jueves. 18.04.2024
sanchez ucrania
Sánchez durante su visita a Ucrania

La guerra de Ucrania se prolonga. El Kremlin se replantea estrategias más realistas. Desde Ucrania, se proyecta una actitud de heroísmo, valentía y sacrificio, no sin demandar -o exigir, según el estado de ánimo de su presidente- armas y más armas para resistir, para vencer.

Miles de personas muertas, cuatro millones huidas y la destrucción de buena parte de la infraestructura del país (El Banco Mundial estima que el PIB podría caer un 45% este año) no avalan esa proclama entre triunfalista e ilusoria. De la misma manera que el aislamiento, la pérdida de miles de jóvenes y la ruina que se abate sobre el país no permiten a Rusia mantener un discurso creíble de misión cumplida. Pase lo que pase sobre el terreno o en la mesa de negociaciones, ahora clausurada, ambas partes ya han perdido. La recuperación, en los dos casos, llevará tiempo y será costosa (1).

DESTRUCCIÓN EN UCRANIA, PENURIA EN RUSIA

Ucrania dependerá completamente del exterior. Algunos expertos indican que hay base jurídica para emplear los fondos rusos retenidos en Occidente en financiar la reconstrucción del país. Pero admiten que será una opción no exenta de riesgos (2). No es descartable que Ucrania dependa del exterior para volver a una cierta normalidad. Ni que la generosidad verbal de estas últimas semanas puede evaporarse en cuanto se formalicen los contratos de reconstrucción, como ya hemos visto en otros conflictos anteriores.

Rusia no tiene por delante un camino fácil, tampoco. Al inicio de la guerra, se estimaba que el PIB se contraería hasta quizás un 15% este año. No resulta fácil o solvente predecir los efectos a largo plazo de las sanciones económicas. Pero es evidente que lastrarán la economía rusa durante mucho tiempo y, según las previsiones más pesimistas, los avances de los últimos treinta años quedarán arruinados. El impacto se hará sentir también en los vecinos países de Asia Central y el  Cáucaso, muy ligados al rublo y altamente dependientes de la economía rusa.

HAMBRE Y POBREZA

Pero ahí no terminan las penalidades de esta guerra. Las poblaciones más vulnerables del planeta ya están padeciendo de forma lacerante sus efectos. Las estimaciones de agencias internacionales y organizaciones humanitarias son pavorosas. Según un informe que publica el semanario alemán DER SPIEGEL (3), el grano que consumían más de la mitad de los 125 millones de personas dependientes de la ayuda alimentaria internacional procedía de Ucrania. Ambos países contendientes proporcionan el 12% de las calorías que se consumen a diario en el mundo. 

En las áreas más sensibles de África, el hambre azota con renovada virulencia. En Somalia, país emblemático de las cíclicas hambrunas junto a Etiopía, se ha empezado a recibir la mercancía que se esperaba a comienzos de la guerra. En el Sahel y en los países de África occidental se calcula que 40 millones de personas estarán expuestas a carencias alimentarias graves durante el verano que se acerca. Casi 3 millones no podrán ver satisfechas sus necesidades básicas de supervivencia, si no se recibe ayuda de inmediato. En un artículo publicado en LE MONDE un colectivo de especialistas que trabajan en esas zonas de riesgo cifran en 3.500 millones de euros los fondos necesarios para afrontar esta catástrofe (4).

A las escasez de grano, hay que añadir la falta de fertilizantes. Rusia es el principal exportador de estos productos, que garantizan la productividad agraria de los suelos en medio mundo.

En Oriente Medio, donde el suministro es menos urgente pero no por ello menos necesario, los gobiernos se han visto obligados a subvencionar el pan para prevenir motines populares. Desde el comienzo de la guerra el precio del trigo se ha elevado un 40%. En algunos países, como el Yemen, estas carencias se unen a los efectos de una guerra local que, aunque ahora se encuentre en estado de tregua, ya ha motivado la crisis humanitaria mundial más aguda de los últimos años. En Líbano, la ruina económica e institucional amenaza con desencadenar una crisis social sin precedentes. Lo mismo sucede en Túnez, en Egipto y en otros países cercanos.

