viernes. 29.03.2024
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El debate sobre salud y medio ambiente está tomando un gran protagonismo en todos los órdenes. Y cada vez son más las voces autorizadas que ante la pospandemia reclaman una “salida verde” con el amparo de un Green New Deal. Pero aunque las propuestas van en la buena dirección, es esencial contar con una adecuada narrativa para ampliar el debate sobre una renovación socioeconómica en clave de “sostenibilidad y resiliencia”.

Las cuestiones ambientales están adquiriendo una relevancia creciente en el análisis sobre la pandemia y la nueva crisis sobrevenida. De hecho, como planteábamos en el artículo anterior (“Salud y sostenibilidad: crisis globales en busca de una gobernanza mundial”), la emergencia planetaria exige enfrentar los urgentes desafíos sistémicos de sostenibilidad para permitir el progreso humano en coevolución con la biosfera.

Aunque la salud y el medio ambiente siempre han estado unidos “por naturaleza”, no obstante, en estos momentos las relaciones entre la crisis sanitaria y el entramado ambiental se perciben con un alto grado de incertidumbre, confusión y tensiones contradictorias. La pandemia tiene una estrecha relación con la destrucción de los ecosistemas, el comercio ilegal de especies y los procesos de globalización. El consumo de especies salvajes y la destrucción de hábitats naturales favorecen la propagación mundial del virus a la especie humana. Los peligros ambientales (clima, desastres y biodiversidad) son predominantes en el panorama de riesgos globales porque están afectando a la salud, al desarrollo socioeconómico y a la seguridad, tal como lo indicaba en su informe de 2019 el Foro Económico Mundial sobre Riesgos Globales. En este mismo informe ya se había advertido sobre las amenazas amplificadas por las transformaciones globales que se relacionan con los patógenos biológicos: “Los cambios en la forma en que vivimos han aumentado el riesgo de que ocurra un brote devastador de forma natural, y las tecnologías emergentes están haciendo cada vez más fácil que se fabriquen y liberen nuevas amenazas biológicas, ya sea deliberadamente o por accidente”.

Por otra parte, debido a la parálisis en el tejido económico y social, paradójicamente, se aminoran puntualmente algunos de los impactos en el medio ambiente por la repentina caída de la actividad, de la demanda energética y de la movilidad. Se aprecia una leve recuperación de la naturaleza (se habla de “renaturalización”), se reducen las emisiones tóxicas y de gases de efecto invernadero, mientras se constatan bajos niveles de ruido, lo cual aporta beneficios para la salud humana y para los ecosistemas urbanos. Pero, esta situación, aunque tenga efectos deseables, no puede interpretarse como una evolución realmente positiva si se produce a costa de otros múltiples impactos demoledores para el conjunto de la sociedad que son provocados repentinamente por  una grave crisis de salud pública.

Al mismo tiempo, con el confinamiento aparecen algunos síntomas de pérdida de conciencia ambiental de la sociedad por la urgencia sanitaria, que se puede convertir en un retroceso en la lucha contra la contaminación global, como en el caso de las acciones para hacer frente al mal uso del plástico y a la abrumadora basura marina. Existen repuntes en el uso de los plásticos, tanto en el sector hospitalario (mascarillas y equipos de protección individual, EPI), como en el ámbito doméstico, que pueden ir en aumento conjuntamente con el consumo de otros plásticos desechables como bolsas, botellas de agua, recipientes para enviar comida a domicilio o embalajes del comercio por Internet. Como ya se ha señalado en este diario “La pandemia resucita el plástico de un solo uso”, a la vez que se están generando procesos de baja recuperación, contribuyendo con ello una mayor contaminación plástica. No hay que olvidar que este es uno de los principales problemas ambientales del planeta que es necesario enfrentar haciendo grandes esfuerzos para renunciar a los plásticos de un solo uso y fomentar el desarrollo de materiales alternativos más biodegradables y más reciclables, tal como se proponen en los nuevos planes de acción sobre economía circular y residuos impulsados desde la UE y que acaban de anunciarse también en España (Estrategia Española de Economía Circular 2030 y Anteproyecto de Ley de Residuos y Suelos Contaminados).

Pero, ni el espejismo de una brusca caída temporal de las emisiones y de los efectos contaminantes, ni los repuntes parciales de mayor impacto ambiental deben hacernos perder la perspectiva transformadora de esta época. El colapso masivo de nuestra sociedad no es la mejor forma de reformar la economía y encauzar la imprescindible y deseable gran transición. En esencia, se trata de ir potenciando cambios bien planificados en los sistemas de producción y consumo para abordar con premura los desafíos sistémicos de sostenibilidad. Esto es, plantear una transición socioecológica modernizadora y socialmente justa con perspectiva de futuro, ambición climática y capacidad regenerativa.

