viernes. 29.03.2024

Las políticas de igualdad tienen pleno sentido, porque no cabe ignorar ni menospreciar que las mujeres padecen, por el mero hecho se ser tales, desigualdades y violencias estructurales, tales como la explotación sexual, el feminicidio, las violaciones masivas en conflictos bélicos o los maltratos domésticos. Desviar el presupuesto dedicado a estas cuestiones para encarar otros desafíos no parece buena idea y quien formula esa propuesta parece considerar esos problemas como algo secundario, cuando en realidad afectan al conjunto de nuestra sociedad y sirven para testar cómo se aplican los derechos más fundamentales.

Dicho esto, no deja de sorprender cómo se asumen sin pestañear otro tipo de discriminaciones relativas al género. Los colores roza y azul empiezan por señalarnos desde la cuna. El mundo de los juegos incide también marcando la diferencia. Niñas muy pequeñas pasean carrito con muñecas, mientras los niños empuñan cualquier cosa para simular que apuntan y disparan al enemigo. Algunos colegios continúan teniendo aulas diferenciadas. Las ofertas laborales no se quedan atrás. Los empleos relacionados con el cuidado se feminizan y otros en cambio siguen reservándose mayoritariamente a los varones. Huelga dar ejemplos.

Al no haber botes para todos, el capitán del Titanic decidió que debían desembarcar primeros las mujeres y los niños. Por supuesto en primer lugar abandonaron la nave las pasajeras y los niños de primera clase, porque sus homólogas de tercera estaban a buen recaudo en los bajos del barco. Las películas que recrean este legendario naufragio siempre cuentan cómo se saltó su turno algún varón, destacando su cobardía y carencia de toda solidaridad para con los más débiles. De los ancianos ni hablamos. Es un triaje recurrente que suele darse por descontado sin reparar en su significado.

Familias enteras y parejas quedaban dramáticamente separadas. Esto es lo que vemos ahora con la invasión de Ucrania. Quienes pueden cruzar una frontera se ven obligados a separarse por el decretado reclutamiento forzoso. Los varones que tengan entre 18 y 60 años no pueden abandonar el país para hacer frente a las fuerzas invasoras. En este caso los varones más ancianos pueden acompañar a sus familias en su dolorosa evasión, pero los demás deben quedarse, como si fueran mejor carne de cañón o algo así. Por supuesto, es muy probable que los más adinerados puedan esquivar esa leva de una u otra forma, como ha ocurrido tradicionalmente con todas las guerras. Recordemos la redención económica o el costeo de un sustituto en las campañas africanas del ejército español.

Comoquiera que sea, las guerras actuales no parecen precisar de forzudos campeones en la lucha para dirimir un combate singular ni de aguerridos caballeros que rompan una lanza por sus damiselas. Hay muchas vertientes que atender y cualquiera puede ser útil de mil modos diferentes. Pero una vez más admitimos como algo indiscutible una subliminal discriminación de género que reparte los papeles entre la ciudadanía. Las mujeres con la prole y los varones al frente de batalla.

Se me alcanza que ahora mismo hay otras prioridades, pero lo urgente nunca debería eclipsar lo que cuenta e importa mucho por sus consecuencia y alcance, para lograr una sociedad realmente igualitaria donde no se nos discrimine por nuestro patrimonio, linaje o género, ni tampoco por nuestros credos y convicciones. Por eso conviene tomar nota de ciertas cosas que damos por buenas cuando no lo son en absoluto. No deberíamos olvidar lo que sucedió en las residencias para mayores durante los inicios de la pandemia. Ni tampoco es de recibo asumir que la población masculina no pueda decidir abandonar su país inmerso en un conflicto bélico. 

Estas consideraciones pueden parecer una nimiedad ante la inminencia de una posible tercera guerra mundial y el reordenamiento geoestratégico de las potencias mundiales. Pero siempre conviene pensar más allá y tener en cuenta los principios rectores de la sociedad que nos gustaría construir entre todos. Una en la que, sin ir más lejos, cualquiera sienta como propio y cotidiano el 8M, porque sus reivindicaciones generales nos benefician colectivamente, como todas las cuestiones que afectan a las relaciones personales en lo tocante al género y a la edad.

Discriminaciones de género subliminales en guerras y naufragios