viernes. 19.04.2024

Ignacio Apestegui | No hace mucho se revolucionaban las redes sociales por las afirmaciones de ciertos políticos de la necesidad de cambiar el tejido productivo español del turismo a otros sectores menos falibles ante crisis y vaivenes geopolíticos.

Es indudable mi opinión al respecto, creo que cualquiera que me haya leído u oído sabrá que creo firmemente que España, si quiere resurgir alguna vez del pozo de mediocridad en el que hemos caído, debe arrojarse con valor, como país y como sociedad, a un reinicio de lo que somos y de la tierra que queremos dejar a nuestros hijos.

Intentaré ser educado y cordial, como mi madre me educó, pero no quitaré el acento en ninguna expresión que nos merezcamos. También, porque creo que la crítica vacía es inútil, propondré a lo largo de estas frases mis ideas, mejores o peores (solo tú que me lees puedes decidirlo), para encaminar este país que tanto amo.

España, provincia de Europa

Porque sí. Parto de la base de que, si la Unión no avanza a un estado federal llamado Europa, donde España sea una parte más en la suma de las partes, engrandecida por unos valores, una educación, una sanidad, una defensa, un objetivo común… nada de lo que hagamos como país llevará a otro sitio más que el fracaso, si como continente, como sociedad, como idea, no avanzamos hacia la unión.

Una vez planteado el punto más sencillo, la cesión por parte de los estados de su poder y su concepto de nación a Europa vamos a poner la carne en el asador. 

Es mejor ser turista que cocinero, lo digo conocimiento de causa. El sector turístico no ha sacado nunca a España de la cola de los países europeos con más paro. Tampoco ha metido a nuestros estudiantes en los rankings de los más preparados.

El turismo no ha logrado que nuestros científicos (los pocos que no huyen del país) cobren más que los pinches de los hoteles según convenio (que merecen mejor suelto también sea dicho). El turismo no ha encendido los altos hornos que una vez prendieron en norte. No ha dado de comer a los mineros cuando se cerraron sus minas. Ni ha sostenido a los operarios cualificados de las fábricas o astilleros cuando estos cerraron.

El sector turístico no ha sacado nunca a España de la cola de los países europeos con más paro

Tenemos que admitir que perdimos cuando sacrificamos fábricas por hoteles en los 90, cuando nuestros gobernantes rebajaron el nivel educativo a un punto que, si utilizara demasiadas palabras esdrújulas, la mayoría de los menores de treinta años necesitarían el traductor de Google para entenderme.

Hemos creado un país mediocre de gente mediocre (menos mal que nunca me presentaré a una elección porque estoy haciendo amigos a raudales). Un país donde nuestros políticos se preocupan más por insultarse que por crear las bases para que cada español logre un trabajo digno y bien pagado. Un país donde nuestros jóvenes aprendan filosofía, matemáticas y arte como nuevos Leonardos del siglo XXI.

Aceptémoslo, aunque duela, este es el cáncer de nuestra sociedad, la no aceptación de nuestra mediocridad. Yo soy el primero que admito ser un fracaso, tal vez por ello me lancé a estudiar tarde y mal y me atrevo a exponer públicamente mi incapacidad. 

Desde ese propio foso, que me he cavado yo solo, planteo tres vertientes para salir del suyo a este país.

La primera es la reconducción del sistema productivo español. Se deben crear leyes de que den cabida a la recuperación de la industria española, pero se debe hacer con valor. Se debe eliminar la triplicidad de la burocracia, normas y sistemas que se encuentran los inversores o emprendedores al intentar arrancar una propuesta en nuestro país.

Se deben crear leyes de que den cabida a la recuperación de la industria española, pero se debe hacer con valor

Debemos aprovechar nuestras costas, nuestro sol, nuestro viento. Es ridículo con la tecnología actual que España no sea proveedora de energía limpia al resto de Europa. No podemos como país doblegarnos al chantaje y al abuso de unas pocas compañías eléctricas privadas. Al revés, debemos exigir la reconvención del sector energético por ley.

Con una energía limpia y barata y con unas normas que faciliten la producción industrial debemos recuperar el Made in Spain. España es un nexo entre tres continentes. El puerto de entrada de Europa, de un mercado de 450 millones de personas. Somos la puerta del mercado con mayor poder adquisitivo del mundo.

Mucho se habla de la reducción de los costes de producción debido a la mano de obra. A que terceros países no deben cumplir las normas europeas de seguridad y calidad. La protección del medio ambiente y demás. Pues basta. Tengamos el valor de que cualquier producto que se venda en Europa cumpla nuestros estándares. Si no quieren cumplirlos, que lo vendan en otro lado. Tranquilos no faltaran quien quiera fabricarlos aquí cualquier bien o servicio del que nos encaprichemos o producirlos fuera bajo nuestros estándares de calidad, justicia social y medio ambiente.

