sábado. 27.04.2024

Frecuentemente constatamos la existencia de personajes que han permanecido injustificadamente en el olvido, cuando su vida ha sido plena de acontecimientos relevantes y ejemplares, como el caso del matrimonio, formado por Juan Vicéns de la Llave y María Luisa González. Primero hablaré de Juan y luego de Mª Luisa. Si lo hago antes de Juan es porque tengo más información. Luego de María Luisa, cuya labor es muy destacada, ya que tuvo que superar muchas dificultades, por el hecho de ser mujer para abrirse camino profesionalmente.

Juan nació en Zaragoza en 1895. A los 5 años se quedó huérfano, heredó una considerable fortuna de su padre ingeniero- director de las minas de Ojos Negros en Teruel. Le mandaron a Madrid a estudiar Matemáticas, que no le interesan, por lo que retornó a Zaragoza y junto con su amigo Rafael Sánchez Ventura-redescubridor” del conjunto de iglesias románico-mozárabes del Serrablo-, estudiaron Filosofía y Letras, sección de Historia. Andarín y montañero, viajó a Inglaterra y regresó deslumbrado por el fútbol. Al volver formó un equipo en Zaragoza. Estuvo en la Residencia de Estudiantes en los años de Buñuel, Lorca, Dalí, Bello con los que entabló amistad. En 1925 marchó a París. 

A los bibliotecarios de la II República, como Juan y María Luisa, se les asignó como a los docentes un papel protagonista en la modernización de España

Juan en 1933 opositó al Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Bibliotecario, Secretario de la Comisión Gestora del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecas y Museos al inicio de la guerra y después miembro del Consejo Central de Bibliotecas. Organizó Cultura Popular, institución que llevaba libros a las trincheras republicanas. Agregado de Prensa en la Embajada de España en Paris, y Delegado de Propaganda de la República en la misma capital. Organizó el pabellón español de la Exposición Universal con Picasso. Volvió a España el 3 de enero de 1939, de donde tuvo que exiliarse en febrero. Formó parte de la Junta FETE-UGT y del Comité Nacional de Cultura Popular. Amigo de Ignacio Mantecón, se exilió a México, donde publicó 2 libros titulados Cómo se organiza una biblioteca y Manual del catálogo diccionario, marchó a Moscú y China Popular, donde colaboró en el montaje y funcionamiento de las emisoras de Radio Pekín para España y América Latina. Estuvo muy interesado por la instrucción del pueblo y convencido que las bibliotecas eran las herramientas más adecuadas. Organizó la red de bibliotecas populares de la II República. En 1938, publicó La España viviente. El pueblo, a la conquista de la cultura donde cuenta la fugaz experiencia de modernidad europeísta de la II República con el montaje de las Bibliotecas Populares, que había importado de Francia y de Suiza. Como inspector de Bibliotecas visitó más de 100 pueblos. Se sentía bibliotecario hasta la médula. Tenía auténtica pasión por su trabajo. Sus informes los complementó con fotos y planos de los sitios, que están en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares. El dossier es muy importante. Porque aparecen imágenes inéditas; cuenta el nacimiento y consolidación de decenas de bibliotecas en sitios, que luego tardarían muchas décadas a tenerlas. 

