viernes. 10.05.2024
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Una nueva visión, mucho más responsable y avanzada, empieza a extenderse entre los consumidores. Estos comienzan a ser conscientes de que su papel es importante para llegar a un modelo en el que se produzcan alimentos de forma sostenible, suficientes para todos los habitantes del planeta y que no comprometan los recursos naturales del futuro. 

Afortunadamente, esta visión, que hace pocos años se limitaba a un sector muy reducido de la población, está cobrando fuerza día a día.

Pero para poder llegar a satisfacer esta demanda responsable debemos establecer (o re-establecer) nuevos modelos agrícolas y ganaderos que, siendo viables económicamente, respeten los recursos hídricos, no sobreexploten la tierra ni los animales, tengan en cuenta el tratamiento de los residuos generados –dándoles una salida no perjudicial o mejor aún, encontrando una vía de reutilización- y minimicen el gasto energético. ¿Una utopía?

Gallinas camperas: un modelo ganadero viable

No tanto. Desde hace décadas operan en España pequeños ganaderos que han optado al 100% por el modelo de ganadería extensiva, aunque eso les suponga ir contracorriente, competir en desigualdad de condiciones con los grandes y buscar fórmulas alternativas para lograr la rentabilidad económica. 

Ejemplo de este camino no transitado es el de las gallinas camperas como opción a la tradicional industria avícola, mayoritaria en España desde los años 60, década en la que las pequeñas explotaciones desaparecieron por completo.

En nuestro país, aproximadamente un 78% del huevo que consumimos procede de grandes industrias avícolas en las que las gallinas permanecen encerradas en jaulas dentro de naves, sin ver jamás la luz del sol ni respirar aire libre. Como podemos imaginar, en estos modelos avícolas el bienestar animal o la sostenibilidad no es la prioridad, sino la rentabilidad económica. 

Estas granjas son grandes consumidoras de recursos (energía, agua…) y generadoras de residuos, lo que las está poniendo en el punto de mira de los consumidores más conscientes. 

Pero existen otros modelos sostenibles y respetuosos que además son viables desde el punto de vista económico. En 1996 se fundó en Galicia Pazo de Vilane, la primera granja de gallinas camperas, criadas en lotes pequeños, en gallineros sin jaulas –donde ponen y duermen- y, sobre todo, con libre acceso todos los días a amplios pastos verdes (incluso en verano). 

El modelo diferencial de esta granja especializada en campero –sólo produce este tipo de huevo- se basa en dos premisas: el bienestar animal por encima de todo, y la calidad del producto para conseguir que tenga valor propio en el mercado. 

Este novedoso punto de vista dio el pistoletazo de salida a otras muchas pymes que se sumaron a esta visión. 

¿Qué diferencias sostenibles aporta la avicultura campera frente a la convencional?

La primera de todas estriba en la calidad de vida de las propias gallinas, esto es, en la búsqueda de su bienestar animal. A los beneficios obvios de la vida en libertad en el exterior y al desarrollo de los instintos naturales de las aves (picoteos, aleteos, correteos) se suman los propios de respirar aire libre. 

Tras casi dos años de pandemia y encierros intermitentes podemos imaginarnos más fácilmente lo duro que es para un animal estar encerrado (en su mayoría, dentro de jaulas) toda su vida.

La segunda se basa en la alimentación. Las gallinas camperas no sólo reciben el pienso (cereales, leguminosas, vitaminas, calcio…) que le proporciona el granjero, sino que instintivamente tienen la oportunidad de ingerir flores, hierbas o incluso piedritas que, en la molleja –recordemos que las aves no tienen estómago- les ayudan por el efecto molino a triturar el pienso y a asumir todos los nutrientes de forma adecuada. 

La tercera es una gestión más sencilla de los residuos procedentes de la ganadería. Las pequeñas explotaciones avícolas extensivas, al contar con un número muy inferior de gallinas, generan un volumen de gallinácea –heces de aves- también menor. Este residuo, en parte, suele absorberse naturalmente por la tierra como abono; aunque una solución paralela la aplican en Pazo de Vilane, donde el excedente es recogido para su tratamiento y reutilización en forma de compost. 

Por último, pero no menos importante, es la sostenibilidad desde el punto de vista humano. Las explotaciones de huevos camperos generan muchos más puestos de trabajo –en comparación con su volumen de producción- que las grandes granjas del sector avícola, donde al estar las gallinas enjauladas y el cuidado automatizado se necesita menos personal.

Naturalmente, esta visión “artesanal” de la producción de gallinas camperas implica mayores costes y un precio de mercado un poco más alto que, a nuestro juicio, queda más que justificado por las razones anteriores (y otras muchas que no hemos reseñado, como la preservación del territorio, la sostenibilidad de la vida rural, el aporte de riqueza para la España vaciada, el freno a la desertificación…). 

Como consumidores estamos ante una decisión definitiva: seguir efectuando nuestras compras como hasta ahora, sin reparar en cómo está producido un alimento ni valorar su calidad o sabor, o bien optar por la vía más sostenible. Está en nuestra mano.

Gallinas camperas: ejemplo de ganadería respetuosa con el medio ambiente y viable...