sábado. 04.05.2024

¿Derechización y/o indignación?

Existe un bloque de poder impresionante (en el ámbito estatal, europeo y mundial), pero poco legítimo, aspecto que señala su vulnerabilidad. Esa deslegitimación de gran parte de la sociedad hacia su gestión de la crisis y sus políticas regresivas, sin atender a las amplias necesidades de la sociedad, ya las está condicionando, en su alcance, generalidad y ritmo.

Existe un bloque de poder impresionante (en el ámbito estatal, europeo y mundial), pero poco legítimo, aspecto que señala su vulnerabilidad. Esa deslegitimación de gran parte de la sociedad hacia su gestión de la crisis y sus políticas regresivas, sin atender a las amplias necesidades de la sociedad, ya las está condicionando, en su alcance, generalidad y ritmo. Pero los poderosos, los mercados, tienen un gran margen de maniobra para seguir presionando en esa dirección antisocial. Sin el reequilibrio entre las fuerzas sociales, particularmente en el ámbito europeo, es difícil un cambio sustancial.

En el panorama europeo y español, a corto plazo, no aparecen fuerzas sociales y políticas suficientemente consistentes para forzar un cambio profundo en la orientación de la gestión y el tipo de salida de la crisis y en la regeneración de la vida democrática y el sistema político. Es un empeño a medio plazo pero que debe contemplarse en el horizonte y ser consecuente con él en el terreno práctico y teórico. Hacer frente a ese reto conlleva una mayor participación ciudadana y la profundización democrática, una revalorización de la política, en el sentido amplio de intervención ciudadana en la cosa pública, junto con la suma y convergencia de actuaciones de las izquierdas y el tejido asociativo progresista en cada ámbito, europeo, estatal o local. Sin la activación de la ciudadanía y la expresión pública y persistente de la exigencia de rectificación de la política socioeconómica dominante, existe poco margen para la consecución de pactos equilibrados o reformas sustantivas. Las propuestas alternativas crean conciencia social y son guías para la acción práctica por un cambio más justo. Pero dependen del grado de apoyo ciudadano, de su fuerza social.

La socialdemocracia, en gran medida, ha renunciado a sus compromisos sociales, se mantiene dependiente de esas estructuras de poder, ha perdido la confianza de una parte de sus bases sociales, tiene poca credibilidad para renovar su discurso, y su futuro es incierto. Al mismo tiempo, el resto de la izquierda política aunque posee cierta representatividad electoral e institucional (sobre todo en el ámbito local) está muy fragmentada y tiene diversas inercias del pasado, limitada influencia y capacidad transformadora, y está muy condicionada por sus intereses inmediatos de conseguir resultados electorales y presencia institucional.

En ese sentido, la esfera político-institucional todavía presenta más dificultades y complejidades para proceder a su consolidación y renovación, para reflejar en el campo electoral e institucional los cambios progresistas que se van produciendo en el campo social. La cuestión abierta es cómo se configuran las nuevas representaciones y expresiones públicas. En el plano político, incluido la crisis y/o renovación de los partidos socialistas a medio plazo y la articulación del resto de la izquierda política –contando la nacionalista y la verde-. Pero, sobre todo, en el plano social, en la configuración de esa corriente social y sus expresiones organizativas, tanto en el movimiento sindical cuanto en el conjunto del tejido asociativo y los movimientos sociales, particularmente, la consolidación y la continuidad o no del movimiento 15-M tras las elecciones generales del 20-N.

Por tanto, se está produciendo un cambio y un reajuste de las formas expresivas, formas de acción, estructuras organizativas y discursos, junto con nuevas élites representativas de una ciudadanía indignada y más activa. Aparte de otras dinámicas sociales paralelas, de significado cultural y sociopolítico distinto o ambivalente, se va configurando un campo social progresista o de izquierdas, globalmente positivo, con gran conciencia colectiva y valores democráticos, solidarios y de igualdad, y bien orientado en sus objetivos generales de justicia social. Con el sedimento de toda la trayectoria progresista desde la transición democrática, su configuración específica en esta etapa está en sus comienzos y tiene todavía diversas carencias. Una, importante, es su reflejo en las instituciones políticas (o en el campo electoral). Para ello debe madurar más, afirmar su autonomía de esa esfera institucional, favorecer una mayor renovación de los propios partidos políticos progresistas y de izquierda, así como modificar el sistema institucional y electoral y las formas de participación democrática. La insuficiencia y la dificultad mayor es sobre la consistencia, continuidad y unidad de esa corriente ciudadana como fuerza social operativa (incluida la reorientación y dinamismo del movimiento sindical, la articulación del movimiento 15-M, el devenir de las izquierdas nacionalistas y el desarrollo de otros movimientos sociales, como el ecologista). Afecta a su componente sociocultural, expresivo y de articulación democrática, a su influencia en las políticas públicas y al condicionamiento del propio poder político y económico, junto con las posibilidades de configuración de nuevas élites representativas –contando con parte de las anteriores en un proceso de renovación y regeneración- con un nuevo pensamiento social más crítico.

