martes. 23.04.2024

Al abordar cuestiones relacionadas con un concepto expresado con una sola palabra, no es infrecuente empezar con la definición que la Real Academia Española da a dicha palabra. Así, la última edición del diccionario académico define ‘populismo’ como: «Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares (Usado más en sentido despectivo)». Sin embargo, este término no estaba recogido en ediciones previas del diccionario, aunque sí estaba, desde la vigésima edición, el término ‘populista’, definido como «1. Perteneciente o relativo al populismo. 2. Partidario del populismo (Usado más en sentido despectivo)».

A pesar de su etimología indiscutiblemente latina, ‘populismo’ y ‘populista’, existen en inglés (como ‘populism’ y ‘populist’) desde finales del siglo XIX en relación con el Partido del Pueblo (People’s Party), que se consideraba como el representante de las clases populares. En la actualidad, el término tiene un significado similar al que se le da en español. 

  1. Populismo de la derecha
  2. Populismo de la izquierda

En el diccionario de la Academia Francesa se dan tres acepciones de la palabra ‘populismo’ (‘populisme’). La primera -histórica­- hace referencia a un movimiento de tendencia socialista, nacido en Rusia en el decenio de 1860, dirigido desde la intelectualidad al campesinado, y cuyo nombre ha trascendido a otros idiomas, naródniki (populistas). La segunda acepción -política- del término según esta academia tiene con frecuencia una connotación peyorativa y se refiere a la actitud o al comportamiento de una persona o de un partido político que, manifestándose contra las elites dirigentes, se erige en defensor y en portavoz de sus aspiraciones, avanzando ideas a menudo simplistas y demagógicas. La tercera acepción de este diccionario define un movimiento literario francés del periodo de entreguerras. 

En español, así como muy probablemente en la mayoría de los idiomas, el término era más utilizado por la izquierda política, y se sobrentendía que el populista era alguien de derechas que, demagógicamente, apelaba a sentimientos poco racionales de la población intentando halagarla o estimulando temores en contra de alguien o de algo y que proponía soluciones simples e irreales a problemas complejos. 

Populismo de la derecha

Desde una perspectiva progresista (aunque seguramente esta es otra palabra que habría que redefinir) se ha considerado que era populismo acusar a los inmigrantes de robar el trabajo de los nacionales, decir que para mejorar la economía hay que eliminar -para reducir gastos- tal o cual ministerio o acabar con no se sabe cuántos cargos inútiles, decir «España nos roba», defender que el «Gobierno se forra con nuestros impuestos», afirmar que las leyes defienden a los lobos en perjuicio de los ganaderos, hablar de ‘invasión’ para describir los intentos desesperados de personas necesitadas por acceder a los países europeos, asegurar que el Gobierno pretende romper España... (sería larga la nómina de ejemplos). Pero ¿es el populismo -en el sentido que ahora lo entendemos- algo privativo de la derecha? No lo creo.

Las personas de izquierdas -tomadas de manera individual- son menos proclives que las de derechas a caer en tópicos populistas

Populismo de la izquierda

En mi opinión, las personas de izquierdas -tomadas de manera individual- son menos proclives que las de derechas a caer en tópicos populistas. No es tan claro el caso de las organizaciones políticas, que, probablemente en la búsqueda de réditos electorales, hacen declaraciones u organizan actos con la intención de halagar o congraciarse con algunos sectores de la población. Y estas actuaciones son más frecuentes cuando algunos dirigentes de la izquierda ocupan cargos institucionales. La idea de que hacer según qué cosas atrae -o mantiene- votos es cada vez menos clara, ya que hay algunas banderas, como el uso del mal llamado ‘lenguaje inclusivo’ o la participación en jornadas de celebraciones identitarias, que ya empieza a utilizar la derecha. He recogido algunas ilustraciones del populismo de izquierdas, que, de manera no exhaustiva y sin orden jerárquico de importancia, describo a continuación.

Recientemente se ha celebrado el aniversario de la huelga general del 14 de diciembre de 1988, con un gobierno presidido por Felipe González. Aunque pudieron existir excesos de algunos piquetes de huelguistas, lo que es indudable es el éxito de seguimiento de aquel paro. Sin embargo, el Gobierno quiso aparecer como una institución fiable y dirigirse a sectores más conservadores de la sociedad. Para ello, optó por desacreditar a los huelguistas. Un ejemplo no aislado fue el del delegado del gobierno en Castilla y León, quien calificó aquella huelga como la jornada «del miedo, la coacción y la silicona». El entonces Consejero de Presidencia de la Junta de Andalucía hizo unas declaraciones similares. 

