martes. 19.03.2024

Cuando los alcaldes y sus consultores hablan de ciudades inteligentes, hablan de aplicar las nuevas tecnologías de la información a la gestión de la ciudad del mismo modo que llaman edificios inteligentes a los gobernados mediante domótica. Hoy compiten entre ellos por fichar a las más prestigiosas consultorías en tecnologías de la información para liderar el ranking de las llamadas “smartcities”. Pero esas nuevas tecnologías de la información son sólo una condición, necesaria, para el uso de la inteligencia, pero no suficiente. Estas tecnologías pueden facilitar un uso más eficiente del tiempo, los recursos y de la energía. Sin embargo, en los últimos años las ciudades se han alejado tanto del uso inteligente del tiempo, los recursos y la energía que necesitamos cambios más profundos que los tecnológicos para recuperar el equilibrio perdido. Los habitantes de las ciudades cada vez consumimos más tiempo en desplazarnos de nuestro lugar de residencia al de trabajo o de ocio, consumimos productos que cada vez vienen de más lejos y duran menos, vivimos y trabajamos en edificios cada vez menos adaptados a las condiciones climáticas de su entorno y que precisan ingentes cantidades de energía para aclimatarse. Todo ello nos lleva a consumir más energía de origen fósil y emitir más contaminantes, principalmente el CO2 responsable del cambio climático. Pero es que además crecientemente vivimos en urbanizaciones que no son barrios y nos vemos obligados a movernos en vehículos privados motorizados por vías que no son calles y nos relacionamos en centros comerciales y de ocio que no son espacios públicos ni tiendas de barrio, por lo que objetivamente perdemos oportunidades de encuentros y de relación entre nosotros y nosotras. La ciudad metropolitana mercantilizada reduce y banaliza el espacio público, y por tanto disminuye la oportunidad de espacios relacionales de calidad, empobrece la civitas y reduce las posibilidades de que surja la polis. Vivimos en el centro simbólico de la ciudad, en una barriada social, en una urbanización periférica, más o menos exclusiva, o somos expulsados al margen de la ciudad informal en función de nuestra renta.La capacidad de mezcla social y cultural que cohesiona y vitaliza la ciudad está en retroceso imparable y con ello perdemos cohesión social, crece la conflictividad y se alimenta el miedo y la generación de violencia.

Lo que nos aleja de vivir en ciudades inteligentes es el propio modelo urbano impuesto por la mercantilización del territorio y los procesos de globalización económica, junto con la cultura de consumo de masas y la planificación y gestión de la ciudad atendiendo fundamentalmente a exclusivos criterios de mercado.

William Morris, pensador crítico de los procesos de industrialización, que entendía la arquitectura como “el conjunto de las modificaciones y alteraciones introducidas sobre la superficie de la tierra de acuerdo con las necesidades humanas, exceptuando únicamente el riguroso desierto”, nos advertía ya en el siglo XIX de que “no podemos confiar nuestros intereses arquitectónicos a un pequeño grupo de hombres instruidos,encargarles buscar, descubrir, moldear el entorno donde tendremos que vivir y maravillarnos de percibirlo como una cosa bien hecha; esto nos concierne, por el contrario, a nosotros mismos, a cada uno de nosotros, que debe vigilar y custodiar el justo ordenamiento del paisaje terrestre, cada uno con su espíritu y sus manos, en la medida que le concierna”. Nos están llamando a ejercer una ciudadanía activa en la configuración de la ciudad que no es otra cosa que una llamada al ejercicio de la inteligencia en relación con la misma.

Por ello me interesa mucho más el concepto de ciudad inteligente que se refiere al ejercicio de la inteligencia colectiva, es decir, a un proceso social, cultural y político más que tecnológico, sin negar las enormes potencialidades que nos ofrece la tecnología para potenciar estos procesos. El uso de la inteligencia colectiva nos debe llevar a incrementar la información que alimenta el conocimiento y desde ahí generar las condiciones para una democracia participativa y deliberativa, con espacios presenciales y virtuales de toma efectiva de decisiones. Sobre esa nueva polis será posible reconstruir la civitas y la urbs hacia una civilización postindustrial más sabia en la gestión social y ambiental de la ciudad.

