jueves. 25.04.2024

El pasado febrero, en la Berlinale, tuve ocasión de ver la película Call Jane, presentada con anterioridad en el festival de Sundance. Con un impresionante reparto coral su directora nos relata una historia memorable. La de un colectivo femenino que surgió en Chicago para paliar lo estragos provocados por la prohibición del aborto y asistir sobre todo a las mujeres con menos medios económicos para permitirles tomar esa decisión sin esa cortapisa.

Funcionó con entera eficacia entre 1960 y 1973, cuando se legaliza la interrupción voluntaria del embarazo. Esto sucedía en el contexto de la lucha por los derechos civiles y los movimientos contra la guerra de Vietnam.

Ahora una sentencia del Tribunal Supremo estadounidense nos retrotrae a ese oscuro pasado. La muy conservadora mayoría del tribunal permitía pronosticar esta secuencia retrospectiva de una época que parecía superada. Pese a que la Cámara de representantes y el actual inquilino de la Casa Blanca discrepen, Donald Trump dejó las cosas bien atadas con unos nombramientos que aseguraban este resultado, lo cual por cierto no dice mucho a favor de la imparcialidad judicial o la presunta división de poderes.

Los gobernadores demócratas abrirán las fronteras de sus Estados a quien haya quedado en circunscripciones republicanas. No falta quien evoca el argumento del Cuento de la criada para describir esa división política entre unas regiones y otras. Esta comparación puede parecer exagerada, pero cuesta dar crédito a que se retroceda medio siglo en una cuestión tan elemental.

Resulta difícil evaluar el auténtico calado del asunto. Desde un punto de vista simbólico es difícil no darle la mayor importancia. Se inscribe dentro de una constelación donde la libertad individual no encuentra las condiciones que propicien su ejercicio.

La concatenación de crisis clausura los respiraderos que aireaban las estancias menos favorecidas y los denominados perdedores tienen que sobrevivir haciendo frente a una insostenible precariedad socioeconómica que roba su futuro a las nuevas generaciones, impidiéndoles hacer planes a medio plazo en un hábitat cada vez más hostil por nuestra falta de previsión y la inercia de mirar hacia otro lado sin encarar los problemas que nos acucian.

No contentos con ver incrementar sus descomunales rentas y conservar sus inmensos privilegios, ciertos dirigentes pretenden imponer sus credos personales a los demás de un modo paternalista en temas como la interrupción del embarazo, anular un contrato matrimonial o suscribir un testamento vital. Su divinidad parece repudiar el aborto y la eutanasia bajo cualesquiera circunstancias, por escabrosas que puedan ser estas. Las consecuencias de llevar a término un embarazo no deseado pueden ser funestas.

Ver agonizar a un ser querido que amaba la vida por encima de todas las cosas es una crueldad innecesaria para todas las partes implicadas y sólo es apto para los partidarios del sadomasoquismo.

Sin salir de Estados Unidos vemos cómo los niños mueres acribillados a balazos en sus escuelas. Algunos creen que la solución pasar por armar al profesorado, para que puedan matar preventivamente a los alumnos díscolos en cuanto abriguen la menor sospecha de un posible atentado. Los muertos civiles por armas de fuego alcanzan unas cotas escalofriantes. Con ese ingente arsenal doméstico todo el país es un auténtico polvorín que no requiere de ningún conflicto bélico para estallar

Así las cosas Madrid tendrá el dudoso honor de acoger una Conferencia sobre la OTAN. Quienes peinamos canas no podemos dejar de asociar las bases militares norteamericanas con el blanqueo del régimen franquista en los años cincuenta. Luego Felipe González cambió su lema inicial y se inclinó por defender la permanencia.

Las crispaciones de la Guerra Fría entre dos modelos ideológicos exigía tomar partido y se compensaba el abandono de la neutralidad. O eso parecía que significaba entrar a formar parte de la Unión Europea. Tener la carta de ciudadanía europea imponía ciertos peajes y Javier Solana tuvo un inmerecido protagonismo en la Guerra de los Balcanes que luego se premió con su puesto como Alto Comisario, el mismo cargo que ahora desempeña Borrell.

Un país tradicionalmente neutral como Suecia ha pedido ingresar en la OTAN, al igual que Finlandia, siendo esto último algo que se consideraba un anatema. Cuando cayó el Muro de Berlín y se desmanteló la Unión Soviética, muchos países del antiguo Pacto de Varsovia ingresaron con toda celeridad en la Unión Europea y entraron a formar parte del Tratado militar opuesto.

El conflicto bélico de Ucrania está promoviendo reforzar las alianzas militares contra Rusia y el compromiso de aumentar significativamente los presupuestos en defensa obligan incluso a cambiar la propia Constitución, tal como ha sucedido en Alemania. Los recursos destinados a corregir mínimamente la extrema desigualdad social y paliar los innumerables corolarios de la pandemia se verán mermados por esta partida presupuestaria considerada indiscutible.

El dilema es de una enorme complejidad. ¿Acaso cabe abogar por un pacifismo a ultranza y mantener una neutralidad en un tablero donde faltan esas casillas? Ahora bien. También pueden formularse otro tipo de interrogantes. ¿Para qué sirvieron guerras como las de Corea, Vietnam, Irak o Afganistán? ¿Sigue siendo valida la presunta función disuasoria del armamento nuclear? ¿Cuánto tiempo podemos permitirnos aumentar indefinidamente unos gastos militares que distraen recursos a otras prioridades? ¿Aguantaremos el seísmo económico de una inflación desbocada y el tsunami del progresivo empobrecimiento de la población? ¿No hay vías alternativas a la escalada militar y el posicionamiento de dos bloques antagónicos que reflejan una creciente polarización político-social?

Apostar por el Estado del bienestar asegurando un acceso prácticamente universal a bienes materiales y culturales aleja los fantasmas de la guerra, porque una ciudadanía con su porvenir asegurado no suele consentir que florezcan los totalitarismos y el simulacro de un sistema democrático que tan sólo cubra las apariencias.

Pero esto requiere otro tipo de políticas con amplio sentido institucional, miras a largo plazo y pactos que atiendan a los intereses mayoritarios Para conseguir estadistas de talla hay que tener cantera y eso únicamente puede lograrlo una educación sensata que no busque meros adoctrinamientos. Menos cañones y más libros es algo que no vendría del todo mal, aunque suene un tanto trasnochado e incluso ingenuo.

El aborto y la OTAN: Regreso al mundo de ayer