lunes. 29.04.2024

@Montagut | En otras ocasiones hemos trabajado sobre la preocupación en el Gran Oriente de España sobre los peligros de la pasión y de los enfrentamientos políticos que podrían empañar a la propia Masonería en un momento de efervescencia como fue tanto la Revolución Gloriosa de 1868, como la llegada del rey Amadeo de Saboya, y ahora la proclamación de la República. Pues bien, unos pocos días después de proclamada en las Cortes la Primera República, el Gran Teniente Comendador y Gran Maestro adjunto, “Tiberio Graco”, remitió una circular a toda la Obediencia, y que luego el Boletín de la misma publicó en su número del primero de marzo de 1873, harto significativa sobre cómo debían comportarse los masones en ese momento.

La máxima autoridad de dicho Oriente en ese momento reconocía que las circunstancias por las que pasaba el país le habían hecho considerar que debía dirigir la palabra a los hermanos del mismo para recordar sus deberes, y que se habían contraído en el momento del juramento del momento de la iniciación.

En ese juramento los masones reconocía que todos los hombres eran iguales en derechos, además de respetar que dicha igualdad se imponía hacia los derechos ajenos, ante los posibles extravíos de la libertad que podían vulnerarlos, es decir, que había que templar el ejercicio de la libertad para impedir que se desviara en detrimento de esos derechos.

La Masonería no quería imponer un tipo o forma de gobierno, dejando libertad a sus miembros para alcanzar los objetivos propuestos por la Orden

Por lo demás, se había jurado amor a todos los hombres al considerarlos como hermanos, y consagrarse al trabajo de lucha contra la ignorancia y la miseria, es decir, la práctica de la fraternidad.

Esas promesas aglutinaban todos los deberes bajo el punto de vista de la política, entendida como la ciencia del gobierno. Los masones serían libres respecto a las formas de gobierno y de las instituciones, consideradas como transitorias.

La Masonería proclamaba que los hombres eran libres, iguales y hermanos (Libertad, Igualdad y Fraternidad), pero luego dejaba libertad a la iniciativa individual y al esfuerzo colectivo para “descifrar constantemente el enigma de su progresivo planteamiento”, es decir, que no quería imponer un tipo o forma de gobierno, dejando libertad a sus miembros para alcanzar los objetivos propuestos por la Orden, presumiendo que eso podría conseguirse con una Monarquía o una República, como el propio Gran Maestro reconocía, insistiendo que no se pertenecía a ningún partido político.

El Gran Maestro adjunto reconocía que en la sociedad había habido vencedores y vencidos, pero eso no podía ocurrir en la Masonería porque iría contra el principio de la fraternidad. Ni una palabra debía alterar el ambiente de los templos, recordaba, porque la alegría de unos podía mortificar las convicciones de los otros, por lo que había que trabajar la tolerancia y el cariño por el respeto que merecerían todas las opiniones “honradas”. La clave estaría, por lo tanto, en el ejercicio de la fraternidad como bálsamo que moderaba ímpetus, y suavizaba caracteres.

Los masones, monárquicos o republicanos, debían dar un ejemplo a la sociedad. Si luchaba con la palabra, no había que abusar de la misma para herir

Pero en ese momento, el Gran Maestro adjunto consideraba que no bastaba con eso sólo, es decir, que había que reforzar dicha fraternidad, pero en la vida profana, en la calle, en el club, en el parlamento, en el gobierno y en los comicios, es decir, que las virtudes masónicas tenían que reflejarse fuera del templo.

Eso no quería decir que debían cesar las luchas políticas porque se pecaría de insensatez y de desconocimiento de lo que ocurría en el mundo, donde se luchaba y se progresaba porque se vencía. Lo que ocurría es que la Masonería debía moralizar esas contiendas y aminorar las consecuencias dolorosas de las mismas, sin apagar la “eficacia del choque”.

Los masones, ya fueran monárquicos, ya republicanos debían dar un ejemplo a la sociedad. Si luchaba con la palabra, no había que abusar de la misma para herir. Si se acudía a las urnas se deberían respetar, según lo dispuesto por la ley, y no torcer la voluntad que se expresaba a través de las mismas. Pero se era muy realista en la Masonería porque el Gran Maestro adjunto reconocía que si llegaba el momento en que las pasiones políticas se desencadenaban, algo nada raro en el siglo XIX, ni en el XX españoles, añadiríamos nosotros, la Masonería podría borrar el rastro del crimen cometido, pero se mantendría la memoria del mismo, y eso sería una especie de baldón sobre las futuras generaciones masónicas.

Masonería, efervescencia política y Primera República