Casó en 1926 con María Luisa González, otro personaje extraordinario, hija de un boticario de Zaragoza, fue, según su hijo, «una mujer moderna, risueña, llena de coraje y humor». Militó en la Liga por los Derechos Humanos, primera mujer admitida en la Universidad de Salamanca, que acababa de ser incluida en el presupuesto del Estado, por lo que ya no pertenecía a la curia y la mujer podía ingresar. Pero el clero se oponía. Cuando solicita una beca para estudiar encuentra la oposición de aquellos que pensaban que eran solo para hombres. Emilia Pardo Bazán, primera catedrática de Literatura Española, gran conocedora de la disciplina, pero a la que boicoteaban sus clases por ser mujer, salió en apoyo de María Luisa: «Me defendió en el ABC y el ministro que era Burell, cuando ya estaba toda la sala de actos llena de curas que habían acudido allí, el tribunal, y yo al lado de mi hermana esperando, leyó un telegrama diciendo al tribunal «admítase a doña María Luisa González» y gané la beca». Pero siguieron los problemas para ella. En los primeros días que acudía a clase se juntaban en la escalinata hileras de machos para silbarle y decirle groserías. Unamuno la agarró del brazo y se la llevó a su casa, donde vivió 2 años, e iba a la universidad de su mano y regresaban juntos. En 1921 terminada Filosofía y Letras, marcha a Madrid a preparar oposiciones al Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Hasta 1926 se alojará en la Residencia de Estudiantes de señoritas. Al acabar la guerra, como otros muchos, tuvo que exiliarse y terminó en Moscú, donde criando a sus hijos, montó la primera Cátedra de Literatura Española en Moscú, estuvo seis años en China... 

Aunque tarde, en marzo de 1999, a ambos se les hizo un homenaje en la Residencia de Estudiantes

A los bibliotecarios de la II República, como Juan y María Luisa, se les asignó como a los docentes un papel protagonista en la modernización de España, y ellos se sentían importantes. No les hizo falta nada más. Por ello, fueron los más perseguidos después. Aunque tarde en marzo de 1999 a ambos se les hizo un homenaje en la Residencia de Estudiantes. 

Quiero referirme al homenaje a ambos que se les hizo en la Residencia de Estudiantes, 2 de marzo de 1999, que quedó reflejado en un artículo de Blanca Calvo, bibliotecaria de la Biblioteca Pública del Estado de Guadalajara y que fue alcaldesa de 1991-92 de la misma ciudad por Izquierda Unida. Expondré algunos fragmentos de este texto.

“Durante los años de la Segunda República se sentaron unas bases de trabajo bibliotecario que aún siguen siendo válidas hoy. Los planteamientos de los compañeros de entonces -Vicéns, María Moliner, Rodríguez Moñino, Navarro Tomás y Teresa Andrés, entre otros- se podrían seguir manteniendo en los actuales congresos de la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios, y sintonizarían perfectamente con las corrientes más avanzadas. Porque sacar los libros a la calle, crear bibliotecas en las escuelas y abrirlas al público en general, o llevar la lectura a las trincheras en plena guerra, es comparable -o superior- a lo que ahora se hace en los países de tradición bibliotecaria bien arraigada. Para que se produjera ese milagro se tuvieron que dar dos factores importantes: el entusiasmo de los bibliotecarios y el apoyo decidido de la Administración. En el trabajo que realizaron María Moliner y sus coetáneos se ve un aliento especial, que también está presente en los profesionales de la enseñanza. Ni unos ni otros debían ganar mucho dinero, pero es fácil apreciar que trabajaban con gran ilusión. Es natural: se les había asignado un papel protagonista en la obra de modernización que se estaba representando, y ellos se sentían importantes. No les hacía falta nada más. Los bibliotecarios de la II República trazaron un camino profesional que hemos retomado otros cuando las circunstancias históricas lo han permitido. Quiero pues rendir mi homenaje a Mª Luisa y a Juan no sólo como colegas y compañeros del Cuerpo Facultativo de Archivos y Bibliotecas, sino también -y, sobre todo-­ como personas comprometidas con la época que les tocó vivir. Ese compromiso me ha resultado muy fácil identificarlo en el caso de Juan, porque ha dejado muchos rastros de su actividad. En la Bio-bibliografía del Cuerpo Facultativo de Archivos. Bibliotecas y Museos recopilada por Ruiz Cabriada, se puede leer que nació el 26 de agosto de 1895 e ingresó en el Cuerpo Facultativo en 1935, es decir, a los cuarenta años. También se dice que trabajó en el Archivo General de Alcalá de Henares, de donde pasó a la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros, que fue delegado de propaganda del Gobierno de la República en la Embajada de España en Francia y que en el año 40 marchó a Méjico donde trabajó en las bibliotecas populares del departamento del Distrito Federal. En la obra de Ruiz Cabriada también se citan los escritos de Juan Vicéns de la Llave: muchos artículos y dos libros titulados Cómo se organiza una biblioteca (publicado en 1942) y Manual del catálogo diccionario (editado en ese mismo año). Desde luego, vale la pena comentar algo sobre sus obras, ya que los manuales de Vicéns son obras que todos los bibliotecarios dedicados a la lectura pública deberíamos conocer. No sólo los dos que cita Ruiz Cabriada en la bio-bibliografia, sino otro que, por razones obvias, no incluye, y que a mí me parece interesantísimo. Se titula L'Espagne vivante y fue editado en 1938, presumiblemente cuando Juan Vicéns estaba destinado en la Embajada de Francia. Dice el propio Vicéns en esta última obra que, en los primeros años treinta (y ahora tomo prestadas sus palabras, si bien rápidamente traducidas del francés, con lo que a lo mejor traiciono de alguna manera su estilo propio):

