viernes. 19.04.2024

Lamento mostrar discrepancias con alguien tan admirable como lo es George Monbiot, columnista del Guardian y activista en la lucha medioambiental de la mano de Extinction Rebellion. Sus aportaciones al debate sobre la debacle climática sobrepasan las páginas del diario y se extienden por una obra ensayística propia muy enfocada al análisis de sus causas. Que conste desde estas primeras líneas que siento una particular devoción por el modelo de reivindicación y lucha que practica, que ha hecho pública en más de una ocasión: primero estudiar, investigar y analizar, después argumentar y por último fajarse en la lucha de calle con las únicas líneas rojas que la desobediencia pacífica impone.

En sus ensayos (pj Salvaje editado por Capitán Swing) describe a la perfección el modo en el que un capitalismo desenfrenado y sin restricciones ha llevado al mundo, o sea al planeta Tierra, a una situación de agotamiento y riesgo de colapso mucho antes de lo que la tradición ecologista y los paneles académicos (pj Límites al desarrollo del club de Roma) habían predicho. Sus apreciaciones resultan tanto más creíbles cuanto que coinciden con los resultados del panel Intergubernamental para el seguimiento del Cambio Climático (IPCC)  de la ONU. Los daños al planeta comienzan a resultar irreversibles, y aunque la naturaleza muestra una determinación arrolladora para sobreponerse a sus heridas, la humanidad “capitalizada” no ceja de hurgar en ellas impidiendo su cicatrización.

Monbiot, como otros activistas medioambientales identifican sucesivas fallas en lo que consideran potencial derrumbamiento del proyecto humano sobre la Tierra. La crisis climática vendría a emblematizar otras contraindicaciones en el modo de vida inducido por la fórmula capitalista de explotación de los recursos de la naturaleza y la entrega de los beneficios a unos pocos detentadores de los resortes del poder. Identificadas como disrupciones o atascos del modelo, se presentan como sucesivas crisis ensañadas sobre otros tantos aspectos de la vida. Además de la crisis climática, la crisis sanitaria o pandémica, la crisis migratoria de carácter económico, la crisis cohesiva por la excesiva desigualdad social, la crisis demográfica que amplifican los ecos de las anteriores y finalmente las diversas crisis bélicas que responden a la quintaesencia del modelo de vida de suma cero que se esconde bajo todas y cada una de las expresiones de falla sistémica que las crisis manifiestan en uno u otro sentido.

El planeta no es un activo bonificable, sino la casa de todos que solo funciona como hogar ecosistémico de todas las especies, y no como refugio de temporada para los más afortunados

Porque eso es lo fundante del modelo de explotación capitalista visto por el medio ambientalismo, yo gano lo que tu pierdas, incluido el planeta. Solo que el planeta no es un activo bonificable, sino la casa de todos que solo funciona como hogar ecosistémico de todas las especies, y no como refugio de temporada para los más afortunados. El pecado original del capitalismo incrementalista se ve acentuado por la codicia personal y la ambición entrenada de los más afectos de sus practicantes, habiendo llegado a desarrollar un moldeo de vida y de producción que condena al planeta a su extinción, y a todos sus habitantes con él.

Quienes como Mombiot se rebelan frente a la extinción, denuncian que los sistemas que alimentan la producción y consumo capitalista deben ser revisados de manera completa, han de ser transformadas y reconducidas de forma holística todas las manifestaciones de la vida actual, desde la ciencia, a la tecnología, el comercio y los estilos de consumo, pero también las conductas espiritualizantes como el arte, la moral, el deporte y las relaciones sociales que permiten y favorece la culturización de las personas. La huella del ser humano sobre la Tierra habrá de ser reciclada para evitar que hoye rudamente lo que es una superficie muelle y no muy resistente. Y en la medida de lo posible borrar las pisadas que ya escarian el planeta; revertir y corregir los errores provocados por el desequilibrante capitalismo es la tarea prioritaria del movimiento medioambientalista rebelde.

Tarea que parece tan compleja que una de dos, o se la entregamos al vicepresidente castellano leonés de Vox para que lo resuelva de un hisopazo, como hace con la ansiedad derivada de la percepción del desastre por parte de jóvenes que ven peligrar su herencia terrenal, o emprendemos una labor enorme de transformación histórica. Lo segundo parece más complicado, pero también parece lo único sensato. Lleno de complicaciones del nivel de la gravedad de las crisis que se desea abordar, evitar la extinción requiere una enorme determinación para transformar el mundo.

Monbiot y otros confían en que la creatividad al plantear alternativas es el principal aliado del proceso de transformación. La creatividad es factor activo per se, genera nuevos escenarios colectivos, y es simultáneamente promotora del cambio de actitud subjetiva por inducción del humanismo residido en el proceso de creación mismo.

Yo quiero participar de su entusiasmo, pero me cuesta. No creo en la omnipotencia de la creatividad. Admito eso si, que como sostiene el activista, la denuncia del error y la defensa de las alternativas es un acto rebelde y revolucionario, que debatir y difundir las aportaciones más o menos creativas es esencial, pues una vez las nuevas ideas alcanzan al 25% de la población, las posibilidades de cambio social están en marcha.   

Temo que esta vez la creatividad no va a ser suficiente