viernes. 29.03.2024

Señor Consejero:

No tengo el gusto de conocerle, excepto por lo que la prensa informa acerca de su gestión como Consejero de Economía y Hacienda, cargo que ocupa desde hace pocos meses y, por lo que he podido leer en Wikipedia, su currículo y los cargos ocupados han discurrido siempre a la sombra digital del Partido Popular que, en mi opinión, no significa méritos personales sino fidelidad a la obediencia partidaria.

Para que usted sepa quién es el que le escribe me defino como jubilado –madrileño-, circunstancia que no poseen muchos de los políticos de la Asamblea de Madrid ni del gobierno de la Comunidad, no pocos, cuneros; toda mi vida la he dedicado a la docencia como catedrático de filosofía, intentando como profesor aportar a mis alumnos la metodología crítica como principio del conocimiento, a ejemplo del maestro Kant.

Por mi edad y mi profesión, que tiene su principio, como decía Aristóteles, en la curiosidad, siempre tengo a mi lado una libreta en la que apunto cuanto de interesante veo o escucho en algunos programas, ya me parezcan razonables los argumentos o ya discrepe de ellos; es una costumbre inveterada.

Pocas veces le he visto en los medios (hasta su imagen me parecía nueva, eso sí, muy bronceada), pero escuché en los informativos unas declaraciones suyas aseverando que "aquella famosa marea blanca se ha convertido en pequeñas olitas y ahora, cuando se concrete el proceso de externalización de la sanidad, la marea se convertirá en calma chicha". Imagino que, bajo esa sosa y grosera ironía, usted hacía referencia a esa ingente cantidad de profesionales de la sanidad pública y ciudadanos madrileños que durante estos largos meses hemos ido manifestando de muy diversas formas nuestra disconformidad con la gestión que los responsables del Gobierno de la Comunidad de Madrid, todos ellos profesionalmente crecidos a la sombra el Partido Popular, están realizando en la sanidad pública; sanidad pública que pertenece a los madrileños y que no es propiedad ni del Partido Popular, ni del Presidente de la Comunidad, ni de su Consejero de Sanidad, ni de usted, Consejero de Economía y Hacienda; tramposa y discutible gestión que ustedes con un cínico eufemismo han dado en llamar externalización. Y le traigo a su lectura una cita de la carta que hace meses dirigí al Consejero de Sanidad, señor Fernández-Lasquetty, cuando empezó a tomar cuerpo esa desgraciada ocurrencia de privatizar la sanidad y que el gobierno al que usted también pertenece cree torpemente que ha llegado a buen puerto, y escribo ”a buen puerto” por continuar con su sosa metáfora de las “pequeñas olitas y la calma chicha”:

“Su gestión de la sanidad, que corre pareja con su ignorancia del tema sanitario, es un despropósito, ya que implica romper un sistema de calidad acreditada y bajo coste y traspasar impuestos de los madrileños a los beneficios de personas o empresas amigas y afines. Todos sabemos que cuando se privatiza no es para ahorrar, sino por ideología; y la sanidad, como la educación, deben ser un derecho y no una posibilidad de negocio”.

Los madrileños estamos hartos de escucharles, señores políticos del Partido Popular, toda clase de insultos hacia aquellos que no compartimos y criticamos, lícita y democráticamente, sus políticas.

Debería usted saber, pues aún le caben grandes dosis de experiencia, que es preferible intercambiar ideas a intercambiar insultos y descalificaciones. El insulto y la descalificación son muchas veces las salsas preferidas con las que se guisa buena parte del debate político y que tiene una sonoridad estridente en ciertos medios de comunicación aunque gran rechazo moral en la ciudadanía. Y con sus irónicas declaraciones, minusvalorando la lucha de esa inmensa multitud que representa “la marea blanca”, a la que usted ningunea y desprecia calificándola de “pequeñas olitas” y de “calma chicha”, usted –ustedes- se califican como lo que son. No quisiera recordárselo traeyendo a su memoria en estos días las imágenes de tantos jóvenes de NNGG del PP, fotografiados ya con la bandera ya con los gestos fascistas de la dictadura. Prefiero verme, señor Consejero, fotografiado en medio de miles de madrileños en estas mareas (ya blancas, ya verdes, ya naranjas…) que ver las citadas fotografías de sus jóvenes generaciones. A los de “las mareas” nos produce vergüenza contemplarlas, pero llenan de indignidad institucional al partido al que pertenecen sus autores.

