viernes. 19.04.2024
Tapabocas

Como toda crisis, la derivada de la pandemia del Covid-19, tiene graves repercusiones sociales y económicas. Consecuencias que no afectan de la misma manera a los hombres que a las mujeres. A su vez, esta crisis tampoco escapa al aumento del riesgo de violencia de género. Pero si hay algo que, lamentablemente, distingue a esta situación de otras crisis, es que ante los esfuerzos por combatir la propagación de un virus, hasta hace poco desconocido, se han dejado de lado las terribles consecuencias para mujeres víctimas de violencia de género. Las medidas de confinamiento y aislamiento social, han obligado a muchas mujeres a pasar largos períodos de encierro con su agresor. Todo esto mientras los recursos disponibles se destinaron a frenar el Covid-19. Como consecuencia, se han registrado un incremento de casos de violencia doméstica en numerosos países. Una dura realidad que reafirma que “la crisis siempre tiene cara de mujer”.

“Es la pandemia en la sombra que crece en medio de la crisis de la Covid-19”, dice ONU Mujeres sobre la violencia contra las mujeres durante el confinamiento. Según datos de Naciones Unidas, a nivel mundial, antes de que comenzara la pandemia del Covid-19, una de cada tres mujeres sufría violencia física o sexual. En la mayoría de los casos, por parte de una pareja íntima. En ciertos países, esta proporción alcanzaba el 70% de las mujeres. Tras la propagación del virus, las cifras dan cuenta de un aumento en las tasas de violencia de pareja. Desde que se desató la pandemia, el número de llamadas a líneas telefónicas de asistencia a la mujer para casos de violencia en el hogar, se ha quintuplicado. 

Al mismo tiempo que se ha producido el incremento de llamadas, los esfuerzos y recursos empleados para dar respuesta a las mujeres, se han desviado para responder a las urgencias ocasionadas por el Covid-19 y así aliviar la saturación de los servicios esenciales. A su vez, esta sobrecarga del trabajo del personal sanitario ha puesto nuevamente a las mujeres en una situación de vulnerabilidad. Esto debido a que las mujeres representan el 70% del personal sanitario a nivel mundial. Lo que vuelve a poner el foco en la precariedad laboral femenina, una vez más agravada en situaciones de crisis. 

Entre las brutales consecuencias de esta pandemia, no solo se registra un aumento del riesgo de violencia de género y una mayor precariedad y pobreza laboral, sino que preocupa también el incremento de casos de tráfico de mujeres. Así lo ha denunciado la premio Nobel de la Paz, Nadia Murad, quien conoce en carne propia el sufrimiento de las mujeres víctimas de violencia. Ella misma, miembro de la minoría religiosa yazidí, fue forzada a la escalvitud sexual por parte de combatientes del autodenominado Estado Islámico en Irak. 

En palabras de Murad, “las tensiones en el hogar se han intensificado en los espacios confinados, y las órdenes de quedarse en casa han aumentado el tráfico de personas clandestino, lejos de la vista de las autoridades”. Esto debido a que incluso antes de la pandemia, los recursos dedicados a la prevención, rescate y rehabilitación eran insuficientes. Hoy, con el duro golpe que representa la pandemia, los pocos recursos existentes se están agotando.   

Pensando en los proyectos de cara a la salida de la crisis y a la recuperación en la era “post-Covid-19”, desde ONU Mujeres, le dieron la palabra a mujeres líderes que trabajan activamente en primera línea para que manifiesten cuáles son las necesidades en el terreno. “Más ayuda para sobrevivientes de la violencia de género” es el pedido de muchas de esas mujeres. Porque así como se ha sistematizado el incremento de violencia contra las mujeres durante períodos de crisis o conflictos, también se ha generalizado la falta de recursos para el reconocimiento de las víctimas. Lamentablemente, este panorama similar al que describe Nadia Murad, se ha ido repitiendo a lo largo de la historia. 

Hechos aberrantes cometidos contra las mujeres en otras décadas, aún siguen causando heridas profundas en las sociedades contemporáneas. Por solo mencionar uno de ellos, este es el caso de la dura situación que atraviesan cientos de mujeres en Vietnam que fueron víctimas de violencia sexual por parte de soldados surcoreanos durante la guerra de Vietnam. Como consecuencia de dichos actos de violación, decenas de miles de niños de origen mixto vietnamita-coreano, conocidos como “Lai Dai Han”, viven en las sombras de la sociedad vietnamita. Muchos de ellos no cuentan con acceso a la educación, ni tampoco a servicios sociales como atención de la salud. Algo indispensable en los tiempos que corren. 

Se cree que son aproximadamente 800 las víctimas que aún siguen vivas. Algunas de las mujeres víctimas, tenían tan solo 12 o 13 años cuando sufrieron los ataques de los combatientes surcoreanos. Al día de hoy, el gobierno de Corea del Sur no ha reconocido la violencia sexual perpetuada por sus soldados. De aquí la importancia del reconocimiento de los hechos de violencia, de darle visibilidad y de exigir consecuencias para quienes ejercen violencia contra las mujeres. 

Lamentablemente, la violencia de género siempre ha sido una pandemia silenciosa que ha crecido a la sombra de otros acontecimientos. Tal como sucede hoy en día durante la crisis de la Covid-19. Es por ello que tal como lo exigen las mujeres en el terreno, para detener la escalada de violencia en la etapa posterior a la pandemia, se deberán reforzar los esfuerzos y subsanar la falta de inversión, recursos y capacidad que se han dado en las últimas décadas. En definitiva, continuar ignorando el impacto de género de esta, como de cualquier otra crisis, es perpetuar el dolor, la desigualdad y la impunidad de quienes buscan que estos hechos sigan en la sombra. Es por ello que se debe exigir una respuesta urgente, para que ninguna otra crisis tenga cara de mujer. 

Covid-19: otra crisis con rostro de mujer