jueves. 25.04.2024

El debate sobre la ley del ‘Solo sí es sí’ ha tratado sobre el sentido de la garantía integral de la libertad sexual, con las medidas preventivas y protectoras para las mujeres ante la violencia machista. La contraofensiva mediática y política de las derechas se ha centrado en el punitivismo, el aumento de las penas, y la rebaja del papel del consentimiento en el proceso probatorio, y la reforma propuesta por el Partido Socialista camina en esa dirección. Estamos a la espera de su resolución definitiva en el Parlamento.

Se parte del escepticismo filosófico, vigente desde hace más de dos milenios, actualizado por el pensador postmoderno Michel Foucault.

Sin embargo, también ha habido voces minoritarias, algunas desde posiciones ultraliberales, que han cuestionado los fundamentos doctrinales de la ley, basados en el consentimiento y el contractualismo. Todo ello lo he tratado en el texto Marco político y teórico de la Ley de libertad sexual. Comento aquí una aportación particular, “Neoliberalismo sexual o la insoportable oscuridad del sexo”. Clara Serra (El País, 5/04/2023), de cierto calado teórico que tiene interés como punto de partida para escudriñar esos fundamentos de la libertad sexual y las relaciones consentidas.

En ese texto se persiste en la crítica al consentimiento en las relaciones sexuales, fundamento doctrinal de la ley del ‘Solo sí es sí’. Se hace desde la convicción de la opacidad del deseo, convertido en la pulsión determinante de la acción individual, con la convicción de que no se puede conocer la actitud o las expectativas sexuales de la otra persona y, por tanto, tampoco establecer las bases de la voluntariedad o el consentimiento en una relación igualitaria y libre. Presuposición propia del idealismo e individualismo, coincidente con posiciones ultraliberales. Recojo su hilo conductor para hacer esta reflexión general.

Se parte del escepticismo filosófico, vigente desde hace más de dos milenios, actualizado por el pensador postmoderno Michel Foucault. Este idealismo conlleva una teoría del conocimiento que defiende la inexistencia de la verdad y, en caso de existir, niega que el ser humano sea capaz de conocerla. Puede tener elementos positivos frente al dogmatismo, pero tiende al escapismo, a la inacción transformadora de la realidad, en particular de la desigualdad social, étnico-nacional y de género. En este caso, se niega la posibilidad de conocer la actitud, disponibilidad y voluntariedad de la otra persona para iniciar y mantener una relación sexual. Así, se diluye la responsabilidad sobre una interacción consentida y no forzada, o sea, sobre la garantía de la libertad sexual de las mujeres, sin que estén condicionadas por la violencia machista, más o menos grave.

Comparto la idea de que en las relaciones humanas, en particular las sexuales, hay muchos momentos de ambigüedad, con procesos variables y reversibles de indefinición y consentimiento. Le podemos añadir otros elementos de incertidumbre, empezando por el grado de satisfacción del placer mutuo (o individual). Pero hay un criterio claro para la interacción: la voluntariedad. Así, en este marco de prevención de la violencia machista hay que diferenciar dos conductas: por un lado, el acoso y la imposición, por otro lado, unas relaciones voluntarias y consentidas.

De lo que se trata con los cambios normativos, culturales y de comportamiento es de evitar la violencia machista, de combatir la prepotencia mayoritariamente masculina frente a las mujeres, de educar en la responsabilidad democrática y placentera de una relación sexual libre y voluntaria, sin forzar una relación sexual contra la voluntad de la otra persona, sin imponer una actuación no consentida.

Por el contrario, la defensa de la opacidad del deseo sirve de subterfugio a las posiciones machistas que pueden esconderse en el “no sabía”. Y la argumentación de la imposibilidad de un acuerdo relacional justo y equilibrado es la coartada perfecta para la desconsideración, abstracción o instrumentalización de la condición ajena, aspecto clave de la doctrina ultraliberal (egoísta) del beneficio propio. Dicho de otra forma, la consecuencia de esa posición es que habría que dejarse llevar por el deseo, sin la prevención de valorar el tipo de vínculo con la otra persona y si existe consentimiento, ya que no se podría saber. Es decir, llevaría a la irresponsabilidad respecto del tipo de relación -forzada o consentida-, a ignorar la voluntad de la otra persona y a desdeñar una posible relación de dominio-subordinación.

Si el centro lo ocupa la pulsión (oscura) del deseo propio, motor de la agencia (inter)personal, la relación se convierte en instrumental en beneficio del interés particular. Se rompe la cualidad colectiva y solidaria del respeto y reconocimiento mutuo de una relación voluntaria, consentida y libre; eso se considera iluso y abstracto, imposible de saber. Es el marco del individualismo pasional opaco que se inhibe en todo y respecto de las demás personas, en el conocimiento y, sobre todo, en las consecuencias y responsabilidades de su acción relacional respecto de la otra persona.

Este tipo de formulaciones se fundamentan en el individualismo liberal (empirista y británico, de David Hume y Adam Smith), del sujeto pasional o ‘deseante’, ahora retomada por Michel Foucault, frente a la otra corriente moderna (racionalista y francesa, de Descartes). Ya he hecho una valoración crítica de ambas por su unilateralidad en el texto antedicho, en defensa del consentimiento.

