sábado. 04.05.2024

Moción de censura

El Partido Popular es hoy un barco a la deriva, con una tripulación levantisca, y las ratas preparadas para abandonarlo.

El PP es hoy un barco a la deriva, con una tripulación levantisca, y las ratas preparadas para abandonarlo

A pesar de su mayoría absoluta en las Cámaras y el gran poder que sigue administrando en Ayuntamientos y Comunidades, el Partido Popular es hoy un barco a la deriva, con una tripulación levantisca, y las ratas preparadas para abandonarlo. Los escándalos se suceden, se amontonan, sin que dé tiempo a que actúen las brigadas de la limpieza que, a su vez, están contaminadas. El hundimiento de un partido político gobernante es una mala noticia, no sólo para quienes se cobijan en sus siglas sino para el conjunto de la sociedad. En una situación de crisis profunda como la que acaba de poner de manifiesto la última encuesta de la EPA, que sitúa el paro en casi cinco millones y medio de personas, con una tasa superior al 23% y un insoportable y creciente número de familias sin ningún ingreso, sin horizonte de salida para millones de parados de larga duración, la descomposición del partido que gobierna (¿) amenaza con descomponer todo el Sistema.

No es la primera vez que asistimos los españoles a una coyuntura de este tipo tras la recuperación de la democracia. La UCD cumplió su ciclo, sin la tacha de escándalos y corrupciones que hoy pesan sobre el Partido Popular, cuando se hizo evidente que la arquitectura que lo sustentaba era muy frágil y las ambiciones personales se impusieron al diseño común, ajenos a la desesperanza de los españoles. Por todo el país circuló una idea de Cambio, difusa al principio, pero que fue consolidándose cuando en unas elecciones municipales - y en Andalucía- se perfiló una alternativa de izquierda liderada por el Partido Socialista. Un momento clave para que los españoles asumieran con alivio que existía otra posibilidad de ser gobernados, fue el de la presentación de una moción de censura, en 1980, en la que Felipe González asumía el reto de convertirse en presidente del Gobierno. Lo sería, con un respaldo histórico dos años después. El debate parlamentario trasladó a la sociedad la imagen real de la nación, a pesar de la previsible derrota aritmética. El PSOE sumó a sus 120 diputados otros 32 de la izquierda.UCD recontó sus 166. Se abstuvieron 19, entre ellos el grupo de Fraga y CiU. Se ausentaron los diputados del PNV. Suárez sabía que así no podría seguir en la Moncloa. Felipe se preparaba para ganar las próximas elecciones.

El mapa parlamentario es hoy muy distinto. A buen seguro, el marcador final resultaría más holgado para Mariano Rajoy que la raspada victoria de Adolfo Suárez. Pero sería igualmente una victoria pírrica. Los millones de españoles que no se sienten hoy representados en el Parlamento están presentando a diario unas mociones de censura social, a falta de un referente claro de liderazgo político. Los votos están en la calle, en los medios y en las redes sociales. Son una realidad con independencia de las cuotas de poder que ya hayan alcanzado. La moción de censura la presentan a diario en esos escenarios, mientras el Parlamento asiste, impotente, al bloqueo de cualquier iniciativa de la oposición de carácter regenerador de la democracia y se veta la comparecencia de Presidente del Gobierno o de los ministros afectados por el último escándalo. Obligación de un dirigente político, con capacidad legal para hacerlo, es dar un paso adelante, asumir ese compromiso, reivindicar la dignidad del Congreso, y mostrar al conjunto de los españoles el proyecto con el que se puede subvertir una situación que se hace día a día, más asfixiante. Admito mi ignorancia en tácticas y estrategias y leeré con atención los argumentos en contrario. Como simple ciudadano, transmito un sentimiento.

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