jueves. 28.03.2024

Una aproximación psicológica al fanatismo de ciertos militantes de izquierdas

Hay fanáticos tan incondicionales de la ideología que abrazan que suelen convertir tanto su pasión por la política como su izquierdismo en el leitmotiv de sus vidas.

Este artículo surge porque, desde hace meses, me llegan desagradables amonestaciones por parte de un intransigente  grupo de seguidores de un nuevo partido político (nacido hace poco más de dos años y que no mencionaré para que nadie se sienta aludido más allá de lo obvio), cada vez que me muestro crítico con la formación en cuestión. La susceptibilidad a las opiniones adversas no la atribuyo a la totalidad de la militancia y simpatizantes de ese partido —por la que siento un sincero respeto— sino solo a ese subgrupo de intolerantes incapaces de ser dialogantes y educados, una minoría de fanáticos con la capacidad de armar tanto ruido que le hacen un flaco favor a su partido al convertirlo en un paradigma de la intransigencia y de la soberbia (algo en lo que ya colaboran a veces sus líderes).Confío que nadie saque falsas conclusiones ni universalice lo que sólo es discrepancia con una minoría y no con la totalidad de la militancia, pues como dijo Alejandro Jodorowsky “generalizar es un error de la mente para simplificar lo que es complejo y así poder manejarlo”, y mi tendencia no es a generalizar en modo alguno.

Lamentablemente, hay fanáticos tan incondicionales de la ideología que abrazan que suelen convertir tanto su pasión por la política como su izquierdismo en el leitmotiv de sus vidas. Tanto es así que, en pleno siglo XXI, se aferran a posturas obsoletas más propias de las movilizaciones de los años setenta —y hasta mucho más pretéritas— repitiendo clichés, hoy anacrónicos, sin reconocer que los problemas actuales de la sociedad son muy distintos a los de entonces y distintas, por tanto, las reivindicaciones a plantear por mucho que ellos insistan, con mórbida obsesión, que son las mismas y que «aquí nada ha cambiado porque no hay democracia».

Desde una perspectiva psicológica, la actuación de estos individuos es la propia de quienes entran en regresión al sentirse decepcionados —por algo o por alguien— y actuar con un venenoso resentimiento contra todos y contra todo lo que antes defendían con uñas y dientes hasta que deja de encajar con lo que ellos consideran necesario para salvar al mundo y, quien sabe, si para solucionar unos problemas personales no resueltos.

Quienes así se conducen manifiestan dos facetas completamente distintas. Una es la que muestran cuando se departe con ellos de cualquier tema ajeno a la política, una vertiente en la que pueden ser cordiales, exquisitos, amigables, empáticos, educados y hasta encantadores. Sin embargo su otra faceta, que no admite réplica, les inviste de un aura absolutista con la que desprecian las opciones antagónicas hasta considerarse a si mismo y al partido que defienden como los únicos valedores de la izquierda.

Estos salvadores de la humanidad hacen lo imposible por parecer más concienciados que nadie con el sufrimiento de los desfavorecidos, se apuntan a la ONG que más lustre aporte a su bonhomía, defienden a Greenpeace y a lo que haga falta con tal de cubrir su necesidad —tal vez sincera, no lo dudo— de estar socialmente comprometidos tanto con el ser humano como con el ecosistema, sin embargo no es difícil descubrir entre ellos a ciertos revolucionarios de pacotilla que viven instalados en un confort consumista que nada tiene que ver con sus reivindicaciones, una contradicción que ellos no llegan a percibir mientras se creen en posesión de la verdad, no toleran que nadie censure a sus líderes y difunden soflamas a diestro y siniestro en pos de una sociedad igualitaria y si fisuras.

Ya para finalizar quiero matizar que este artículo no pretende ser una crítica a una ideología o a un partido sino sólo a unas posturas extremistas equivocadas. El fanatismo existe tanto en la izquierda como en la derecha, de tal manera que quienes creen  ciegamente en lo que sus líderes promulgan, no respetan las ideologías antagónicas, no tienen ponderación en su actuaciones, no toleran las críticas ni saben formularlas sin incurrir en ofensas, son unos fanáticos en potencia.

Me despido con pensamiento de Ortega y Gasset, formulado en prólogo de La rebelión de las masas en  1937.

"Ser de izquierda es, como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejia moral. Además, la persistencia de estos calificativos contribuye a falsificar más aún la realidad del presente, como lo demuestra el hecho de que hoy las derechas prometen revoluciones y las izquierdas proponen tiranías"

(Ortega y Gasset)

Una aproximación psicológica al fanatismo de ciertos militantes de izquierdas