El concepto de inteligencia colectiva es aplicado a la ciudad por el filósofo José Antonio Marina, para quién son ciudades inteligentes aquellas que favorecen el desarrollo personal de sus ciudadanos, creando mejores relaciones entre los miembros de esa comunidad. “Una ciudad inteligente sería la que está en mejores condiciones para servir a la felicidad de sus ciudadanos”, nos dice. Ciudades inteligentes son las que son capaces de estimular, en lugar de deprimir, la iniciativa de los ciudadanos, son ciudades que aumentan el bienestar pero a la vez estimulan la innovación social, son ciudades vivas. Y ello depende fundamentalmente del capital comunitario del que se dota una sociedad. Por su parte, el geógrafo andaluz Juan Francisco Ojeda, partiendo de esta concepción de la inteligencia colectiva, propone aplicarla a la gestión del paisaje, el tiempo y la diversidad socioeconómica y cultural, a través de la promoción de experiencias transformadoras y es-peranzadoras en sus calles, barrios, distritos y zonas de influencia.

Partiendo de esta concepción de ciudad inteligente voy a exponer una serie de ejemplos de buenas y malas prácticas en relación al uso de la inteligencia colectiva en nuestras ciudades, para ver en qué medida nos acercan o alejan de la sostenibilidad económica, social y ambiental, en qué medida contribuyen a aumentar o disminuir nuestra huella ecológica y en qué medida contribuyen a aumentar o disminuir nuestras posibilidades de desarrollo personal y comunitario. Hay ciudades que sacan pecho por competir en ser referencia de Smart Cities y que caminan hacia atrás en el uso de la inteligencia colectiva.Tecnologías inteligentes en manos de gestores poco informados y poco inteligentes en el uso de la información no llevan necesariamente a conseguir a una ciudad inteligente. En cambio con low-tech se pueden conseguir ciudades muy inteligentes. Los pueblos blancos de Andalucía son para mí un ejemplo de ciudades inteligentes, adaptadas perfectamente a sus condiciones climáticas, eficientes en el uso de sus recursos, de una gran belleza plástica y enorme valor simbólico. Se hicieron mucho antes de que apareciera la sociedad de la información. Pero había una inteligencia colectiva, un saber propular, que sabía cómo sacar el mejor partido a los recursos y las condiciones de su territorio.

En cambio, en plena edad de la información, todas las medidas tomadas en política de vivienda y suelo desde los años ochenta nos han llevado hacia un mayor desacoplamiento de la ciudad respecto a su territorio, promovidas por la idea, demostrada falsa, de que la liberalización del suelo y del alquiler de la vivienda favorecería una bajada del precio de la vivienda y la haría más accesible para el conjunto de la población. Dicha liberalización del suelo nos ha dejado un paisaje de urbanizaciones sin construir, casas construidas vacías y ciudades absurdas como la promovida por el Pocero en mitad del campo, junto con el drama de la gente sin casa o desahuciada de sus casas. No hay nada menos inteligente y eficiente en el uso de los recursos que los excesos producidos por el Tsunami urbanizador que provocó la burbuja inmobiliaria y que nos dejó seis millones de parados, tres millones de viviendas vacías, medio millón de personas desahuciadas y un territorio productivo, de interés agrícola, ganadero o paisajístico, irrecuperablemente mermado y dañado. Y esto no se arregla con consultorías tecnológicas de gestión de información sino con procesos sociales, culturales y políticos que pongan en cuestión el modo de producción y gestión de la ciudad y planteen las bases de una nueva racionalidad y una gestión más democrática de la ciudad y el territorio. ¿De qué sirve la información si no la usamos? El ejercicio de la inteligencia va desde la información al conocimiento y sólo podemos hablar de ciudades inteligentes si logramos transformar el conocimiento en sabiduría. Necesitamos recuperar la sabiduría perdida actualizarla a las condiciones y grado de conocimiento de nuestra compleja sociedad.