En el Asia meridional también se están sintiendo los efectos agravantes de la guerra de Ucrania sobre una debilidad estructural muy agudizada por las consecuencias de la pandemia. El caso más relevante parece ser el de Sri Lanka, donde se han producido ya importantes movilizaciones populares contra un régimen familiar autoritario. 

LAS AMENAZAS EN OCCIDENTE

En realidad, toda la economía mundial se verá sacudida por la crisis generada en Ucrania. El FMI predice un decrecimiento del 0,8% del PIB. El prestigioso economista de la Universidad de Columbia (NY), Adam Tooze, avanza tendencias en un trabajo de síntesis (5). Occidente comienza ya a sentir los efectos del impacto energético, y eso sin contar con lo que pudiera ocasionar el eventual boicot del gas y del petróleo de Rusia. La inflación rozará este años el 6% de media en los países más desarrollados y el 9% en los menos avanzados. De mantenerse, estas tensiones inflacionistas constituirán un notable problema social y, por tanto, político. 

“El tiempo del interés bancario cero o incluso negativo se ha terminado”, afirma Tooze. Esto puede provocar efectos planetarios inquietantes. El Banco Mundial estima que al menos 12 países se verían abocados a la suspensión del pago de sus deudas y otros 35 se encuentran cerca de entrar en zona de riesgo a medio plazo. Países en permanente negociación acreedora como Argentina o Pakistán podrían volver a quedar atrapados en una crisis de liquidez y solvencia. 

Como consecuencia de estos problemas concurrentes, es más que probable un incremento de los flujos migratorios hacia zonas menos tensionadas económicamente, es decir, Occidente. Lo que cerraría el círculo de la desestabilización económica global.

La lectura política dominante de la guerra está favoreciendo un ambiente propicio para el incremento de los presupuestos militares y de seguridad

Pero aún queda otro riesgo que señalar. La lectura política dominante de la guerra está favoreciendo un ambiente propicio para el incremento de los presupuestos militares y de seguridad. Alemania ya ha anunciado que destinará 100 mil millones de euros para acometer un vasto programa de modernización, en la línea de lo que viene exigiendo Estados Unidos desde hace décadas a sus aliados europeos de la OTAN: un gasto anual del 2% del PIB. Francia se ha mostrado más renuente, pero no hay que perder de vista que el país se encuentra en plena campaña electoral y los asuntos socios económicos dominan el debate público.

La consolidación de un clima de guerra fría desviará gran parte de los recursos públicos hacia los dominios militares en prejuicio de las necesidades sociales, como ya ocurriera en los años ochenta, cuando se impuso la revolución conservadora en el polo de influencia anglosajón. El alivio de los fondos de reconstrucción europea tras la pandemia puede diluirse o minorarse antes de empezar a hacer efecto si se cede a la presión de esos intereses sectoriales. El miedo a Rusia está más allá de la racionalidad, pero constituye, para las clases populares europeas, una amenaza grave y cierta. 

NOTAS

(1) “The toll of economic war. How the sanctions on Russia upend the global order”. NICHOLAS MULDER (Cornell University). FOREIGN AFFAIRS, 22 de marzo.
(2) “How Ukraine can build better. Use the Kremlin’s seized assets to pay for reconstruction”. PHILIP ZELIKOW y SIMON JOHNSON. FOREIGN AFFAIRS, 19 de abril.
(3) “Approaching famine? The global food shortages caused by the Putin’s war”. DER SPIEGEL, 15 de abril.
(4) “La guerre en Ucranie va aggraver les souffrances des populations du Sahel”. LE MONDE, 5 de abril.
(5) “Ukraine’war has already changed the World’s economy”. ADAM TOOZE. FOREIGN POLICY, 5 de abril.

Las sombras de la guerra son alargadas