Siempre he pensado que es preferible sumar ideas que intercambiar insultos. Y con frecuencia, pero sobre todo últimamente, muchos cargos del Partido Popular siguen empeñados en insultar a quienes no estamos de acuerdo con sus políticas y en hacer oídos sordos a las decenas de miles de ciudadanos que, en diferentes convocatorias, se han manifestado (yo me incluyo entre ellos) en contra de sus duros e injustificados recortes y reformas, especialmente en los servicios públicos, como sanidad y educación. Pero lo más indignante es que, a pesar de los derechos constitucionales que se explicitan en los artículos 20 y 21 que reconocen y protegen los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción y el derecho de reunión pacífica, sin que el ejercicio de este derecho necesite autorización previa, usted, haciendo alarde de su no probado sentido democrático, nos desprecia con la apostilla de ser “pequeñas olitas” o “calma chicha”. Hasta para el insulto y la ironía posee usted escasez de metáfora. Y según los pensadores estructuralistas, que toman la lengua como modelo de diálogo, con razón dicen que las palabras no tienen significación si no aparecen siguiendo un orden guiado por la lógica de la razón. Y qué escasos andan nuestros políticos populares de Madrid de este axioma filosófico.

Señor Consejero; la nobleza y la educación obligan a apartarse del sectarismo, y más a los políticos, transparentes y amantes de la verdad como deberían ser, en el marco de la más honesta objetividad, pues en ello se juega la esencia de la sana convivencia democrática y el inteligente diálogo desde la discrepancia.

Y antes de mis reflexiones finales, le traigo a su memoria una frase de Ernesto Sábato, que es toda ella una guía de acción y de compromiso, al menos para los que tenemos un sentido profundamente democrático por la educación para la ciudadanía: “Resignarse ante el poder es una cobardía, y abandonar aquello por lo cual vale la pena luchar, es, de alguna manera, una indignidad”. Y esa máxima de compromiso es la que ha guidado en las manifestaciones durante estos meses a esa “marea blanca” - que usted ha despreciado calificando de “calma chicha”-. Es verdad que los ritmos y los tiempos han ido decreciendo en presencia e intensidad; pero no por falta de argumentos y razones, sino porque la gente y sus familias tienen que vivir y necesitan el salario que tan dignamente ganan. Y son cuantiosos los jornales detraídos a todos aquellos que han participado en las huelgas y manifestaciones jugándose la nómina. Nómina que jamás faltará ni al Presidente de la Comunidad de Madrid ni a sus Consejeros, aunque no aparezcan por sus despachos y dediquen gran parte de su tiempo en trajines de partido.

Los que hemos luchado en los años difíciles de la dictadura franquista (que ustedes jamás se han atrevido a condenar) por traer la democracia y nos hemos dedicado en cuerpo y alma a dignificarla, nos avergonzamos de aquellos políticos, que en lugar de construir, se dedican a insultar a los que discrepan de sus políticas.

En un contundente best-séller de Noam Chomsky, a quien imagino conoce, titulado Hegemonía o supervivencia, Chomsky nos pone en alerta de un peligro cada vez más extendido en sociedades democráticas débiles, como está sucediendo aceleradamente en nuestro país, bajo el gobierno del Partido Popular. Y el peligro del que nos alerta son los gobiernos fallidos. “Los gobiernos fallidos - escribe Chomsky-, son aquellos que carecen de capacidad o (peor) de voluntad para proteger a sus ciudadanos de la violencia, la injusticia y quizás, incluso, de la miseria y la pobreza destructivas”. Son los gobiernos que padecen un grave “déficit democrático”, pues privan a sus instituciones de auténtica consistencia y a los ciudadanos, de unos derechos históricamente conseguidos.

