martes. 23.04.2024

El pasado jueves, en la Asamblea de Madrid, tuvo lugar una demostración de falta de empatía, sensibilidad, humanidad y respeto que debería tener consecuencias y que, me temo, pasará como un episodio más de la normalidad política en la que nos han instalado. Eso, todos lo sabemos, es lo mismo que decir que como algo normal dentro de la asquerosa realidad política del país.

El portavoz del Gobierno Regional escenificó tal grado de desprecio y de falta de respeto hacia los ciudadanos más desfavorecidos que no entiendo cómo es posible que su jefa no lo haya cesado de forma fulminante. Entiendo que se puedan tener discrepancias, manejar criterios y baremos distintos para medir cualquier fenómeno social, incluida la pobreza y que, desde esa discrepancia puramente técnica, se pueda argumentar, pero no es el caso: el portavoz se entregó a un histriónico momento demostrando que, en realidad, lo de la pobreza “se le importa un higa”. Muy propio.

Ese desgraciado momento, ese autismo indiferente frente a la pobreza, pone de manifiesto la falta de ganas que tiene el gobierno de la CAM de analizar qué es lo que, de verdad, está cambiando y evolucionando en ese sector de la sociedad: los pobres con trabajo, los pobres con pensiones que deben acudir a comedores sociales: los “nuevos pobres”.

Para el PP; el pobre debe cumplir con un estereotipo muy determinado para “poder sentarlo a la mesa”, pero ese pobre que duerme en la calle, ese pobre acartonado de frío y mugre, es una foto que, aunque se mantiene, supone una pequeña parte de esa otra pobreza que nace con el siglo, con su crisis económica y con la indiferencia de los distintos gobiernos que dejan la responsabilidad de la asistencia a este nuevo colectivo en manos de ONG´s que se dejan la piel para hacer llegar paquetes de comidas a las familias de estos nuevos pobres que, en muchos casos, incluso tienen trabajos.

Y ese trabajo es el que marca la frontera de lo inadmisible: nadie que tenga trabajo debe seguir sumido en la pobreza. Un pobre con trabajo es un grito de injusticia, de insolidaridad, de explotación: un pobre con trabajo nos demuestra que esto no funciona, que hay que remover lo que haga falta para que un trabajador, cualquier trabajador, pueda vivir dignamente con el fruto de su trabajo o de su pensión.

No creo que, tras el párrafo anterior, haya que alargar esta nota, pues lo importante ya se ha dicho y no creo que el análisis, ahora, deba centrarse en el número de pobres catalogados por Cáritas o por la CAM: hay que eliminar esa pobreza inhumana que supone no poder tener una existencia plena y digna a cambio del trabajo.

No sé si serán pocos o miles los que viven así, me es igual: hay que eliminar ese segmento de la sociedad que pone de manifiesto que hemos dejado atrás, desvalidos y sin futuro, a los que en su día nos abrieron el camino o a los que han perdido el paso por culpa de un sistema injusto y desequilibrado que no vuelve la vista atrás para acordarse de los que cayeron en el camino.

Mal, muy mal.

Un discurso insultante e inadmisible