En Andalucía, el plan de vivienda y suelo 2008-2012, aprobado en pleno estallido de la burbuja inmobiliaria, se propone resolver el déficit de vivienda social para la población joven, calculado en algo más de doscientas mil viviendas, marcándose el objetivo de construir setecientas mil viviendas nuevas, de las cuales un treinta por ciento serían de protección oficial. Dicho plan se hizo público con un pacto por la vivienda suscrito por Junta de Andalucía, los alcaldes, las asociaciones de empresarios de la construcción y las cajas de ahorro andaluzas. ¿Fue un acuerdo inteligente? En su momento advertimos que cuando un mercado está saturado de viviendas es imposible resolver el problema de la vivienda construyendo viviendas masivamente. Lo inteligente es gestionar las viviendas ya construidas y vacías. Lo que parecía evidente para el sentido común al parecer no lo fue para quienes firmaron dicho pacto. El tiempo nos ha dado la razón. Ese plan de vivienda no se ha desarrollado y tenemos seiscientas mil viviendas vacías en Andalucía, un parque público de viviendas en alquiler y un parque de vivienda pública que es el más reducido de Europa, cientos de miles de personas desahuciadas o sin poder emanciparse y por tanto, el derecho a la vivienda cada vez más lejos de poder cumplirse. Necesitamos repensar las políticas de vivienda sobre otras bases, aprender de las buenas prácticas en política de vivienda.

En este mismo periodo la Junta de Andalucía tomó una medida inteligente, en su Plan de Ordenación del Territorio, en orden a limitar las posibilidades de crecimiento en los planes generales de ordenación urbana que competían entre sí por atraer las inversiones inmobiliarias. Dicha medida fue boicoteada y puenteada por los alcaldes de las áreas metropolitanas que querían crecer sin límites, sin comprender que no había demanda social de viviendas para habitar que lo justificase. La consecuencia es que hoy tenemos suelo urbanizable aprobado en los planes generales de ordenación urbana en Andalucía para multiplicar por dos la superficie construida de nuestras ciudades, dejando en barbecho urbano los suelos productivos agrícolamente en expectativa urbanizadora.

Hay ciudades como Sevilla, que pretenden ser referencia de Smart Cities, en las que se están tomando hoy decisiones que van en la dirección opuesta al consenso europeo de ciudades sostenibles manifestados en las Cartas de Aalborg (1994) y Leipzig (2007).

La primera medida tomada por el alcalde de Sevilla cuando asumió el gobierno de la ciudad fue dejar sin efecto el Plan Centro que limitaba el acceso de vehículos privados de los no residentes al mismo. Dicho plan había permitido constatar cómo había disminuido drásticamente la circulación de vehículos privados por el centro de la ciudad, objetivo sobre el que en Europahay consenso más allá de ideologías. Y consecuentemente había una mejora objetiva, visible y constatada de la calidad de uso y disfrute del espacio público. Esta medida completaba la tardía moratoria aprobada por el Plan General de Sevilla a la realización de nuevos aparcamientos rotatorios en el centro de la ciudad porque está demostrado que actúan como auténticos sumideros de vehículos y colapsan las calles de acceso y salida a dichos aparcamientos. El alcalde hizo inutilizar las cámaras que grababan y leían las matrículas de los vehículos que acceden al centro y que tenían por función facilitar el acceso de los residentes y limitar el tiempo de estancia de los visitantes. Una de las medidas de Smart cities que ya teníamos, con una inversión pública ya realizada, es inutilizada. Y ha modificado el Plan General para permitir que se vuelvan a construir aparcamientos rotatorios en el centro. ¿Nos acercan estas medidas a hacer de Sevilla una referencia de ciudad inteligente?

