sábado. 27.04.2024
Florence Nightingale
Florence Nightingale

Teresa Franco | Los soldados heridos la llamaban así, la dama de la lámpara. Cuenta la leyenda que todas las noches recorría los seis kilómetros de pasillo del hospital en el frente de Crimea preocupándose por el bienestar de los militares. Asistía a los heridos y no sólo eso, escribía cartas en nombre de los soldados, organizó un sistema para enviar dinero a sus familias y asignó habitaciones de juego y lectura para los convalecientes. 

Su aportación a la ciencia de la salud es revolucionaria. Fue la persona que sentó las bases de la enfermería moderna. Le toco venir al mundo en un momento de la historia donde las mujeres no podían gestionar los sistemas sanitarios, militares, académicos o científicos. Pero se abrió camino gracias a su pasión por los cuidados, y lo abrió a las mujeres y hombres que vinimos detrás. Los hospitales, antes de su trabajo, eran lugares donde se iba a morir lo mejor posible. Después de ella son lugares donde habitan la esperanza, la sanación y la vida. Los países han avanzado porque adquirieron su metodología en los sistemas sanitarios. España, donde los cuidados de las personas enfermas recaían en la caridad, también lo adoptó. Su camino no fue fácil. Muchos médicos la invitaban a irse a casa y usar sus métodos de cuidados con el esposo que debía tener. Ella no se achantó jamás. Su prestigio es reconocido a nivel mundial. La he descubierto en un maravilloso documental de RTVE cuyo guión es de Elisabeht Norell y donde participaron Myriam Ovalle y Rafael Lletget, doctora en enfermería y director del Gabinete de estudios del Consejo General de Enfermería respectivamente.

Su aportación a la ciencia de la salud es revolucionaria. Fue la persona que sentó las bases de la enfermería moderna

Adentrémonos en su vida y descubramos qué hizo para convertirse en heroína nacional; la primera mujer británica en recibir la orden del mérito; consultora de salud del ejército para el gobierno de Estados Unidos en la Guerra Civil americana, o colaboradora en la oficina de Guerra Británica sobre cuidados médicos en Canadá. 

Nació en 1820. Su familia le proporcionó formación y estudió matemáticas, estadística, física, literatura y diversos idiomas. Su abuelo y su padre defendieron a nivel político la abolición de la esclavitud. Por entonces el principal objetivo de las mujeres era casarse pero ella decidió rechazar a todos los pretendientes que le buscaban. Sus padres no lo entendían pero se empeñó en trabajar cuidando a los demás. Quería ser enfermera y enseñar. Se mantuvo firme en esa línea a pesar de los enormes esfuerzos por disuadirla. La enfermería no tenía prestigio. De hecho, a las presas se las redimía de su pena en parte si cuidaban enfermos a domicilio. Su padre no quería verla en esos menesteres. Ella insistió: “Si pudiéramos ser educados dejando al margen lo que la gente piense o deje de pensar y teniendo en cuenta sólo lo que en principio es bueno o malo, qué diferente sería todo”.

Viajó mucho. En uno de esos viajes conoció a Theodor Fliedner, fundador de un hospital que era también orfanato y escuela. Recibió formación práctica con mucho entusiasmo y teniendo a su familia en contra. “Aunque desde el punto de vista intelectual se ha dado un paso adelante, desde el punto de vista práctico no se ha progresado. La mujer está en desequilibrio. Su formación para la acción no va al mismo ritmo que su enriquecimiento intelectual”.

Trabajó en diversos hospitales en tiempos de grandes epidemias vinculadas a la alimentación y muchas infecciones por heridas de guerra. Dedicó mucho tiempo a estudiar la causa de las enfermedades y puso todo su interés en la higiene. Demostró ser muy buena gestora allá donde iba. “Hay que realizar ensayos, hay que emprender esfuerzos, algunos cuerpos tienen que caer en la brecha para que otros pasen sobre ellos”.