"Los bibliotecarios oficiales ignoraban la mayor parte de las técnicas consideradas esenciales en todos los sitios, la clasificación por materias, por ejemplo, y no conocían más que la simple ordenación alfabética por los nombres de los autores; igualmente ignoraban la técnica de la organización del préstamo, que no se practicaba en ninguna biblioteca oficial. Es fácil darse cuenta de que estas lagunas afectaban sobre todo a los lectores de cultura mediana que no conocían siempre los nombres de los autores y pedían simplemente libros sobre tal o cual materia. En cuanto a los obreros que trabajaban toda la jornada, ¿cómo pueden aprovechar una biblioteca si el préstamo no existe? Los bibliotecarios oficiales (sigo traduciendo las palabras de Vicéns) salían de la Facultad de Filosofía y Letras; eran, en general, muy reaccionarios socialmente y profesaban, sobre todo, un gran amor hacia los libros eruditos (hablo de aquellos que tenían gusto por el trabajo); cuando llegaban a ser bibliotecarios. su ideal era ser destinados a una biblioteca llena de libros antiguos en la que nadie vendría a molestarlos, donde se podrían dedicar con toda tranquilidad a sus investigaciones eruditas o a la siesta. La idea de trabajar en una biblioteca popular les llenaba de horror. Los que no podían evitar ese destino. se las arreglaban para estar en la biblioteca lo menos posible; lo que les permitía por otra parte dar clase en los colegios religiosos. Así. a menudo. el verdadero bibliotecario era el portero. A los esfuerzos que se hacían para poner fin a este estado de cosas y transformar las bibliotecas devolviéndolas su verdadera misión -la instrucción de las masas- los altos funcionarios respondían con un sabotaje desvergonzado y la persecución sistemática de aquéllos que se sentían culpables de tales sacrilegios. Fuera de las rudimentarias reglas para la redacción de los catálogos alfabéticos por los nombres de los autores. no se había publicado en España ni una sola línea sobre la organización técnica de las bibliotecas; para llenar ese vacío yo me puse a estudiar de cerca la cuestión y redacté un manual de clasificación por materias que iba a aparecer cuando la guerra estalló; estudié igualmente la técnica del préstamo y del intercambio entre bibliotecas diferentes y había decidido hacer mi tesis doctoral sobre ello. Esta tesis se componía de dos partes: la primera estudiaba la técnica del préstamo y del intercambio y la segunda mostraba cómo sobre la base de esta técnica se pueden organizar redes de bibliotecas regionales y nacionales, asegurando una activa circulación de libros; estudié especialmente lo que se había hecho en ese sentido en los Estados Unidos. Inglaterra. la URSS. etcétera. Pero cuando presenté la tesis. un profesor reaccionario que formaba parte del tribunal (este antiguo bibliotecario está ahora con Franco) me dijo que eso no era un tema de tesis; lo encontraba grosero. vulgarmente material. ¡Ah! si yo hubiera estudiado las bibliotecas en el siglo XV! ¡Pero las bibliotecas modernas! No. eso era inadmisible. Evidentemente. su instinto le decía que había que oponerse en la medida en que mi tesis era favorable a la instrucción de las masas. Después de varias dudas el tribunal aceptó. pero con una cierta piedad condescendiente. Cosa curiosa: presenté mi tesis en junio de 1936 Y. un mes más tarde, la guerra me ponía en la obligación de aplicar las teorías y las reglas que yo exponía en ella. Pero éste será el tema de otro capítulo".