Pero al margen de estas consideraciones coyunturales, la dimensión ambiental emerge con fuerza en el debate y se convierte en el enfoque recurrente a la hora de buscar soluciones para afrontar los nuevos escenarios de recuperación económica y modelos de progreso con futuro. Ante una inédita crisis de salud pública la prioridad inmediata, sin duda, es minimizar los impactos de la pandemia y garantizar la mejor prestación de servicios sanitarios. Pero al tiempo hay que actuar sobre los fuertes efectos negativos que han sufrido bruscamente los patrones de producción, consumo, movilidad y condiciones de vida. Ahora bien, cualquier Iniciativa de recuperación postcrisis debe sustentarse en modelos avanzados de gobernanza donde se conjuguen desde el principio los objetivos de reparación inmediata y la finalidad de la transición de sostenibilidad a largo plazo. En caso contrario, estaríamos ante una falsa salida con resultados efímeros en cuanto al aprovechamiento de las oportunidades modernizadoras y con el agravante de sobrecargar a las generaciones presentes y venideras con costes ecológicos y sociales extremadamente altos e innecesarios.

Reconstrucción-Renovación. En busca de una buena narrativa para una “salida más que verde”

Aunque no se trate tanto de planes para la reconstrucción, porque no hay destrucción física de activos, como en el caso de desastres humanos o naturales, la recuperación económica, en primera instancia, pasa por potenciar mecanismos de eficiencia e inversiones masivas para proteger el empleo, los medios de vida, el tejido productivo y a las regiones que más han sufrido la repentina parálisis económica de la pandemia. De esta manera, surge una revalorización de los instrumentos de intervención pública dando primacía de lo colectivo. Y no solo en lo que respecta a los sistemas de salud pública, permanentemente presionados por las tendencias privatizadoras neoliberales y ahora tan aplaudidos, sino también en lo que se refiere a los principios preservación de la vida y los valores de la cultura de la sostenibilidad.

En lo que existe un mayor consenso, especialmente desde una visión progresista, es en reclamar soluciones aplicables a situaciones de crisis basadas en políticas económicas keynesianas con un mayor gasto público. En este contexto surge con fuerza un “keynesianismo verde”, que permite plantear proyectos ambiciosos de recuperación integrados en un “Plan Marshall verde” o, en todo caso, siguiendo enfoques enmarcados en el Green New Deal. Aquí también se suma, como apunta Vicenç Navarro en este mismo diario (“Las dos grandes visiones de la recuperación social y económica en España”) la imprescindible inversión social con un “New Deal Social” que complemente el “New Deal Verde” para una reconversión socioeconómica. Un planteamiento esperanzador para asumir posiciones estratégicas en la nueva acción política de progreso.

La moderna versión verde del New Deal (emprendida por el Presidente Franklin Delano Roosevelt en respuesta a la Gran Depresión) se entronca con la gran Recesión de 2008. En esta última época surgieron las iniciativas de la “Economía Verde” de Naciones Unidas (PNUMA) y del “Crecimiento Verde” de la OCDE, que posteriormente se impulsa desde la Cumbre de Desarrollo Sostenible (Río+20, 2012) y que ha sido la base de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Se afianza, así, la idea de impulsar la economía mediante inversiones ambientales que generen nuevos empleos verdes.

Aunque los resultados de las anteriores iniciativas verdes postcrisis fueron modestos, ahora son innumerables las llamadas a encontrar una “salida verde” a la pospandemia

Aunque los resultados de las anteriores iniciativas verdes postcrisis fueron modestos, ahora son innumerables las llamadas a encontrar una “salida verde” a la pospandemia.  Este es el eslogan más repetido que se viene manifestando desde diversos colectivos y no solo desde el movimiento ecologista que lo lleva reclamando desde tiempos inmemoriales. Editoriales de prensa, manifiestos de colectivos, cartas a Presidentes, alianzas sectoriales, manifiestos de reconocidas personalidades, científicos, empresarios, ministros, sindicatos, sociedad civil, etc,, todos se apresuran a “reverdecer” la economía para abordar la nueva crisis. Desde luego, la mayoría de estos mensajes van en la buena dirección porque es inaplazable hacer frente a la situación de insostenibilidad global incidiendo en la transición económico-ecológica