La segunda vertiente en la que debemos centrarnos es, indudablemente, la educación. Ya lo dije antes que me resulta tan inconcebible el analfabetismo que se promueve en nuestro país, donde se ridiculiza al capaz, al que se esfuerza, al que conoce. Es de un bochorno tan grande que a veces me tienta tirar la toalla y cesar en cualquier intento de aportar al mundo una palabra bella más.

Luego miro a mi hija y con lágrimas en los ojos cojo aire y grito de rabia. Pero, ¿qué clase de personas somos que arrancamos las oportunidades a nuestros hijos? ¿Qué clase de sociedad paga más a una persona que su único valor es gritar en plató de televisión que a un científico que crea vacunas o inventa maravillas tecnológicas? ¿Qué clase de personas pueden preferir que su hija lleve escote en televisión en vez de un libro a la universidad?

La verdad es que conozco demasiadas que lo prefieren, pero los que somos conscientes de esa barbaridad no podemos quedarnos quietos y dejarlo estar. No. Por mi hija, por la de todos. Por poder levantarnos por la mañana orgullosos de ser, de existir, de haber aportado algo a este mundo gris, a este país mediocre que tanto amo.

Pongamos una meta educativa a una generación y tracemos el camino para llegar a ella. Pongamos como meta el desarrollo cultural, científico, filosófico

Basta ya de discusiones, de lenguas, de historias y de batallas perdidas. Basta ya de meternos el dedo en culo y pensar que es el centro del mundo (perdón se me escapó). Seamos serios y adultos por una vez. Pongamos una meta educativa a una generación y tracemos el camino para llegar a ella. Pongamos como meta el desarrollo cultural, científico, filosófico incluso moral dentro de nuestra sociedad a través de la educación. 

Pública, gratuita, accesible e integradora (y que no cambie cada vez que vamos al baño).

Con valor, seriedad y constancia. Poniendo las pesetas necesarias y negro sobre blanco nuestro deber a la educación por encima de esas pesetas. Que es ridículo escuchar el coste de la educación cuando ya aburre la cantidad de datos que nos han enseñado por décadas que cada euro en educación devuelve hasta seis euros o cada uno en I+D+I puede llegar a reportar hasta diez a la sociedad en beneficios directos.

La educación no es un gasto, es la inversión más rentable.

Mientras lo estoy escribiendo me pregunto cómo es posible la absoluta ceguera de tantas personas. O tal vez solo será maldad al preferir que solo sus hijos accedan al conocimiento convirtiendo algo universal como es el saber en un privilegio.

El tercer punto es Europa y más Europa. Ya hemos crecido un poquito para seguir jugando con los Playmobil, para seguir jugando a las casitas y para creer que nuestro país, por sí solo, es capaz de significar algo a nivel global. Y, aún más, cualquiera de las partes individuales que lo componen.

Europa si no quiere pasar a ser espectadora en los próximos 50 años de historia debe cambiar la marcha hacia la unificación

Que sí, que soy muy canario. Más que el gofio. Que soy navarro, ¡de Pamplona coño!, es más soy murciano, porque sí, porque me mola Murcia. Pero ya está bien de ideas idiotas y peleas sin sentido. Ningún trozo de España vale lo suficiente (a nivel global) para importar un comino en la mesa de los mayores de la política internacional.

España, Europa en realidad, si no quiere pasar a ser espectadora en los próximos 50 años de historia debe cambiar la marcha hacia la unificación. Los estados miembros deben tomar ejemplo de lo que está pasando y (lo siento de verdad por ellos) de lo que le va a suceder al Reino Unido. Tomarlo como advertencia para ceder gran parte de su soberanía a Europa y aumentar la integración en la UE.

De la misma manera la Unión debe democratizar más sus instituciones. Agilizarlas (mucho) y dotarlas de mecanismos para impulsar una sociedad, que está estancando, a la vorágine que se avecina en las próximas décadas con fuerza y unidad.

Los europeos debemos como pueblo dejar de pensar que somos el ombligo del mundo (iba a poner otra cosa, pero me contuve) ser el corazón del mundo. Lo cierto es que creo que, si no lo hacemos, no va a haber mundo que hereden nuestros hijos. O nosotros aceptamos nuestra culpa por nuestra inacción y cobardía internacional y actuamos ya o podemos coger un buen libro y esperar leyendo a que se apague definitivamente la luz. 

Un salto al vacío, una nueva oportunidad