Esa larga cita es en realidad. la narración del nacimiento de los dos libros de Vicéns publicados en Méjico. Ya la curiosidad destacada por él al final del último párrafo se une otra de corte más trágico: ¡quién le iba a decir a él. cuando escribía aquellas palabras. que iba a tener que publicar los trabajos que habían formado parte de su tesis en un país tan alejado y en circunstancias tan descorazonadoras! Los manuales de Juan Vicéns son de una claridad extraordinaria. Él mismo dice en el prólogo de uno de ellos -el Manual del catálogo diccionario-- con una gran modestia lo siguiente: "Estas reglas y estos procedimientos son el fruto de la experiencia de millares de bibliotecarios de diversos países y no pueden ser sustituidos por el resultado del pensamiento de un hombre solo. Mi trabajo consistirá en hacer su exposición con la mayor claridad posible..., y realmente consigue redactarlas con las palabras justas. con una gran simplicidad y un enorme afán didáctico. Envidio a los bibliotecarios mejicanos que tuvieron la suerte de usarlas; ojalá los españoles hubiéramos tenido la suerte de formarnos con un maestro tan sencillo y ejemplar. Por ello, me parece muy oportuno citar las palabras de un artículo que escribí en este mismo medio titulado Aterrados, desterrados y enterrados. Dice así: “He podido disfrutar del artículo publicado en noviembre de 2011 en El Espectador de Bogotá Digresiones sobre un poeta muerto del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Es breve pero pleno de densidad histórica para los españoles. Nos dice Juan Gabriel: “Mis alumnos norteamericanos suelen tener serios problemas para entender la Guerra Civil Española. La clase que les doy trata del boom de la literatura latinoamericana y están confusos cuando les hablo de la república legítimamente establecida en España, de sus leyes progresistas y su espíritu liberal, y luego de la sublevación armada de Franco, de su victoria en 1939, de la persecución y el exilio de los republicanos vencidos. Llenos de perplejidad uno levanta la mano y pregunta: “¿Pero qué tiene que ver esto con el boom?”. Les contesto: “Bueno, ya saben ustedes: la Guerra Civil Española la ganaron los mexicanos”. Y les cuento que el boom no es concebible sin el exilio republicano: sin las editoriales, las revistas, los libros escritos en Latinoamérica por republicanos expulsados de España tras la victoria del fascismo. En México escribió sus novelas Max Aub e hizo sus películas Luis Buñuel. En Argentina escribió sus poemas Rafael Alberti, y en Puerto Rico Juan Ramón Jiménez. Hasta Estados Unidos, que recibió a Pedro Salinas y a Ramón J. Sender, recibió los beneficios indirectos de aquella desgracia geopolítica… Pensé en esto al enterarme de la muerte del poeta Tomás Segovia, que con 13 años llegó a México. “Yo no fui al exilio”, solía decir para evitar aprovecharse de su situación: “A mí me llevaron”. Segovia creció en México y en México hizo lo suyo: dirigió la redacción de la revista Plural —una de esas que han marcado su tiempo— y escribió algunos de los grandes poemas del siglo pasado. Fue un extraordinario traductor de un raro talento: nos dejó la única traducción de Hamlet que nos hace olvidar brevemente la lengua sobrehumana del original”.

