sábado. 27.04.2024

Vamos a oír hablar mucho de geoingeniería, esa especialización de la técnica ingenieril que vuelca sus esfuerzos en la corrección de disfunciones observadas en el planeta tierra con potencial efecto sobre el modo de vida de los seres humanos. El cambio climático es su objetivo central por razones obvias, el calentamiento del planeta se ha convertido en el objeto de reflexión más retador de cuantos afectan a la humanidad. Visto desde la óptica tradicional de la ingeniería, que supone la solución o minoración de costes de cualquier actividad de corte industrial, podría aplaudirse la bienvenida de esta especialización técnica al engorroso problema del cambio climático.

Pero somos muchos quienes albergamos dudas. Dudas de origen dispar. Unas tienen que ver con las posibilidades reales de afectar al proceso de calentamiento global mediante la utilización de herramientas enfriadoras, como la creación de nubes artificiales con potencial de filtraje de la luz solar que provoca el calentamiento, o la captura masiva de CO2 para rebajar su efecto invernadero en la atmosfera. Son dudas que tienen que ver con la propuesta técnica en sí misma, su viabilidad y su aplicabilidad sistémica. Aclarar este conjunto de incógnitas tiene, afortunadamente, un vehículo formal de comprobación: testar el mecano diseñado y comprobar sus efectos directos e inducidos. Pura ingeniería. 

La geoingeniería actual se ofrece como un vehículo ideal para ese tránsito del caos a la confusión, de la sartén a las brasas

Hay un segundo núcleo del que emanan dudas de otro nivel de complejidad, del que ya no resulta tan fácil y “formal” establecer su sentido, su oportunidad y clarificar la razón de la apuesta ingenieril. Son tantas las dudas que asaltan por doquier que la Climate Overtshoot Comission presidida por Pascal Lamy acaba de lanzar señales de riesgo sobre la sobreinversión en estas iniciativas y sobre el origen del capital invertido en la investigación y el desarrollo de estrategias que centran su esfuerzo en mitigar el cambio climático sin afectar al cogollo de su origen: la quema de combustible fósiles.

Porque la refrigeración del planeta mediante técnicas de geoingeniería tiene, lógicamente, la aceptación social que la industria del petróleo ya no goza. Pero advierte la organización independiente de vigilancia que la geoingeniería aporta, probablemente sin querer hacerlo, un plus de existencia a la industria petrolera y a un modo de vida basado en la quema de combustibles fósiles. Parece que se quisiera conceder una última oportunidad al modelo contaminador caduco. Y lo cierto es que para la gran mayoría de la ciencia, el cambio climático solo tiene una solución: renunciar a la piscina de petróleo en la que alegremente nos bañamos.

Y digo la mayoría de la academia o de la ciencia, y no toda porque hay una parte de ella que ante la eventualidad de conseguir recursos, dinero y oportunidad para el lanzamiento de ideas imposibles o “magufadas” no lo dudan. La industria petrolera ha comprado voluntades políticas, chantajeadas alternativas tecnológicas, ha subvencionado negacionismos inútiles y ha provocado crueles guerras. Y todo ello lo ha hecho porque tiene dinero suficiente para comprar, para anular o retrasar lo que no es sino la única solución efectiva: no al petróleo. 

Para la gran mayoría de la ciencia, el cambio climático solo tiene una solución: renunciar a la piscina de petróleo en la que alegremente nos bañamos

A poco que uno escarbe encuentra que en la trastienda de los autoritarios de todo pelo se encuentra la industria petrolera, sean los hermanos Koch (Trump) Gazprom (Putin) Aramco (Bin Salman) o Shell, BP, Repsol y demás mariposeando por parlamentos y ministerios a ver que rascan. El petróleo tiene mucho dinero y mucha capacidad de influencia y dado que los escrúpulos y la responsabilidad ética no va con ellos, pueden aprovechar cuanta iniciativa oteen con capacidad de favorecer sus intereses. En su situación hacen a pelo y a pluma, pero parece que a la opción política iliberal le están perdiendo confianza. Sucesivos errores y desenmascaramiento de figuras como el propio Trump, Johnson, Bolsonaro o Miley, les hace retorcer el gesto y sin abandonar lo que consideran una trinchera consolidada en su disputa por conseguir algún futuro, ya manosean otras alternativas.

Saben que la ciencia y la técnica la gestionaron mal. Su apuesta directa y sin tapujos por el negacionismo climático, y de paso otros para crear coro y diluir su protagonismo en el conjunto de la negación, les ha situado en un escenario esperpéntico del que saben han de salir. No pueden negar para siempre el valor de la ciencia que ha traído hasta aquí al ser humano. Así es que andan variando su participación en la investigación y desarrollo de propuestas de base científica, siempre que no atenten a la base del negocio petrolero: continuar quemándolo. 

La geoingeniería actual se ofrece como un vehículo ideal para ese tránsito del caos a la confusión, de la sartén a las brasas. Y van a meter mucha pasta en esto. 

Geoingeniería: saltar de la sartén para caer en las brasas