jueves. 25.04.2024
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Vladimir Putin, en el desfile militar por el 77 aniversario del Día de la Victoria.

Para conmemorar la victoria del ejército rojo sobre una Alemania nazificada que capituló incondicionalmente nueve días después de que Hitler se suicidara, el 9 de mayo de 1945, Putin exhibe en su desfile militar un avión bautizado como del Apocalipsis. Curiosa previsión la de que un líder pueda seguir impartiendo sus fatídicas órdenes mientras a sus pies el mundo se desintegra, no ya por las consecuencias del desatendido cambio climático, sino por una conflagración bélica originada por él mismo.

Desde su búnker de la Nueva Cancillería Hitler impartió la orden Nerón. Había que destruirlo absolutamente todo en materia de infraestructuras o recursos para que no pudiera rentabilizarlo el enemigo. También quiso anegar el metro en Berlín, que servía de refugio antiaéreo a los berlineses, pero no le hicieron caso. La raza superior había fallado a su guía. Las victorias habían sido cosechadas por su líder, pero las derrotas eran imputables a un pueblo que no había sabido estar a su altura.

En El Gran Dictador, Chaplin parodia el despacho desde el que Hitler jugaba con los destinos del orbe. Para acceder al mismo los visitantes debían recorrer el pasillo de los diplomáticos, salvando una distancia que doblaba la del Salón de los Espejos del palacio de Versalles, donde se había suscrito el humillante tratado tras la Gran Guerra. Las paredes tenían diez metros de altura y estaban revestidas de mármol. Habría que cruzar cinco enormes puertas hasta llegar a una faraónica estancia de trescientos cincuenta metros cuadrados.

La Vieja Cancillería desde la que Bismarck había erigido el impresionante alemán tras la guerra franco-prusiana, le parecía a Hitler apropiada para una fábrica de jabones, pero no acorde con su dignidad. Su fiel arquitecto, Albert Speer, construyó un inmenso trampantojo. La Nueva Cancillería tenía una fachada de casi medio kilómetro y sólo veinte metros de largo. Desde la puerta principal se accedía rápidamente al despacho del Führer, pero desde la entrada lateral había que recorrer una distancia imponente.

En los jardines del patio central se construyó un búnker que sólo sirvió para alargar el agónico desenlace de una derrota obvia desde tiempo atrás, aunque pretendiera desmentirse con la promesa de armas milagrosas que justificaban la Guerra Total proclamada por la propaganda de Goebbels. Goering había perdido la batalla de Inglaterra, porque sus aviones no eran tan operativos como los ingleses y carecía de bombarderos estratégicos. Pese a ello Hitler llegó a declarar la guerra a Estados Unidos, pese a que Japón jamás atacó en contrapartida a la Unión Soviética.

Conmemorar el 9 de mayo celebrando la victoria del régimen estalinista con un avión diseñado para el Apocalipsis no es una buena noticia

Conmemorar el 9 de mayo celebrando la victoria del régimen estalinista con un avión diseñado para el Apocalipsis no es una buena noticia. La fallida invasión de Ucrania ha demostrado una vez más que los ejércitos presuntamente más poderosos no lo son tanto. Francia cayó en tres semanas y sus Fuerzas Armadas pasaban por ser las mejores pertrechadas de la época, además de contar con la infranqueable Línea Maginot. El exhibicionismo desplegado en un desfile con gran parafernalia militar es una extraña manera de celebrar el haber logrado la paz tras una guerra devastadora.

Ucrania cuenta con ciudades devastadas, innumerables víctimas civiles y millones de ciudadanos desplazados. Por su lado la inmensa mayoría del pueblo ruso verá cómo empeoran sus concisiones de vida, por mucho que lo niegue la poderosa propaganda presidencial. En el mejor de los casos una inflación desbocada servirá como caldo de cultivo a los populismos en las democracias europeas y la inestabilidad política será la nota dominante por doquier.

Putin se atrinchera tras mesas de dimensiones descomunales cuando recibe a un dignatario extranjero y debe ausentarse poco de los muros del Kremlin, la vieja fortaleza de los zares ocupada durante decenios por quienes dirigían el imperio soviético. Si alguna vez se subiese al avión que protagonizara el desfile de la victoria, sus instrucciones podrían parecerse a las emanadas desde el búnker de la Nueva Cancillería. Mientras tanto ha conseguido sobresaltar a muchos países que pretendían pulir los fatídicos efectos de una pandemia cuyo paréntesis podría abrirse en cualquier momento.

Lo que simboliza el diabólico nombre puesto a ese avión presidencial resulta inquietante, aunque nunca llegue a utilizarse una fortaleza volante desde la que podría lanzarse un apocalíptico ataque nuclear masivo.

El avión del Apocalipsis de Putin