Al cerrar la impresión de la memoria de 1934 el número de bibliotecas creadas por el Patronato sobrepasaba las 5.000

Quiero hacer un inciso, que me parece muy pertinente, sobre las reticencias de las clases de arriba a la llegada de la cultura a las clases populares en tiempos de la II República. Como he comentado Juan Vicéns fue Inspector de Bibliotecas por lo que tuvo realizar viajes y comprobar el funcionamiento de las bibliotecas puestas en marcha por el Gobierno de la República. A la provincia de Teruel hizo 2 viajes a lo largo de 1934 en diferentes fechas, en uno de ellos le acompañó Buñuel. El segundo viaje se realizó en una fecha indeterminada en el mismo año de 1934. El primero lo tuvo que interrumpir súbitamente. En la correspondencia de Vicéns con Hernando Viñes y Lulu Jourdain encontramos la siguiente referencia: “Hace poco hice un viaje de bibliotecas a Aragón; allá se me reunieron Luís Buñuel y María Luisa González, esposa de Vicéns que fueron en auto y volvimos juntos en auto”. Madrid, 8 noviembre 1934.

Merece la pena leer con detenimiento el informe sobre Híjar, que lo transcribo tal cual lo describe en su Informe Juan Vicéns:

"En Híjar encontré esta biblioteca abandonada por parte de la Junta, la cual no se había reunido desde la inauguración, hecho que se había producido el 5 de marzo de 1934. Gracias a que el maestro D. Leoncio Fernández Gallego, que es el bibliotecario, se ocupa de ella. Este señor es muy entusiasta de las bibliotecas y en Ansó, donde estuvo antes organizó una en sociedad. Aquí es el único que se ocupa. Por parte del resto de la Junta hay bastante abandono y aún casi hostilidad hacia la biblioteca. Parece que la gente pudiente de Híjar, si se hiciera propaganda intensa de la biblioteca, se moviera, se organizaran conferencias, etc., considerarían esto como actividad política casi subversiva. Tuve una discusión bastante larga y dura con el secretario del ayuntamiento, también miembro de la Junta. La biblioteca era usada solamente por un pequeño grupo de “gente bien” de Híjar y para leer se exigía una fianza de 5 pesetas para el préstamo, cuando el sueldo diario en Híjar de un bracero era de 5,50 pesetas. No había modo de convencerles de que no se debía pedir fianza y por otra parte la idea de dar libros a los campesinos, pobres, etc., les parecía inadmisible, aunque no me lo dijeron así. Vino el clásico diálogo sobre que ese pueblo es muy especial, etc. Entre tanto, yo leía en los ojos del secretario que se estaba preguntando todo el tiempo qué andaría yo buscando, pues no se explicaba que yo tomara aquello con calor, si no era para andar buscando algún provecho personal. En suma, el ambiente de la dirección de esta biblioteca y el de la gente que podría ayudar a su buena marcha, con excepción del maestro, es deplorable. En cambio, como siempre, la gente desea leer y si no en mayor número, es porque hay un gran número de analfabetos”. 

Creo que sobran comentarios. Las clases pudientes de Híjar, como las del resto de España estaban en contra de esta iniciativa. Una de las preocupaciones de los políticos que llegaron al poder a partir del 14 de abril de 1931, fue el elevar el nivel cultural de la población española. La realidad con la que se encontraron era demoledora. En muchos lugares la mitad de los hombres, y seis de cada diez entre las mujeres eran analfabetos. Esta realidad debía servir de escarnio y vergüenza para cualquiera que se sintiera español. Para tratar de corregir esta situación lamentable, además de otras medidas, se crearon las Misiones Pedagógicas, por Decreto de 29 de mayo de 1931, firmado por Marcelino Domingo, primer Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de la II República. El objetivo que se proponía el Gobierno con la organización del Patronato de Misiones Pedagógicas era:

"Llevar a las gentes, con preferencia a las que habitan localidades rurales, al aliento del progreso y los medios de participar en él, en sus estímulos morales y en los ejemplos de avance universal, de modo que los pueblos todos de España, aun los apartados, participen en las ventajas y gozos nobles reservados hoy a los centros urbanos”.

