viernes. 29.03.2024
capitán lagarta

El hecho de que los tontos sean legión no arregla en modo alguno el enigma de la estupidez

España es pueblo rico en Lengua y de lengua larga. Cuando, guiados por la emoción, decimos que Fulanito es un estúpido, un necio, un tonto, un gilipollas, un mamarracho, un bobo o un mentecato, estamos definiendo a Fulanito con muchas palabras que parecen significar lo mismo; pero los pequeños matices de cada una  -el diablo está en los detalles-  revelan que debe haber varios tipos de estupidez, o quizá muchos, tantos como tontos haber pueda. Pero el hecho de que los tontos sean legión no arregla en modo alguno el enigma de la estupidez, al contrario, lo complica invitando al esfuerzo de que estúpidos genéricos como Fulanito deban ser encuadrados en algún tipo particular de estupidez: la mente humana es categorizadora y no soporta barcos a la deriva. El intento clasificatorio es viejo, Tomás de Aquino, en el siglo XIII, llegó a describir más de veinte tipos de tontos de aquella época. Muchos indicios parecen confluir en un tipo de estupidez relacionado con la ignorancia; Alfonso X el Sabio mandó al futuro la frase: “los cántaros, cuanto más vacíos, más ruido hacen”. En similar línea parece ir Erasmo de Rotterdam, quien en su “Elogio de la Estulticia”, escribe: “la existencia más placentera consiste en no pensar en nada”. Un curioso principio llamado la navaja de Hanlon dice: “nunca atribuyas maldad a lo que puede ser explicado por estupidez”; pero mucho cuidado, que la ignorancia es la madre del atrevimiento: los tontos pueden ser muy peligrosos; en palabras de Arturo Pérez Reverte, “cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado” (el malvado descansa a veces...). Puede haber también una estupidez “simuladora”: hay tontos mojigatos que no paran de quejarse y van de víctimas por la vida simulando, para conseguir sus propósitos, humildad o miedo; hay tontos que simulan saber, alardeando de conocimiento; hay tontos que simulan tener, comprándose una camisa en Zara o en El Corte Inglés. En fin, que como hay tontos para todos los gustos, el capitán lanza un SOS a la psiquiatría, a la sociología, a la zoología y a los académicos de la Lengua para que definan clara y meridianamente los tipos de tontería que hay en este país. Pide auxilio también al Gobierno para que el tema se trate en Consejo de Ministros, destinando buena pasta al Consejo Superior de Investigaciones Científicas para que de una vez por todas, esto es asunto vital para la nación, establezcan taxonomías y tablas clasificadoras de tan extendida patología social. Mientras esto no suceda, en la calle seguirá reinando la confusión y se oirá al pueblo decir:  Fulanito es tonto del culo, de capirote o del haba; Menganita es estúpida; mi jefe es parvo; tú eres tonto ¡cóño!; Menganito es un mierda, un mojón; Zutanito es un notas. Mientras no tengamos una clara clasificación científica de la estupidez, guardémonos de perder el tiempo con el 80% de la población; en buena hora dijo Quevedo: “todos los que lo parecen estúpidos, lo son, y además también lo son la mitad de los que no lo parecen”. Huyamos y tengamos esperanza, que que si hay diferentes clases de estupidez, un día habrá técnica y abordaje particular para cada tipo. Huyamos mientras, tengamos en cuenta el aviso de Goethe: “contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano”, y el de Einstein, “hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, de lo primero no estoy seguro”. Escapemos de los estúpidos, o de nosotros mismos, pues a los tontos no nos gusta la introspección.

Los Pecados Nacionales: Estupidez