Lúcido y meticulosamente documentado, Chomsky nos ofrece un exhaustivo análisis de aquellos gobiernos que, ensoberbecidos por el poder, se arrogan el derecho de remodelar cuanto les viene en gana: cambian, recortan, suprimen, enajenan o privatizan los bienes del Estado…, mientras las instituciones democráticas atraviesan una grave crisis; pero ellos, con sus políticas y prácticas imprudentes, sitúan a la sociedad al borde del desastre. En su sistemático desmantelamiento del estado del bienestar, se consideran falsa y estúpidamente los auténticos y únicos árbitros de la democracia, pensando que el poder político y económico es suyo y que sólo, por un accidente histórico, pueden perderlo temporalmente, hasta volver a recuperarlo, porque lo consideran de su propiedad.

El mensaje que deja la lectura de estas consideraciones -muy recomendables- radica en la prudente reflexión sobre la cantidad excesiva de banalidades, estupideces y groseras mentiras que sin medida lanzan a diestro y siniestro, gran cantidad de los políticos populares que hoy dirigen casi todas las instituciones del Estado. Es decir, cada vez es más creciente la amenaza de destrucción masiva que están haciendo del estado de bienestar, pues no pierden ocasión desde que llegaron al poder de demostrarlo, como está haciendo la Comunidad de Madrid con la sanidad y la educación. Y no son conscientes de que en el horizonte de un futuro no lejano están sembrando un soterrado sentimiento de violencia que engendrará más violencia, dejando una cultura de resquemor residual, cuando no odio y temor y una convivencia dañada. Y como resultado: una ciudadanía indignada.

Aunque la indignación no es exclusiva en contra de los partidos políticos. Se trata de una crítica mucho más sistémica, que involucra a más instituciones y que incluye una demanda más amplia de igualdad, transparencia, acceso al diálogo con las instituciones y mayor participación. Pero como intuimos que las cosas no cambiarán mucho—ni en el mundo de los negocios, de las políticas públicas o de la religión-, los indignados seguramente seguiremos saliendo a la calle a protestar. De ahí que los ciudadanos debamos utilizar democráticamente las movilizaciones con afán de resistencia, pero también de construcción política y social, para que si la crisis económica nos arrastra, no nos hunda también la crisis moral y democrática. No debe sorprenderle, pues, que muchos utilicemos el campo de la contestación, articulado inteligentemente y hagamos uso de todos los resortes en nuestra mano para lograr un poder ciudadano que pueda incidir realmente en la vida política y en el futuro del país; dejárselo sólo a ustedes es un riesgo, más aún, un peligro; sobre todo, en manos del Partido Popular y del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Y contra lo que pueda parecer, al defender estas reflexiones, no estoy defendiendo jirones de un pasado a todas luces agotado, sino el futuro y la posibilidad de construir una nueva democracia sobre las ruinas de la vieja que ustedes representan; pues cuando el poder deriva en permanentes desaciertos, como es el de la privatización de la sanidad, no es extraño que las protestas, las manifestaciones y las críticas ciudadanas sean no sólo inevitables, sino obligadas.

Para finalizar, le recuerdo, señor Consejero, unas solemnes palabras de don Miguel de Unamuno ante Millán Astray en la Universidad de Salamanca: "Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha..." Y ni siquiera estoy seguro de que ustedes puedan hoy afirmar que han vencido. Están ustedes en un espejismo. Verán cómo más pronto que tarde, esa marea blanca que ustedes han ninguneado como “pequeñas olillas o calma chicha”, emergerá de nuevo como un enorme tsunami y arrastrará cuanto de perverso han ido construyendo con sus privatizaciones o externalizaciones.

Con mi saludo, atentamente,

Jesús Parra Montero

Carta abierta a Enrique Ossorio, Consejero de Economía y Hacienda de la Comunidad de...