Se crearon bibliotecas escolares, tanto para el niño como para el adulto. Las bibliotecas serían públicas y se estableció que toda escuela primaria poseería una. En el Decreto de 7 de agosto de 1931 se indicó que el Ministerio de Instrucción Pública destinaba 100.000 pesetas a la creación de bibliotecas (el sueldo diario de un jornalero era de 5 pesetas). Al cerrar la impresión de la memoria de 1934 el número de bibliotecas creadas por el Patronato sobrepasaba las 5.000. Los libros preferidos por los niños eran de Grim, Andersen, Swift, Poe, Mayne, Verne y biografías de hombres ilustres. Los adultos se inclinaban por novelas, siendo los autores más solicitados Galdós, Valera, Pérez de Ayala, y entre los clásicos Quevedo, Cervantes, Dickens, Tolstoi, Víctor Hugo. Poetas como Bécquer, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.

Cuánto daño y sufrimiento causaron a muchos españoles una cuadrilla de desalmados, encabezada por el mayor genocida de la historia de España

Retorno al texto de Blanca Calvo, que nos sigue diciendo. Esa misma claridad expositiva se traslada a su obra L 'Espagne vivante con cuya lectura he disfrutado enormemente. En ella Juan Vicéns hace un esfuerzo para explicar qué es lo que está ocurriendo en España y comunicar al lector la confianza que el gobierno legítimamente elegido tiene en la cultura como medio de conseguir la libertad y la igualdad entre los hombres. Quiero entresacar de nuevo algún párrafo de esta obra, que se debería traducir y publicar en España para dejar constancia de una parte de la historia bibliotecaria poco conocida. 

Pasaría mucho más rato leyendo párrafos de L 'Espagne vivante, de Juan Vicéns, pero me temo que se nos haría demasiada tarde. Aún así creo que merecen citarse algunas de sus palabras finales, del capítulo titulado "Después de la guerra". El futuro que él imagina, desde la difícil situación que atraviesa el país, es bien optimista: 

"No hay duda de que, después de la victoria, la cultura española conocerá un auge considerable”. "Ciertamente, la vida será dura en ese momento y habrá que pedir al pueblo español nuevos sacrificios (...) Pero hay un bien al que no querrá renunciar, ni siquiera temporalmente, que no tolerará que se le quite: el derecho a instruirse. La primera tarea a emprender después de la victoria será la reorganización poderosa y perfecta de la enseñanza, sobre bases más amplias". "Un gran número de camaradas considerablemente dotados para este trabajo están ya preparados para cumplir esta tarea abrumadora. Antes de los violentos ataques sufridos por Madrid, Cultura popular había formado un equipo magnífico, perfectamente adaptado a las necesidades de la hora presente, que se aplicaba al trabajo con entusiasmo y regularidad". "Estos camaradas volverán de nuevo al trabajo cultural y formarán excelentes equipos, pues ellos sabrán mejor que nadie el precio que el pueblo habrá pagado por tener derecho a la cultura. Por ello no hay nada más justo y profético que el lema de Cultura popular: 'El fusil de hoy es la garantía de la cultura de mañana'''.

¡Qué lástima tan tremenda y qué rabia da el que no se cumpliera esta preciosa profecía de Juan Vicéns! Si así hubiera sido este país sería ahora distinto. Da muchísima rabia no poder conocer aquello que perdimos al perder la guerra. 