La segunda medida tomada por el alcalde ha sido desviar los presupuestos aprobados y comprometidos para planes de mejora de los barrios más vulnerables de la ciudad hacia la construcción de una autovía de circunvalación innecesaria, la SE-35, que invade el parque del Tamarguillo, financiado con fondos europeos. En lugar de ir en la dirección de la carta de Leipzig,que marca como objetivo estratégico la inversión en la mejora de barrios y en la cohesión social como principal factor de sostenibilidad urbana va en dirección opuesta. Y en lugar de revisar el planeamiento, expansivo, sobre dimensionado por el contexto de creación de la burbuja inmobiliaria, apuesta con esta infraestructura por el desarrollo urbanístico de la ciudad a costa de las mejores huertas productivas con las que cuenta todavía Sevilla. En lugar de proteger nuestros paisajes agrícolas y favorecer su productividad, apostando por los mercados de proximidad, como hacen las ciudades inteligentes de Norteamérica y Europa, nuestro alcalde sigue apostando por reactivar, contra todo pronóstico, la burbuja inmobiliaria, favoreciendo los intereses de los grandes propietarios de suelo en lugar de los de los vecinos de los barrios desfavorecidos que ya existen. ¿Nos acercan estas medidas a hacer de Sevilla una referencia de ciudad inteligente?

Afortunadamente, en Sevilla, junto a estas desesperanzadoras medidas tomadas por los responsables públicos hay multitud de iniciativas que nos llevan hacia las ciudades en transición, que potencian la iniciativa social comunitaria y reducen nuestra huella de carbono. La más destacada es, sin duda, la puesta en marcha de una magnífica red de carriles bici articulada con las estaciones de bicicletas públicas, que ha logrado disparar el uso de la bicicleta en Sevilla tanto y en unos plazos tan reducidos que se han convertido en un fenómeno de referencia mundial. Para que esto fuera posible hizo falta el trabajo de iniciativa social continuado durante años y que esta iniciativa fuera canalizada a través de un mecanismo de participación ciudadana como son los presupuestos participativos y asumida por los gestores públicos. El uso de la bicicleta trae beneficios a la ciudadanía en forma de salud física y mental, permite disfrutar de la ciudad paseando mientras nos desplazamos y reduce significativamente la huella de carbono. Hay entidades ciudadanas que han logrado, con presupuestos participativos, poner en marcha un parque público,Parque Estoril,para el barrio de autoconstruccióndel Cerro del Águila que carecía de parques, con la colaboración del Taller de Barrios de la Universidad de Sevilla y el apoyo de la Gerencia de Urbanismo que accedió a recalificar estos suelos, previstos inicialmente para viviendas. Hoy es un elemento de vitalidad para el barrio ganado por las vecinas y vecinos organizados y apoyado por los gestores públicos. En el centro de la ciudad, sobre terrenos públicos destinados a viviendas, la iniciativa social ha logrado poner en marcha el espacio público de la Huerta del Rey Moro, con programas de huertos escolares y autogestión de eventos de todo tipo, espacio que se ha convertido en un lugar relacional de excelencia. También en el centro de la ciudad, la iniciativa social logró detener el proyecto de un parking subterráneo, rotatorio, bajo la Alameda de Hércules y logró, con el apoyo del ayuntamiento, desarrollar un proyecto de espacio público que ha revitalizado el barrio y ha convertido este espacio de marginal en lugar de encuentro preferido por la ciudadanía metropolitana. Hay multitud de iniciativas ciudadanas que nos llevan a hacer visible la idea de una Sevilla en Transición, pero es tema que merece un desarrollo propio en un próximo artículo.


Esteban de Manuel Jerez, Arquitecto, Profesor de la E.T.S. Arquitectura de Sevilla, Director del Máster en Gestión Social del Hábitat y de la Revista Hábitat y Sociedad. Coportavoz de Equo Andalucía

¿Realmente avanzamos hacia ciudades más inteligentes? O ¿Cómo avanzar hacia ciudades...