La cuestión es que hay que salir de ese marco individualista e irrealista, para adoptar un enfoque realista y relacional, una de cuyas tradiciones, también antigua, es el contractualismo realista basado en el interés compartido y la confianza mutua, compatibilizado con las libertades individuales. Por supuesto, siempre con límites, pero es un enfoque más adecuado para establecer unas relaciones igualitarias y libres, aun en contextos de relativa desigualdad de poder y estatus. Conlleva una actitud transformadora de las relaciones de poder como garantía de un contrato igualitario y libre, respetuoso para ambas partes.

Lo que un feminismo transformador, popular y crítico debería reclamar, particularmente a los varones, como garantía para la libertad de las mujeres, es la ausencia de prepotencia relacional derivada de las relaciones desiguales de ventajas y privilegios anclados en la dinámica discriminatoria patriarcal que sigue teniendo su impacto de subordinación e inseguridad femenina a través de la supremacía y la violencia machistas

Existe un acercamiento en la superación del narcisismo del enfoque individualista cuando se valora la ‘interdependencia de toda relación social’ y se afirma que el sexo nos expone a la vulnerabilidad que implica ‘necesitar al otro para descubrir algo de nosotros mismos’. Es la base para encarar el acuerdo y la voluntariedad de una relación sexual. O sea, pactar y hacer contratos interpersonales no necesariamente es racionalista y masculino.

El modelo alternativo debe respetar las zonas y momentos de penumbra y dudas de la relación, pero esa interacción debe ser transparente respecto de este eje fundamental: la voluntariedad, el consentimiento mutuo, la no imposición. Lo que no tolera la dinámica patriarcal y el poder establecido neoliberal es la libertad y la igualdad entre los seres humanos, la superación de la discriminación de género, entre los géneros y por la opción sexual. La garantía de seguridad y libertad para las mujeres necesariamente conlleva una oposición a un determinado deseo y práctica sexual: el abuso y la violencia machista, la imposición de una relación no consentida.

Por tanto, no se puede hablar en abstracto de permisividad con todo deseo, más o menos opaco, ni ponerlo como principal motivo legítimo de empoderamiento personal. Está subordinado a un valor superior que regula la interdependencia colectiva: el consentimiento. El consentimiento afirmativo no se basa en ‘el viejo sujeto masculino de la Modernidad’, supuestamente racionalista y neoliberal. Es el mecanismo para combatir la prepotencia masculina, el ejercicio de dominación que ejercen determinados varones sobre las mujeres.

Según el texto, la polarización se daría entre una fundamentación masculina, la del consentimiento reflejado en la ley del ‘Solo sí es sí’, y la que anuncia, basada en el deseo. Pero si se acepta la necesidad del acuerdo interpersonal, voluntario y libre, la crítica al consentimiento, como fundamento normativo y relacional, es secundaria; se realiza por su componente transparente y racional frente a su alternativa pasional y de opacidad. Y con ello, volvemos a situar el conflicto entre dos corrientes de pensamiento moderno (y postmoderno), ya vigentes desde el siglo XVII, tal como he avanzado: el racionalista y el pasional (entre razón y pasión). La alternativa es falsa, ambas son unidimensionales, liberales e individualistas. La solución debe volver al terreno del contractualismo, de la interdependencia personal y el consentimiento de la relación, con el rechazo, consciente y rotundo, de la violencia machista.

Lo que un feminismo transformador, popular y crítico debería reclamar, particularmente a los varones, como garantía para la libertad de las mujeres, es la ausencia de prepotencia relacional derivada de las relaciones desiguales de ventajas y privilegios anclados en la dinámica discriminatoria patriarcal que sigue teniendo su impacto de subordinación e inseguridad femenina a través de la supremacía y la violencia machistas. Y aparte de las medidas educativas y de cambio de actitudes, costumbres y mentalidades, es preciso un refuerzo institucional para garantizar mejor esa libertad relacional, principalmente de las mujeres, que son el mayor objeto de discriminación y acoso machistas. Ese es el sentido de la Ley de garantía integral de la libertad sexual, que hay que revalorizar.

En conclusión, aparte de las consideraciones políticas que atraviesan este debate, estamos discutiendo los valores ideológicos en que se deben asentar la libertad sexual y la prevención de la violencia y la dominación machistas. Se trata de fortalecer una interacción voluntaria y consentida frente a la argumentación ultraliberal de la irresponsabilidad ética y relacional, derivada de la imperiosidad del deseo, o la posición reaccionaria puritana y punitivista. El respeto mutuo, la voluntariedad y el acuerdo son la base de una relación afectivo-sexual en que se incardinan el placer y la felicidad. Por tanto, ante la evidencia de la interacción personal y la necesidad de acuerdo, el elemento clave son unas relaciones consentidas y no forzadas, base de la libertad, la igualdad y la convivencia… particularmente para las mujeres. Los derechos humanos también se deben respetar en la cama.

Antonio Antón | Sociólogo y politólogo | Autor del libro “Feminismos. Retos y teorías”, de próxima edición

Libertad sexual y relaciones consentidas