Dedicó mucho tiempo a estudiar la causa de las enfermedades y puso todo su interés en la higiene

Fue elegida como la primera mujer del mundo en dirigir a un grupo de enfermeras en los hospitales del frente cuando estalló la guerra de Crimea, en 1853. Cuando llegó allí quedó pasmada. Los índices de mortandad eran del 49% por heridas e infecciones. Elaboró informes, recogió datos y, en paralelo, se puso manos a la obra haciendo que se tomaran medidas de alimentación e higiene. Hizo que se lavara la ropa, los cubiertos… ¡El porcentaje de mortandad bajó al 2,2%! Salvó una cantidad de vidas enorme. “Hay cinco punto esenciales para asegurar la salubridad: aire puro, agua pura, desagües eficaces, limpieza y luz”. Los primeros corresponsales de guerra recogieron sus ideas y la población tuvo conocimiento de sus logros.

El cuidado lo concibió como un concepto holístico, no sólo físico sino social y psíquico. A pesar de que la orden que tenía para trabajar en el frente limitaba sus competencias abogó por la educación de los médicos militares. Señaló sin miedo la falta de experiencia médica de los jóvenes cirujanos militares. “…Como ingresar en el ejército significa para ellos automáticamente enfrentarse con la práctica, y en un corto espacio de tiempo tienen pacientes a su cargo, parece necesaria la existencia de una escuela donde el alumno pueda adquirir un conocimiento práctico entre su ingreso en el ejército y el momento en el que se incorpore a su regimiento”.

El reglamento militar recogió sus ideas. Florence también estaba convencida de que la educación en el ejército no sólo debería abarcar la formación de los médicos, también la de las tropas. “Nunca he podido compartir el prejuicio sobre la ineptitud del soldado, al contrario, creo que nunca he conocido a una gente tan receptiva y atenta como los soldados. Si se les ofrece la oportunidad de enviar dinero a casa de manera rápida y segura, lo harán, si se les ofrece una escuela asistirán a clase, si se les ofrece un libro, un juego y una linterna mágica, dejarán de beber”. 

Tuvo un impacto tan grande que sin cargo oficial cambió el sistema de salud inglés e influyó en que se hiciera investigación. Tras la guerra llegó como una heroína nacional. Logró que se creara una universidad médica militar y cuatro años más tarde consiguió fondos para crear la primera escuela de enfermería: La escuela y casa de enfermeras Nightingale.

Con sus estadísticas demostró que sus métodos de enfermería eran los adecuados para mejorar la salud y reducir la mortandad. Desarrolló un modelo de estadística hospitalaria. Ello le llevó a formar parte de la Sociedad de Estadística Real en 1858 y a ser miembro honorario de la Asociación Americana de Estadística en 1874.

Tuvo un impacto tan grande que sin cargo oficial cambió el sistema de salud inglés e influyó en que se hiciera investigación

El compromiso deontológico de las enfermeras estadounidenses comienza cada graduación con el juramento de Florence Nightingale, “Llevar una vida digna y ejercer mi profesión con fidelidad a la misma” y les acompaña un candil como símbolo de la profesión.

Han quedado para la historia sus más de doscientos escritos, entre notas artículos y libros destaca: Notas sobre enfermería. Sus principios siguen en vigor para la enfermería y la administración y gestión.

A Florence Nightingale le debemos mucho, sin duda. Me pregunto qué pensaría sobre la situación bélica actual, sobre la pandemia del Covid-19 y cómo se gestionó y, sin duda, sé que le encantaría acudir a la 128ª Asamblea General de la Organización Europea de Asociaciones y Sindicatos Militares (EUROMIL) que se celebra este año en Madrid los días 26 y 27 de octubre. 

No podría ni imaginar cuánto se ha avanzado en derechos pero cuánto queda por conseguir en derechos para los militares. Coincido con ella en su visión de las tropas. Ahora imagino que abogaría, como elemento de salud en el todo holístico, por la consecución del sindicalismo militar como derecho y, mientras llega, impulsaría el ejercicio del asociacionismo militar en los acuartelamientos, unidades y hospitales militares. Debemos seguir abriendo caminos. 

Florence Nightingale, la dama de la lámpara