En el caso de la UE, y España en la misma línea, la salida de la crisis sanitaria no solo no debería aminorar los compromisos ya contraídos de avanzar en el logro de objetivos ambiciosos en energía, clima, biodiversidad, economía circular y finanzas sostenibles, sino utilizarlos como palancas de relanzamiento. Las recientes iniciativas nacionales de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética y de la Estrategia de Economía Circular son aportaciones relevantes. Con una mayor amplitud de miras, los objetivos planteados en Pacto Verde Europeo y la Ley Europea del Clima para lograr neutralidad climática para 2050 (un objetivo legalmente vinculante), y previos a la pandemia de la Covid-19, pueden ser las mejores “perchas” para colgar y canalizar las necesarias inversiones estratégicas de recuperación por sendas de sostenibilidad. En este sentido, es destacable el llamamiento de la “Alianza Europea para una Recuperación Verde”(1), manifestando que "la transición hacia la neutralidad climática, la protección de la biodiversidad y la transformación del sector agroalimentario tienen el potencial rápido de crear puestos de trabajo, crecimiento y mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos del mundo y de contribuir a crear sociedades más resilientes".

No obstante, el gran pacto para la transición socioecológica no puede quedar sesgado hacia un simplificado “mensaje verde”, sino que tiene que reflejar claramente la profundidad del cambio necesario en los sistemas económicos, políticos, sociales y financieros dirigidos por principios de sostenibilidad para transformar la forma en que producimos y consumimos bienes y servicios. En esta línea, algunas organizaciones internacionales argumentan la importancia de encontrar la “narrativa correcta”, como hace el Club de Roma citando a A. Lovins. “La historia muestra que la construcción de una nueva narrativa es el primer paso crítico para lograr un cambio en el sistema. Si sabemos a dónde queremos llegar, entonces podemos hacer que suceda". Precisamente, por esta razón, sería conveniente tratar de evitar que la “etiqueta verde” aplicada a un plan de acción para un gran cambio se convierta en un contraargumento que pueda ser malinterpretado con un sentido peyorativo (con la despectiva expresión de “cosa de pájaros y flores”) o incluso, malintencionadamente politizado por los escépticos ambientales o los defensores de negocios insostenibles y caducos que representan algunos de los sectores más inmovilistas.

Sin duda, todavía es necesario aumentar notablemente la relevancia política de la naturaleza para poner en valor su capacidad de proporcionar bienes y servicios que son indispensables para la economía y el bienestar social. Pero hasta ahora, el argumento ha tenido un carácter esencialmente naturalista-conservacionista, incluso cuando se incorporaban explícitamente preocupaciones económicas y sociales. Valga citar el “Plan de acción en pro de la naturaleza, las personas y la economía”, presentado por la UE en 2017 y aplicable hasta 2020, que a pesar del título, su finalidad era proteger y aprovechar el potencial del extremadamente rico y variado patrimonio natural de Europa reforzando las Directivas de Hábitats y de Aves y la Red Natura 2000. La actual situación exige ampliar el enfoque verde con un enfoque integrador de “reconstrucción económica para las personas y la naturaleza”, como propone WWF (2), dando salida a la crisis a través de un plan económico y social sostenible, inclusivo, justo y resiliente.

Este es el momento de irradiar un lúcido mensaje en favor del progreso sostenible sobre el manido triple objetivo: las Personas, el Planeta y la Prosperidad. Debe ser un triunvirato sinceramente comprometido. Por eso hay que llamar la atención al uso indebido de los eslóganes de “greenwashing” utilizando la idea de las tres P's, ampliamente planteado por organizaciones empresariales y organismos internacionales como la OCDE, con clara idea inversora: “inversiones que fomenten el crecimiento verde, apoyen la innovación y el espíritu empresarial”. De igual manera, también sería un tiempo adecuado para reformular el modelo contable del "Triple Bottom Line", ampliamente admitido para “vestir” de color esperanza la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y que se ha venido utilizando para medir conjunta pero sesgadamente el desempeño financiero, social y ambiental de las empresas. Es preciso darle a este modelo un contenido de rendición de cuentas más acorde con el compromiso de la transición ecológica presentando las trayectorias de sostenibilidad real y abandonando un lenguaje superficial de uso comercial y de consultoría que, en definitiva, sigue primando la dimensión de las ganancias por encima de todo.

