jueves. 16.05.2024

El Papa va por Madrid

La existencia está siempre al borde del sinsentido. Continuamente asomada a ese abismo, necesita justificaciones que la mantengan en pie. Estamos a gusto con nosotros mismos porque nos hemos inyectado un aplauso vital que nos conserva erguidos. Cuando esa erección decae, se hace apetecible la muerte y el vacío infinito. En esta dualidad nos debatimos porque en ella, como médula, vivimos.

La existencia está siempre al borde del sinsentido. Continuamente asomada a ese abismo, necesita justificaciones que la mantengan en pie. Estamos a gusto con nosotros mismos porque nos hemos inyectado un aplauso vital que nos conserva erguidos. Cuando esa erección decae, se hace apetecible la muerte y el vacío infinito.

En esta dualidad nos debatimos porque en ella, como médula, vivimos. Y nunca de verdad sabemos por cuál optamos, porque el ser y el no ser son fuerzas que desgajan la decisión de cada momento.

Así lo vivimos en lo personal y en lo colectivo. También una comunidad necesita de motivaciones que la mantengan. De lo contrario puede despeñarse, abandono abajo, hacia la propia nada.

La Iglesia ha hecho de su conciencia de permanencia hasta el final de los tiempos el eje horizontal e indiscutible de su ser. Nadie le puede señalar un término porque va contra su propia definición. Y esa conciencia, basada nada menos que en la indestructible palabra de su fundador, la convierte en presencia permanente de Dios en el mundo.

Pero la realidad es otra. Existir en el tiempo significa estar sometido a la fricción de las horas, de los días, de los años. El tiempo desgasta la hermosura de existir. Se va haciendo vejez la vida, deflación, incertidumbre en la apoyatura del vivir. Se echa el paso adelante con la inseguridad de encontrar tierra sólida y la duda de crear huella para el pie siguiente. Un día no encontraremos sustento sólido y nos despeñaremos, nada abajo, hasta otra nada de algodón seca y sombría.

Fátima, Lourdes, semana santa, Guadalupe, Luján, Vaticano. Solemne gregoriano, polifonías triunfantes, vigilias de luz y resurrección. Todo multitud. Y en esas multitudes una Iglesia que encuentra su razón. El número de reunidos da sentido a la vigencia de una lejanía inmensa que se cree cercana en momentos muy concretos. Aglomeraciones sin mensaje o con uno ajeno a la humanidad que trabaja, amasa pan en un andamio, muere de hambre en Somalia o se desangra en guerras. Mensaje que remite a otro mundo despreciando este tablado de vivencia humana y humanizante. La Iglesia vive de multitudes y con ellas se conforma. La sostiene la matemática numérica pura, aséptica, de laboratorio. Y ahí, en esa probeta, experimenta su grandeza, su dimensión de burbuja, su perdurabilidad como mensajera de un ayer sin mañana.

Acaparadora de la verdad única, en contradicción flagrante con la verdad conquistada entre angustias y alegrías por esa aventura que significa ser hombre, la Iglesia se coloca por encima del bien y del mal y por tanto ajena a la lucha diaria, al camino que se hace al andar, a las sombras despejadas a fuerza de músculo para encontrar un poco de luz que llevarse a los ojos. Dios no es el poseído, sino el buscado. Dios no es una consecución del hombre como pensaban los griegos, sino el que se encuentra con la humanidad en una encarnación gozosa y exultante. La Iglesia no es una luchadora, sino una falsa dispensadora de la riqueza que posee y que regala desde su postura dominante a quien implora la salud del hijo, la salida del INEM, la coincidencia con el gordo de Navidad a cambio de andar descalzo detrás de un nazareno, con cadenas tras la Macarena. Chantaje, sólo chantaje. Comercio cómplice de una Iglesia que se da por satisfecha con esa fe descafeinada ajena a un evangelio recio, comprometido y exigente.

Viene el Papa. Aplausos, autoridades de cuatro millones de parados, hambre mortal por el cuerno de Africa, familias desahuciadas mientras los presidentes bancarios besan un anillo de oro, viejos con trescientos euros para llegar a fin de vida. Multitudes y fe. Cincuenta millones de euros y fe. Banderas ,ilitares rindiendo honores y fe.

Estoy junto a una acera viendo pasar el tiempo. Sólo le pido a la vida un ramo de rosas laicas.

El Papa va por Madrid
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