viernes. 29.03.2024
Salman Rushdie

El vocablo fanático deriva del término latino “fanum” (santuario) y en principio un “fanaticus” era quien custodiaba un templo.

En el mundo romano imperaba un sincretismo religioso y se adoptaban los dioses ajenos, como muestra su adaptación del Olimpo griego con su nómina de divinidades grecorromanas. Eso les permitía profesar varios cultos a la vez o sucesivamente. Pero algunos pretendieron ganar puntos con una dedicación exclusiva y ese celo fue designado con una renovada acepción del término “fanaticus”, que ahora recogía por añadidura el significado de fanós o iluminado griego.

Este proselitismo resulta mucho más eficaz aplicándose a los jóvenes desde su nacimiento, antes de que puedan tener muchos elementos de comparación

La pluralidad suele ser mucho más respetuosa con las convicciones ajenas, mientras que los monopolios tienden a ser intransigentes. Uno de los antónimos del fanatismo es la tolerancia. En plena Edad Media Toledo conoce una eclosión cultural Gracias a su muy reputada Escuela de Traductores, que traducían a la lengua latina textos clásicos griegos primeramente vertidos al árabe. Pero esa fecunda convivencia entre distintas culturas y religiones ha solido ser excepcional. El empeño de convertir y, muchas veces, aniquilar a quien tiene una fe distinta o ninguna, se caracteriza por una belicosa intolerancia.


Por supuesto esa beligerancia siempre se toma como algo santo por parte de quienes la llevan devotamente a cabo. Normalmente sirven para justificar violentas conquistas o reconquistas de tierras prometidas bajo un estandarte religioso. Es ocioso poner ejemplos históricos o contemporáneos, porque semejantes hazañas bélicas fueron cambiando los mapas políticos del globo terráqueo, al tiempo que los movimientos religiosos excluyentes iban teniendo secesiones en sus propias filas.

Ese trasfondo religioso continúa jugando un papel fundamental hoy en día, incluso en los países presuntamente laicos donde las liturgias de una determinada creencia religiosa presiden efemérides civiles.

Por supuesto el ámbito político no se ha librado del fanatismo. Las ideologías más extremistas han reclamado siempre a sus adeptos una devoción exclusiva que por otra parte debe imponerse al prójimo de modo paternalista. No se trata de convencer al otro mediante argumentos o la ejemplaridad. Hay que llevarle al redil por su propio bien, aun cuando se resista e intente replicar con razonamientos que le parecen más convincentes.

Este proselitismo resulta mucho más eficaz aplicándose a los jóvenes desde su nacimiento, antes de que puedan tener muchos elementos de comparación. Podrían elegir un camino equivocado y hay que retenerles en la buena senda, si reniegan de los dogmas establecidos.

En ocasiones ni siquiera es necesario recurrir al prefijo ultra para describir los excesos. Idearios que fueron interesantes en su origen suelen echarse a perder cuando pretenden alcanzar una implacable hegemonía.

El problema es no limitarse a plantear alternativas y disensos que busquen renovar los consensos, aspirando a imponer de modo paternalista un determinado credo del tipo que sea, ya sea de naturaleza económica, religiosa o política. Estar en posesión de verdades absolutas no favorece la convivencia y fomenta una intransigencia que suele ser violenta para con los heterodoxos. Pensar diferente puede salir muy caro, porque la intolerancia cala con suma facilidad cuando encuentra las condiciones propicias.

Los fanatismos han llevado gente a la hoguera y a las cámaras de gas. Han propiciado alambicados instrumentos o métodos de tortura para hacer confesar “voluntariamente” a los perseguidos. Dan pie a lapidaciones y a tenebrosos ajusticiamientos.

En estos días un escritor célebre se ha visto horrendamente apuñalado por lo que podría ser una mala traducción del título de su novela y algunos de quienes le habían traducido a otra lenguas también fueron atacados desde hace años. ¿Que clima cultural y social permite que puedan acontecer semejantes barbaridades?

Deberíamos apreciar que se trata sólo de la punta del iceberg. El odio sembrado por el fanatismo está por doquier. Un seguidor de Trump quiere matar a los del FBI por devoción a su guía político. Las metáforas belicistas nunca son inocentes. No se puede considerar al adversario como un enemigo y creer que tal actitud no tendrá consecuencias indeseables.

Fanatismo e intolerancia