miércoles. 24.04.2024
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Foto: Cordon Press

Este artículo es la segunda parte de reflexiones en cuanto al discurso nacionalista. Pincha aquí para leer la primera


La ideología nacionalista se sustenta en la denominada “autodeterminación de los pueblos”, principio que trató de aplicarse en el Tratado de Versalles, y la Sociedad de Naciones aceptó en referencia a las reivindicaciones de las minorías étnicas de Europa Central y Oriental. La ONU lo aplicaría años después a los territorios en proceso de descolonización de los imperios europeos. Una vez transformadas las colonias en países independientes de sus metrópolis europeas, a los nuevos movimientos independentistas surgidos de las minorías étnicas les fue negado por los nuevos gobiernos el mismo derecho de autodeterminación que las Naciones Unidas había reconocido previamente a las colonias. Esto obligó a que la Declaración de Viena de 1993 redujera este derecho a aquellos pueblos invadidos militarmente o que estuvieran bajo un régimen colonial o dictatorial. Hecho que no ha impedido, hasta el día de hoy, que grupos independentistas continúen reclamando la autodeterminación, por mucho que su situación nada tenga que ver con regímenes dictatoriales, militares o coloniales. Es el caso, por ejemplo, de Quebec, Escocia, País Vasco o Cataluña. 

El historiador John H. Elliott realiza un riguroso estudio comparativo de los nacionalismos escocés y catalán. En ambos casos, se reproduce buena parte de las pautas que antes señalábamos respecto de algunas naciones de Europa Oriental, aun siendo aquéllos nacionalismos occidentales. Uno y otro tomaban como referencias determinantes aspectos de su pasado medieval, y en ambos territorios, el poder lo había ejercido la monarquía con el apoyo explícito de las élites económicas. Los catalanes se fijan en el legendario Otger Cataló y en los condes de Barcelona como liberadores del dominio musulmán; los escoceses, en sus héroes Wallace y Bruce, protagonistas de las luchas escocesas contra el dominio británico, aunque para ello defendieran un reino apoyado, como hemos señalado, por élites cuyos privilegios alimentaban a ambos. En uno y otro caso son aspectos muy selectivos y parciales de su respectiva historia, que no excluye la mitología, pero con un poder de seducción lo suficientemente fuerte para impregnar el imaginario colectivo hasta el día de hoy. “El pasado, aunque muy remoto, creó el contexto en el que librar las batallas del presente”, manifiesta Elliot.

El historiador británico especialista en Oriente Medio, Elie Kedourie, se refirió a un “nosotros” en oposición a un “ellos”, considerando lo propio como lo “auténtico”. En este sentido, tal como hemos visto, es consustancial al fenómeno nacionalista la percepción de las culturas extranjeras como una amenaza del sentir nacional. El paso siguiente es llegar al convencimiento de que lo propio, lo nacional, es superior al resto. La creencia, por tanto, de la superioridad innata al grupo que se pertenece, el grupo nacional. Tales ingredientes conforman sentimientos de identificación, adhesión o lealtad que pueden llevar implícito el sacrificio de intereses personales por la nación, incluida la libertad individual, e incluso, la propia vida, en cuyo caso estaríamos hablando de chauvinismo o jingoísmo, sinónimo de patriotería. A lo que podemos añadir otro ingrediente más: el racismo, como sentimiento de pertenencia a una raza superior, consustancial a la nación de la que se es oriundo. Este conjunto de elementos conforman una suerte de discurso, relato o ficción que podemos definir con expresiones usadas en el ámbito de la Historia contemporánea, la Ciencia política, la Sociología o el periodismo, como “nacionalismo supremacista”, “populismo ultranacionalista“ (término con el que se designa a la ultraderecha antieuropea) o “ultranacionalismo patriotero“ (expresión acuñada por el historiador Yuval N. Harari).

Estamos hablando de nacionalismos dogmáticos porque basan sus fundamentos en verdades incuestionables y se extienden por todo el mundo. “España para los españoles“, “Primero los italianos”, “American first”… son expresiones que delatan su sentimiento de superioridad, impregnado, como hemos observado, de racismo, xenofobia, supremacismo, etc., o también de lo que Victoria Camps ha acuñado como “aporofobia” en su definición de ‘miedo al pobre’. Para su justificación, este nacionalismo dogmático necesita impregnarse de un discurso dominado por el rechazo al diferente, sea  excluido social, y viva, o no, en la calle y/o de la caridad; sea por su etnia; por su condición sexual, en cuyo caso el rechazo al colectivo LGTBIQ está garantizado; a quien profesa una religión diferente a la considera “oficial”; a las mujeres víctimas de violencia machista –que en la extrema derecha española ocultan bajo el eufemismo de violencia “intrafamiliar” o violencia “doméstica”-; al inmigrante , siempre que sea pobre, y aún más si es de una raza diferente, por no hablar si es mujer, etc. Este discurso excluyente se amplía a quienes piensan de modo distinto a la ideología dominante del poder nacional, sean comunistas, socialistas, anarquistas, liberales… como denunciaba Bertolt Brecht en su famoso poema. Para infortunio de todos, nada de esto es nuevo en Europa ni en el resto del mundo. Se extiende por todas partes, como reguero de pólvora, lo que nada tiene de novedoso: el “miedo al otro”. En su última y extraordinaria novela, “Salvar el fuego” (cuya lectura recomendamos), Guillermo Arriaga recuerda que “el olvido lo causa un gusano alojado en el cerebro que gusta alimentarse de memorias”.


i Elliot, J.: Catalanes y escoceses, unión y discordia. Taurus, 2019, pp. 362-363

ii Id., p. 363

iii Kedourie, E.: Nacionalismo. Alianza Editorial, 2015. Ed. rev. de 1960

iv Ensignia, J.: ¿Europa dice sí al populismo ultranacionalista?. En: Revista Panorámica [http://www.panoramical.eu] (Consulta: 29/08/2019)

v Harari, op. cit.

vi Camps, V.: Aporofobia, el rechazo al pobre. Paidós, 2017

El discurso nacionalista (II)