Otro aspecto de esta nueva dinámica ciudadana son los resultados transformadores en la conciencia social, las condiciones de vida concretas, los equilibrios sociales y las soluciones a medio plazo. Ello, en un contexto político de probable dominio institucional de las derechas políticas (con la victoria del PP en las elecciones generales) y unas dinámicas económicas que no superen el estancamiento económico y del empleo, se subordinen a los mercados y fuercen mayores recortes sociolaborales.

En ese sentido, cabe el desarrollo de dinámicas problemáticas: ascenso del populismo y la xenofobia, conflictos interétnicos, tendencias autoritarias y derechistas, agresividad intergrupal, prevalencia del orden social y económico y miedo al cambio… Y tampoco hay que descartar evoluciones paralelas y tensas de ambos sentidos, reaccionario o progresista, de esas nuevas tendencias sociales.

En todo caso, la radiografía del sistema institucional derivado de las elecciones generales del 20-N (al igual que el 22 de mayo, con las locales y autonómicas) probablemente con una mayoría de derechas en el Parlamento es expresivo no tanto del aumento del electorado de derechas, cuanto de la desafección de una parte de la base electoral socialista, así como la fragmentación y debilidad del resto de la izquierda política, amplificada por el sistema electoral poco proporcional. El resultado puede ser una composición del parlamento y el Gobierno, legales según la normativa actual, con importante legitimidad al descansar en un amplio proceso electoral, pero sin una confianza popular mayoritaria y con el riesgo de pretender acapararla en exclusiva, para todo y durante cuatro años, en detrimento de la posición crítica de una gran parte de la ciudadanía poco representada institucionalmente. Y aquí, al igual que en otras ocasiones con la propia legitimidad de los sindicatos, adquirida a través de otros canales representativos, habrá que valorar los apoyos reales que los diferentes segmentos de la sociedad aportan a través de otras formas de representación sobre los temas más significativos y en cada momento trascendental, como con la exigencia de un referéndum para decidir la reforma constitucional. Así, junto a la derechización del sistema político, en el plano social, puede pervivir un bloque ciudadano crítico con las políticas conservadoras de ambos grandes partidos institucionales entre los que, aparte de la crispación de su pugna electoral, han coincidido en la orientación regresiva (mayor o menor) de la gestión de la crisis y en la desconsideración –poco democrática- a la amplia opinión ciudadana que ha manifestado su indignación.

En Europa (y en España), cabe una involución conservadora, autoritaria y populista y, particularmente, un repliegue nacionalista en los países centrales, el debilitamiento del modelo social europeo y de una unidad solidaria. Pero junto a esa tendencia también hay signos de la defensa ciudadana de los derechos sociolaborales y la participación democrática. La realidad es ambivalente y el sentido del devenir sigue abierto. Como dice Touraine, la crisis es el resultado de la ruptura impuesta por los financieros entre sus intereses y los del conjunto de la población; los agentes sociales, golpeados por la crisis económica y social, pueden sufrir tanto una exclusión social creciente, como ser testigos de una aceleración de la mutación cultural. Según este autor, los años venideros oscilarán entre la catástrofe y la refundación de la sociedad. Su objetivo es estudiar los factores que pesarán en un sentido u otro, y destaca la importancia de la cultura de los derechos humanos universales. Igualmente, aquí se destaca la relevancia de los derechos sociales y económicos y la participación democrática de una ciudadanía activa, la importancia de la política, como intervención de la sociedad en los asuntos públicos y la regulación de la economía, frente a la tendencia hacia la prioridad de los beneficios privados que guía la economía liberal y su independencia de la sociedad, la ética colectiva y los poderes públicos.

Se puede aventurar una dinámica para los próximos años con dos elementos: el probable nuevo ciclo político con hegemonía institucional de las derechas –con los resultados de las elecciones generales del 20-N-, y la persistencia de los grandes problemas socioeconómicos y de empleo. Su evolución y, sobre todo, el tercer elemento, las respuestas de la sociedad, de las diferentes corrientes y movimientos sociales, irán condicionando y definiendo el futuro. No todo está dicho, ni el poder establecido es el único que tiene la palabra. La ciudadanía activa e indignada, los grupos de izquierda y los movimientos sociales –incluido el sindicalismo- también tienen cosas que decir. La acción colectiva progresista y el pensamiento crítico son el camino a recorrer.

En todo caso, la trayectoria de estos dos años pasados de respuesta ciudadana a la crisis y sus gestores, con sus aciertos y errores, insuficiencias y virtudes, nos ha traído enseñanzas, ha configurado una dinámica sociopolítica con altibajos, avances y retrocesos, pero prometedora, y ha recorrido un camino desde el que hay que continuar caminando. El futuro está por venir, depende de lo que hagamos en el presente; la realidad social tiene distintas posibilidades de evolución y ofrece diversas oportunidades, pero este devenir es estimulante para los partidarios de un cambio social por la igualdad.

Las coyunturas críticas en la historia añaden complejidades y dificultades para la acción práctica y el pensamiento social, hacen envejecer o desplazar determinados discursos, élites, proyectos y formas sociales, pero también ofrecen, no sin esfuerzos adicionales, oportunidades y estímulos para renovarlos y crear nuevas ideas y formas expresivas que favorezcan la interpretación más adecuada de la realidad y la acción práctica más justa para cambiarla.

¿Derechización y/o indignación?
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