Y es que, más allá de sesgos y lenguajes verdes confusos, existen riesgos de involución de las políticas ambientales, tanto de las hasta ahora tibias medidas en curso como con respecto a otras nuevas de mayor calado para alcanzar una economía descarbonizada y desmaterializada que proteja el capital natural. Aumentan, así, las presiones para mantener los viejos modelos productivistas-consumistas basados en energías fósiles y derroche de recursos que son claramente insostenibles. El repunte de los plásticos es un buen ejemplo que permite aventurar potenciales retrocesos en otras iniciativas de mejora ambiental reconsideradas ahora como “no esenciales” debido a las urgencias sanitarias y los efectos colaterales más acuciantes. Los temores y los riesgos de no responder en la dirección adecuada están patentes. La experiencia pasada de la etapa de la Gran Recesión de 2008 recuerdan que hubo un importante estancamiento en los planes de acción climática y estrategias de sostenibilidad ambiental, con ocasiones lamentablemente perdidas para responder estratégicamente al cambio global.

Transiciones, sostenibilidad y resiliencia

La reactivación socioeconómica tras el derrumbe del coronavirus debe seguir marcando prioridades en inversiones, tecnologías y finanzas sostenibles para reemplazar al paradigma de crecimiento fósil, depredador y contaminante. La salida pospandemia no puede basarse nuevamente en patrones de alto impacto ambiental, uso ineficiente de los recursos y desigualdad social.

En este gran embrollo mundial de la pospandemia, se posiciona con fuerza un “enfoque sostenibilista” para crear sociedades más “resilientes”, donde la salud y el bienestar sean objetivos compartidos con todo el planeta y todas las especies que lo habitan. La incorporación de los principios de “sostenibilidad integral” (ecológica, social, económica, institucional y cultural) permite orientar la toma de decisiones hacia soluciones preventivas y procesos de resiliencia que ofrezcan a las sociedades buenas capacidades de resistencia y adaptación ante los cambios y frente a nuevas crisis o choques abruptos.

En este contexto, más aun, se pueden aprovechar las oportunidades de reconstrucción y acelerar las grandes transiciones mediante una verdadera “economía de la sostenibilidad” que sea ecológica, hipocarbónica, circular y colaborativa. Una alternativa ambiciosa para conciliar los objetivos ambientales con una mayor productividad, justicia social, capacidad innovadora, competitividad, y que genere empleo sostenible. Una alternativa, también, que requiere nuevos y avanzados enfoques para cambiar las políticas convencionales que han estado fundamentalmente dirigidas a fomentar el crecimiento económico a toda costa con soluciones parciales y la gestión correctiva de los impactos ambientales y sociales negativos. Una alternativa, asimismo, valiente para facilitar un nuevo paradigma económico que hasta ahora ha mirado menos al “buen vivir” y ha estado más centrada en el crecimiento a toda costa y en el aumento del venerado PIB, sin tratar de desacoplarse del impacto ambiental, y siempre en el marco del ineficiente, antiecológico y desequilibrado modelo de desarrollo dominante.

Después de tanto tiempo debatiendo sobe el cambio de paradigma, hora ya tenemos hasta el reconocimiento oficial de que “el crecimiento económico no es un fin en sí mismo”. Y lo que es más significativo: “la economía debe estar al servicio de las personas y el planeta”. Por estas razones hay que situar la sostenibilidad (en todas sus dimensiones), la resiliencia y el bienestar de los ciudadanos en el centro de la acción para que puedan servir de guía a las reformas estructurales, las nuevas inversiones y las políticas presupuestarias responsables de los procesos de renovación económica. Una “misión posible” que requiere un gran liderazgo político.

Hace más de una década, en la anterior crisis, el expresidente francés Nicolás Sarkozy planteaba la refundación del capitalismo. ¿Será ahora el momento propicio? Aunque solo sea empezando por pensar en la “refundación de la economía en clave de sostenibilidad”. Y, al menos, teniendo la oportunidad de un buen debate nacional para consensuar narrativas clarificadoras y definir prioridades estratégicas.


Luis M. Jiménez Herrero. Dr. Profesor Honorífico de la UCM. Presidente de la Asociación para la Sostenibilidad y el Progreso de las Sociedades (ASYPS). ExDirector del Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE).


(1) En el manifiesto de Alianza Europea para una Recuperación Verde, firmado por 180 responsables políticos, directivos de grandes multinacionales, sindicatos, ONG y expertos, se pide a la Comisión Europea que utilice el Pacto Verde para salir de esta crisis económica, y que la “lucha contra el cambio climático” debe ser el “núcleo de la estrategia económica”.
(2) WWF ESPAÑA 2020 POR UNA RECUPERACIÓN VERDE Y JUSTA. PROPUESTAS DE WWF PARA UNA RECONSTRUCCIÓN ECONÓMICA PARA LAS PERSONAS Y LA NATURALEZA

Renovación pospandemia en clave de sostenibilidad y resiliencia