martes. 19.03.2024
multitud

La frase es de Luis Alberto de Cuenca, el poeta, y completa dice: “Somos todos bisexuales, pero la vida es muy corta y no nos da tiempo a darnos cuenta”. La vida es ahora más larga que nunca, así que no es la vida lo que es corto sino el tiempo que trascurre hasta que nos identificamos con nuestro género; no sexo, que es genético, biológico.

Este artículo pretende contextualizar afirmaciones como esa con otras también muy actuales sobre el tema. Por ejemplo, las de Savater, referidas a los sucedáneos actuales de la religión: la tecnolatría, la ecofilia, lo “transexual” y la humanización de los animales; todo derivado de la llamada izquierda woke; o las del filósofo francés Finkielfraut: “Hoy las mujeres ocupan los puestos más altos. El feminismo hoy es menos una lucha por la igualdad, que ya se da, que una lucha por los cargos disponibles: ¡Quitaos de en medio, hombres!”. O, en fin, la de otra filósofa, de cuyo nombre no quiero acordarme, que afirma que hoy los jóvenes -que, no olvidemos, son quienes siempre han hecho las revoluciones- no luchan por nada derivado de Marx ni el socialismo, sino que su rebeldía va contra la sexualidad binaria y se empecinan en dar con su identidad de género en ese galimatías LGBTI; o sea, los límites, la disforia de género y aledaños diversos.

Para personalizarlo, el ariete de la moda social lo ostentan personas como Alicia Climent -24 años, cantante, Madrid: “Me consideraba un chico, pero un chico gay… más tarde me sentí mujer, luego comencé a salir con chicas, pero terminé enamorada de un hombre mayor. Ahora soy más andrógina. En resumen, a veces chica, a veces chico, pero siempre gay” (El País, 29-01-2023, p. 32).

Quizá convenga, para empezar, apelar a algún corolario antropológico y social, por si a alguien le resulta impertinente. El primero es que el patriarcado, sobre el que se ha fundado esta sociedad, parte del Neandertal, por lo menos, y se basó en la fuerza bruta. El hombre sale a cazar, trae la comida a la cueva y la mujer se queda al cuidado de los hijos. El hombre es superior porque se enfrenta a la bestia. Eso ha durado siglos y su deriva extrema, que es el machismo, todavía subsiste y salta cada día a las primeras páginas de los periódicos. El segundo corolario -valga la metáfora- es que el género se va definiendo en las primeras etapas de la formación del carácter -pongamos de los 12 a los 20- y está muy condicionado por lo social. Hasta hace unos lustros, cuando la principal función de la pareja era la procreación -a veces la única-, el patriarcado imponía que el macho desembocara en lo masculino y la hembra en los roles femeninos. En esa definición, siempre por oposición -se dice incluso en la serie “Machos Alfa”- cuanto más masculino fueras, más fuerte y más bélico: el azul, el balón y la metralleta. Enfrente, la dulzura, el rosa y las muñecas. La píldora y la incorporación de la mujer a los estudios y a la vida laboral, fue dejando claro que lo de la superioridad del cazador era ridícula y que la inteligencia no distinguía de géneros. El hombre era objeto declarado del deseo sexual de la hembra y ya no valía aquello de que “el hombre como el oso, cuanto más feo, más hermoso”. No hay nada más que ver la aludida serie. Llegaron las depilaciones, el tinte, los pendientes y los tatuajes: o sea, como la mujer de siempre. Reacciones y rebeldías contra ese patriarcado prehistórico y brutal ha habido siempre. Valgan los casos señeros de Baudelaire y Cernuda, ambos poetas grandes e hijos de militares; el francés de padrastro y el sevillano de biológico macho alfa. Ambos confesaron que dieron en homosexuales por odio a sus progenitores y a lo que significaban en el organigrama social. Lo que está sucediendo ahora es que esa reacción no es de cuatro poetas sino de toda una generación, que, en mayor o menor medida, se plantea su identidad contra la familia patriarcal y la iglesia, que es una de las instituciones más patriarcales -no diremos machistas- que perduran. Lo que pasa también, por esa ley del péndulo social, que tiende a veces a irse a los extremos, es lo que lleva a filósofos como Finkielkraut a escribir lo que ya hemos reproducido más arriba. Hay que recordar que el machismo, que es cosa distinta y vicio aberrante del patriarcalismo, sigue muy vigente (para una mujer -nos limitamos a España- que mata a sus dos hijas y luego se suicida, se dan 40 asesinatos machistas).

La tesis, que entronca ya con el título, es que todos tenemos, en muy diferente medida, parte masculina y parte femenina, al margen de ser machos o hembras. Hoy en día, con mucha mayor libertad, y la moda woke, las posibilidades de que un machito acabe, en la etapa de formación del carácter, siendo de género masculino y viceversa en las hembras, es ridículamente menor que hace varios lustros. ¿Para bien? Pues sí. Se rompe la coraza social represiva y se gana en libertad. Otra cosa es que el Estado se tenga que hacer cargo de la operación de cambio de sexo de una niña de 15 años, sin permiso de los padres y sin consulta psiquiátrica. Entre otras muchas cosas porque es muy traumático ese cambio y nos podemos encontrar, al poco tiempo, con casos como el de la citada cantante Alicia Climent, que unas veces se siente hombre y otras mujer. Naturalmente que pueden darse casos de disforia, siempre los ha habido -oh, la gran Bibiana Fernández, esa sí, feminista y pionera-, lo que no cabe en la cabeza es que se convierta en epidemia. Tampoco cabe que se tenga que inventar la palabra “todes”, frente a todos y todas, para nombrar a los indefinidos, porque además va en contra del habla coloquial, que es como habla la tribu, y de la Academia.

En fin, “los tiempos, que cambian que es una barbaridad”.

Todos somos bisexuales (o casi)