sábado. 20.04.2024
viñeta chumy chumez

En una memorable viñeta del recordado Chumy Chúmez, un estirado caballero con levita y sombrero de copa, como solía representar el humorista gráfico a los poderosos, se dirige a las masas desde un estrado, conminándolas: “nosotros o el caos” y cuando la muchedumbre grita: “el caos, el caos”, les responde: “es igual, el caos también somos nosotros.” Chumy Chúmez pergeñó en la incisiva viñeta un daguerrotipo certero de lo que queda de la política, si es que queda algo, cuando el protagonismo en la vida pública se incardina al interés personal y cuyo corolario es un desahucio de la médula ideológica, sin la cual la política democrática se torna leucémica, sin defensas, expuestas a todas las infecciones de las ambiciones nominales. El medro, el cabildeo, el clientelismo, son los trabajos del político desideologizado para colmar sus expectativas ególatras de estatus social y material, muy singularmente, si extramuros de la vida pública no tiene alféizar donde apoyarse. Hablo de los asesores, los imprescindibles por su reiteración en la moqueta del poder. Maquiavelo los llamó consejeros lisonjeros y advirtió al príncipe, sin éxito, sobre ellos. Son parte de una élite castiza y facilona, de pocas lecturas y verborreica urdimbre de estudiada campechanía, manteniendo, eso sí, las distancias aristocráticas, en el sentido orteguiano, que les permita mantenerse en todo momento por encima de la bulla indiferenciada de las bases. Poseen peritajes en el far niente y la gastronomía nómada, en la lectura afectada de la carta de vinos y los reservados de los restaurantes más discretos y caros.

Son cachava para los políticos electos, que se los recomiendan unos a otros en los traspasos de poder. Los hay también que son impuestos por el superyó político de turno. Poseen la rara avis de dotar de cualidad a la nada, de prestigiar sobremanera la indolencia metafísica. Son los que consideran que la sustitución de las ideas por ocurrencias y los prejuicios por valores es una forma progresista de posmodernidad, y por lo tanto, una forma de impresionar sin apenas esfuerzo las meninges de los que aún creen que la política es posible. El Estado en las hechuras de una empresa manejable, lo público como una abacería o la tienda Mapple del tango. Pero la nación-empresa exige que el Estado se limite a ser gendarme y barrendero, que tenga limpias y ordenadas las calles y a los mendigos y rateros controlados y todo lo que no sea eso entiende que supone un jeu d’esprit que malversa los beneficios de la usura y el mercadeo. ¿Cuál va a ser la deriva de la reconstrucción en un tiempo, como el que vivimos de menosprecio, utilizando una expresión que compartirán Malraux y Semprún?

Curzio Malaparte en su relato “Sodoma y Gomorra” nos presenta a un Voltaire que tras las desilusiones que había recibido por los desengaños que le había dado la filosofía y la moral europea de la cual él se consideraba el único culpable, se había convertido, gracias a sus amistades en América, en representante general para Francia de los automóviles Ford. Malos tiempos para la lírica.

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