viernes. 29.03.2024
capitán lagarta

¿Denunciaría usted a su propio hijo si éste fuese un terrorista?. Vaya pensando el lector en un sí o en un no, pues en tan cruel dilema moral no valen los dependes. El capitán ha recibido la carta de un padre atormentado que está viviendo este problema en primera persona. La carta dice: Señor capitán Lagarta, le escribo para pedirle consejo, ¿denunciaría usted a su propio hijo si éste fuese un terrorista?. Mi hijo es un terrorista; debe llevar ya mucho tiempo integrado en alguna banda armada, pero yo me enteré de sopetón la noche del sábado. Fue un disgusto muy grande porque hasta ese momento yo tenía al crío por estudioso y formal. Sucedió que después de mucha rogativa, que si la fiesta del pueblo, que si por favor, que si la novia, le presté el coche a mi hijo y he de señalar que se lo dejé con mucho dolor de corazón, pues el coche era nuevo. Te lo presto Fabián  -este no es el verdadero nombre de mi hijo, entienda el capitán las precauciones que debe tomar un padre en asunto tan serio-  , pero cuídalo hijo que está del trinque, de alcohol nada y te quiero aquí antes de las doce de la noche. Sí padre, me dijo el cabronazo y hasta me dio un beso de Judas como agradecimiento. El caso, señor capitán, es que en vez de volver a las doce, llegó a las cinco de la mañana. El morro del coche estaba destrozado, la camisa de mi hijo manchada de sangre, sangre en los asientos, sangre en el maletero y toda la parte de atrás del vehículo con a lo menos veinte agujeros de impactos de bala. Como entenderá usted, estoy en un sin vivir, porque por mala gente que sea, un hijo es un hijo; pero lo que me duele de verdad es la mentira, porque el niño podría haberme contado la verdad. Así se lo dije cuando entró en casa, hijo mío, con la verdad se va a todos lados, y el primer sitio a donde hay que llevarla es al cuartelillo de los civiles, yo te acompaño y apechamos con lo que sea. Pero fíjese, señor capitán, la historia que se ha inventado el farsante creyendo que yo nací ayer o que me caí de un guindo. Tranquilo padre, siéntese y escuche, me dijo. Encendió un pitillo, así me enteré también que fumaba y le juro que en otro momento le hubiera dado un ostión, pero yo estaba aplanado y he de reconocer que también entendí al crío; después de lo que habría hecho, fumar era una insignificancia. Señor capitán, ya no sé si me duele más el hecho seguro de que esté atentando contra la vida y la hacienda del prójimo, o que mienta a su propio padre con tanto descaro y fabulación, porque, fíjese, esto es lo que me contó: Mire padre, ya había yo dejado o a la Juli en su casa  -el nombre de la moza es también ficticio-  y venía conduciendo pa casa, con tiempo sobrado para estar aquí a las doce, como le había prometido a usted; pero sucedió que en una recta  me se atravesó delante un marrano tan grande que no puede esquivarlo y lo atropellé. Salí a ver que había pasado y ahí estaba el jabalí tendido y el coche como usted lo vé, con todo la delantera abollada. Me dije entonces pa dentro, ventando que usted no me iba a creer, mete el jabalí en el maletero y se lo llevas a padre como prueba. Así hice y le juro que con mucho esfuerzo pues el animal pesaba a lo menos quince arrobas. Llevaba un rato conduciendo cuando empezaron los ruidos en el maletero. Lo primero que pensé es que el marrano se volteaba en las curvas o que estiraba la pata después de muerto; pero enseguida los ruidos fueron en aumento convirtiéndose en un escándalo; el puerco estaba vivo; se conoce que al despertar y verse allí encerrado, quería salir a toda costa. Yo no sabía qué hacer y con tal susto iba que equivoqué la carretera de vuelta metiéndome por sabe el demonio qué pistas. El ruido, las sacudidas y los berríos que venían de atrás eran ya tan descomunales que tuve miedo de que bicho rompiese los asientos y me se metiera en la cabina acabando con mi vida, porque esos animales no tienen ningún miramiento cuando están heridos, como usted bien sabe, padre. Iba ya yo a parar el coche y salir por patas cuando encontré una taberna en un cruce y paré allí a pedir ayuda. Entré desesperado en el bar y le conté la historia los cuatro hombres que, contando con el tabernero, dentro estaban. Uno de ellos, el que estaba más borracho, me dijo: tranquilo rapaz, esto lo arreglamos nosotros, que somos cazadores. Salieron cada uno con una escopeta y fue el tabernero quien dio las instrucciones: a ver vosotros ahí y tú muchacho, tú tranquilo, abres el maletero y te quitas de ahí corriendo, a toda ostia. Así hice. Nada más abrir el portón trasero salió el marrano y sonaron los disparos. Ninguno le dio al bicho, que se fue pal monte, pero al coche bien que le acertaron como puede bien puede usted ver, padre. Y me vine para aquí, y eso es lo que pasó. Perdóneme padre, me dijo, no llore que yo le juro que le compro un coche cuando tenga trabajo. Y yo le mandé a dormir, señor capitán, y hoy le conté a su madre la película que inventó el crío, y ella se la ha tragado porque a la madre le puede el cariño, y yo casi lo prefiero así, que no sufra la pobre, que pa sufrir ya vine al mundo yo.

Tengo un hijo terrorista