Luego habla de Mª Luisa. Comenta Blanca Calvo que le ha resultado más difícil conocer a Mª Luisa que a su marido, y no creo que eso se deba a la casualidad. Mª Luisa González pertenece a una generación de mujeres que empiezan a romper el cerco dentro del que, hasta entonces, se les había mantenido. Esa generación necesita un homenaje por parte de las mujeres que las hemos seguido, que nos hemos subido en sus hombros para ir acercándonos un poco más a la igualdad real entre hombres y mujeres, y hoy querría ofrecerle la parte que le corresponde a Mª Luisa. Sigue comentando Blanca, que en la planta baja de la Residencia, ha estado escuchando unas cintas que contienen una larga entrevista con ella y que ha sido la única documentación que ha encontrado sobre esta mujer. Se trata de una conversación grabada en 1990 cuando ella tenía 90 años, pues había nacido en 1900, con el siglo, el 24 de agosto, casi el mismo día del mismo mes que su marido. y en esa larga entrevista -, que, a sus noventa años, tiene la claridad mental suficiente como para afirmar que las dos causas más importantes de la libertad de la mujer en este siglo son los anticonceptivos y la independencia económica. Mª Luisa hablaba con toda naturalidad de las clases de griego que recibió de Unamuno ("siempre relacionaba la política actual con el griego, y no había día que no hablara mal de Alfonso XIII!"), de su amistad con Buñuel, con Lorca o Dalí a principios de los años 20 ("nos íbamos de excursión los sábados y los domingos con los chicos, porque las chicas gozábamos de una libertad tremenda en la residencia. Nos dejaban pasar la noche fuera, aunque las costumbres eran diferentes de las de ahora y no pasaba nada; ni ellos se atrevían ni nosotras hubiéramos consentido. Íbamos a Toledo, o a la sierra, o al Museo del Prado, que nos explicaba estupendamente Dalí porque lo conocía muy bien"), del movimiento cultural que había a su alrededor ("en la Residencia había muchas conferencias. Yo recuerdo haber escuchado a Madame Curie, a Einstein, a Keynes, a Strawinski... En los días siguientes hablábamos mucho sobre lo que habíamos oído, y hasta se organizaban conferencias más divulgativas después, para poder entender cosas complejas, como la teoría de la relatividad. Cada conferencia era un mes de hablar sobre ello, de comprenderlo, de asimilarlo"), de la librería que montó con su marido en París, entre los años 1921 y 1927 ("Había entonces en Madrid una librería en la calle Mayor, en un piso, que se llamaba León Sánchez Cuesta. Era el librero de la gente universitaria. A mi marido, que buscaba entonces un trabajo, le aconsejaron que se asociara con León, para hacer una empresa editorial con tres puntos: Madrid, París y Nueva York. Nosotros llevamos la librería de París. Estaba muy bien situada, muy cerca de las editoriales y de la Sorbona. Iban mucho por allí Breton, Louis Aragón y su mujer, Paul Eluard... todos los surrealistas, y eran amigos nuestros. El surrealismo en aquella época consistía en romper la cosa oficial"), de la gran amistad del matrimonio con Buñuel ("En una ocasión mi marido y Buñuel fueron a un baile de Montparnasse disfrazados de fraile, porque a Buñuel le gustaba mucho vestirse de fraile") y de otras muchas cosas interesantes, porque, como dice ella misma al comienzo de la entrevista, vivió casi toda la historia del siglo XX y, añado yo, desde un lugar privilegiado para disfrutar de él.

No puedo sino acabar con unas breves reflexiones. ¡Cuánto daño y sufrimiento causaron a muchos españoles una cuadrilla de desalmados, encabezada por el mayor genocida de la historia de España, cuyo nombre no quiero citar! El exiliado lo pierde todo. Rafael Altamira hacía el balance de los daños que le supuso el exilio: había perdido su casa, su familia, sus amigos, su biblioteca, su trabajo, su optimismo y casi, decía, hasta su confianza en el género humano. Cualquier exiliado -los de ayer y los de hoy- podrían hacer un similar balance. Tal vez para algunos, como dice Juan Marichal, el exilio fue una fortuna por cuanto tuvieron tiempo y medios para hacer lo que en España misma no hubieran podido hacer. Pero… ¿qué decir de los miles y miles de exiliados anónimos apenas hoy conocidos?

Juan Vicéns de la Llave y María Luisa González, bibliotecarios de la II República