Es moneda corriente la participación de cargos ejecutivos de izquierdas (ministros, alcaldes…) en actos de bienvenida a deportistas que han logrado algún éxito de renombre, con el mensaje de que eso supone un orgullo para la comunidad. En la izquierda son más frecuentes los laicos que en la derecha, pero creo que es inexistente algo que podríamos llamar laicismo futbolístico. No he oído nunca a un dirigente de izquierdas decir que no le gusta el fútbol o que la selección española no representa al país, sino que se trata de profesionales del espectáculo demasiado bien pagados (en el año 2010 la selección española ganó el campeonato del mundo de fútbol, pero cada jugador recibió 600.000 euros, independientemente de los ingresos profesionales obtenidos en sus clubes). Manuela Carmena, a la sazón alcaldesa de Madrid, se fotografió con una camiseta del Real Madrid de baloncesto (naturalmente también lo hizo Cristina Cifuentes, del Partido Popular y presidenta de la Comunidad de Madrid) para celebrar la obtención de la Copa del Rey en el año 2016). 

Si estamos de acuerdo en que el populismo es una conducta hipócrita e interesada de la derecha política, creo que es una obligación de la izquierda no caer en estos comportamientos

La organización de homenajes o de funerales de estado es otro ejemplo claro del populismo de izquierdas, especialmente cuando la izquierda ocupa cargos ejecutivos, aunque, si no gobierna, es difícil que deje de acudir a ellos para no ser tomada como antisistema. En julio de 2022, el Gobierno de Pedro Sánchez realizó un Homenaje de Estado en la Plaza de la Armería del Palacio Real a los más de 108.000 fallecidos por la covid-19. Pero ¿era necesario ese acto? Las víctimas inocentes son por definición eso, víctimas inocentes, pero no todas serían merecedoras de homenajes, ya que seguro que entre ellas habría corruptos y criminales (como varios empresarios o un famoso policía torturador de la Brigada Político-Social). 

Gran parte de la legislación emanada del Ministerio de Igualdad constituyen asimismo enunciados populistas dirigidos a atraerse simpatías y votos, aunque en ocasiones la derecha ya compite con la izquierda en estos menesteres, como demuestran algunas leyes promulgadas en la Comunidad de Madrid durante el gobierno de Cristina Cifuentes. 

El Torneo del Toro de la Vega con persecución y muerte cruel del animal, que tenía lugar en Tordesillas, Valladolid, ha sido durante años una celebración de tortura a un ser vivo que atrajo la atención y el rechazo de muchas personas. A pesar de las declaraciones y manifestaciones en contra, el torneo se mantuvo hasta el año 2016 en que lo prohibió la Junta de Castilla y León, probablemente con la finalidad de evitar complicaciones incómodas ante un acto con pocas simpatías fuera de la localidad. Cuando se produjo la prohibición del gobierno regional, en manos del Partido Popular, fue el ayuntamiento de Tordesillas, con un alcalde socialista, el que recurrió​ esta medida, que finalmente no admitió a trámite el Tribunal Constitucional. Sin duda, la corporación municipal pretendía halagar y atraerse a sus paisanos con independencia de la naturaleza del acto: no querría dar armas a la oposición de derechas, que naturalmente defendía también su celebración.

El alcalde de Cádiz desde el año 2015, elegido por acuerdo de los concejales de izquierdas, tuvo un protagonismo reseñable cuando se cuestionó hace algunos años que la empresa Navantia fabricara y vendiera buques de guerra al Gobierno de Arabia Saudí, gobierno que había sido puesto en entredicho en multitud de ocasiones por la falta de respeto a los derechos humanos y por su papel en conflictos armados regionales. La actividad de la empresa garantizaba puestos de trabajo pero, en este caso, tenía consecuencias éticamente discutibles. El alcalde, en un ejemplo nítido de populismo, declaró «Que nadie nos obligue a decidir entre defender el pan o la paz»; su opción era la defensa de los contratos con Arabia Saudí

Aunque el rechazo de los inmigrantes es una característica del populismo -de derechas, naturalmente-, ocasionalmente, cargos de gobiernos de izquierdas hacen algunas declaraciones equívocas o enfatizan la conducta irreprochable de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado ante hechos no tan impecables de acuerdo con testimonios y documentos no oficiales. Asimismo, no es infrecuente que algún cargo gubernamental de izquierdas saque a colación a las «mafias que se enriquecen con el tráfico de seres humanos», como si estas fueran las que traen a la fuerza -como modernos negreros- a las personas que escapan de sus países a la búsqueda de condiciones mejores de vida. Si la causa de muchas consecuencias trágicas de la emigración irregular fuera la existencia de esas mafias, todo se solucionaría permitiendo que esos emigrantes viajaran con compañías aéreas legales. Acabar con las mafias es una fórmula clara de una supuesta solución sencilla a un problema complejo.


Si se compara la extensión de las dos secciones precedentes del texto, se podría pensar que considero más grave e importante el populismo de izquierdas que el populismo de derechas. Nada más lejos de la realidad. Con esto me ocurre lo mismo que con la corrupción: la corrupción de la derecha no me escandaliza, la supongo, pero la corrupción de la izquierda me resulta absolutamente inaceptable. Si estamos de acuerdo en que el populismo es una conducta hipócrita e interesada de la derecha política, creo que es una obligación de la izquierda no caer en estos comportamientos que, a la larga, se pueden volver en su contra. 

Populismo(s)