdista como Emilio Romero, camisa vieja del falangismo y director del diario “Pueblo”, afirmó que la derecha, para ganar unas elecciones tenía que mentir y la izquierda, sin embargo, no. Simplemente porque la derecha defendía los intereses de doscientas familias y eso no daba votos suficientes. En un estudio académico reciente realizado por Darren Lilleker y Marta Pérez-Escolar, se analizaron 300 mentiras políticas en España, siendo el resultado principal que la derecha miente considerablemente más que la izquierda.

En realidad, la mentira es rentable políticamente porque a la realidad maledicente del mentiroso todo le está permitido al no tener que demostrar nada puesto que sus partidarios no pueden seguir a un mentiroso y por ello la mentira se convierte en verdad irreversible y la verdad en una conspiración maligna. Decía Ramón de Garcíasol que era creencia popular que los ruiseñores cantaban mejor si eran ciegos y para ello se les quemaban los ojos y eso es hábito en los partidarios del mentiroso, la ceguera se convierte en un dogma que produce una armonía distinta. Pero si la verdad es una conspiración la democracia es imposible. El triunfo de la mentira requiere el magma de la arbitrariedad y cuando la arbitrariedad configura la realidad de un país, nadie que no forme parte de la gestión de la mentira o se beneficie de ella puede estar tranquilo.

Dicho en una frase, la familiaridad puede sobreponerse a nuestra racionalidad, lo que implica varios conflictos, como que las noticias antibulos pueden ayudar a propagar su apoyo, que lo que es en apariencia más sencillo y falso puede convencernos mejor que lo cierto y complejo. Ello explica el éxito de una de las consignas de Goebbels: “los judíos graznan".

La posverdad está en las mentiras de los que intentan atraer a la gente presentándose como lo que no son y prometiendo lo que no creen. Y lo grave es que la ciudadanía les tome en serio. El término fue usado por primera vez hace un cuarto de siglo en un artículo de The Nation sobre la primera guerra del Golfo. En su trabajo, el autor decía que lamentablemente el mundo occidental ha elegido libremente vivir en una especie de mundo de la posverdad, donde lo cierto como tal ha dejado de ser relevante.

La beligerancia crispante e inmoderada del PP y VOX abren un camino inextricable en la vida pública y la sociedad española de consecuencias imprevisibles

Todo ello es la causa de la extremosidad a la que la derecha intenta llevar la esgrima de la vida pública española. El franquismo reformado en el que se instala el conservadurismo carpetovetónico utiliza todo su arsenal de dialéctica autoritaria y obscenidad verbal ante una mayoría parlamentaria que es el reflejo de una España muy diferente a aquella que la derecha sepia quiere volver a reunir en la Plaza de Oriente. Una solución política autoritaria requiere con anterioridad un caos necesario aunque sea inexistente, crear una ficción de país que suponga una distopía para esa España real que la derecha niega. La beligerancia crispante e inmoderada del PP y VOX abren un camino inextricable en la vida pública y la sociedad española de consecuencias imprevisibles. El enfrentamiento sin reservas contra la pluralidad democrática del país, la negación violenta del adversario político, la posición ideológica propia como única posible son elementos seminales de escenarios donde la democracia es impracticable. Conocemos el concepto de la libertad de Ayuso, la presidenta de Madrid: tomar cervezas sin que coincidamos que nuestro ex.

Pero esta puerilidad mendaz coloca al ciudadano ante un espejo cóncavo de feria que lo desfigura hasta el punto de ser beligerante contra sí mismo. La derecha y sus fielatos mediáticos y de altas puñetas nos pone a la gente de la calle, de tres al cuarto ante el dilema que escribió el pastor luterano alemán Martín Niemöller:

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

Goebbels ha vuelto, ¿o nunca se fue?