jueves. 25.04.2024

Por Ignacio Apestegui | El envejecimiento de la población mundial no es un fenómeno que se pueda explicar en un par de líneas. Tras él hay una serie de cuestiones socioeconómicas que derivan de la política mundial desde la segunda guerra mundial.

Hay que comprender cómo la lucha política llevó al fenómeno del baby boom en Europa y al posterior envejecimiento de la población de los países de la Unión. Hay casos especialmente remarcables como los países nórdicos que, en la década de los 80, invirtieron la pirámide poblacional.

Este efecto, el baby boom, se repitió en las décadas de los 90 y 2000 en los países emergentes, un fenómeno social relacionado con el aperturismo y la economía capitalista liberal y de servicios. Pero sin el desarrollo económico que acompañó a Europa durante el nuestro.

Eso lastró las posibilidades económicas de la mayoría de los países implicados (excepto China que merece un estudio independiente en cuanto a fenómenos demográficos y económicos, pero se puede resumir en el férreo control estatal).

Desde el punto de vista europeo del Estado del Bienestar, el envejecimiento de la población supone una redirección de los gastos gubernamentales, y en función de las tendencias que uno aplique, mediatizadas por el sesgo ideológico, es un lastre insostenible o una responsabilidad más de la sociedad.

Si planteamos el desarrollo económico como un medio para alcanzar el estado de bienestar, el envejecimiento de la población supone que las políticas públicas y privadas deben dirigirse al aumento de la productividad con una menor necesidad de mano de obra a través de, por ejemplo, la automatización industrial y tecnificación de los trabajos (mejor la maquinaria agraria, etc.).

El problema real es que el 80% de la población mundial no vive en Europa ni son partícipes de nuestros ideales socioeconómicos. El capitalismo liberal de USA, como primera potencia mundial (todavía…), está basado en la Teoría del Crecimiento Continuo. Una teoría que no tiene en cuenta que la Tierra, como bien explotable para la riqueza, es un sistema aislado y finito. Por lo que es matemáticamente imposible crecer ilimitadamente.

Sumado a ese hecho innegable tenemos la desigualdad económica que se acrecienta a pasos agigantados entre países (y personas) ricos y pobres, siendo cada vez mayor la riqueza acumulada por un grupo menor de individuos.

Lo anteriormente explicado no lleva a pensar que la solución al envejecimiento de la población mundial es bastante complicada. Si volvemos al ejemplo de los países nórdicos en los años 80, ellos lo solucionaron con políticas sociales, de conciliación familiar y con la inmigración. Así, la población extranjera no comunitaria, creó el 20% de los puestos nuevos de trabajo y constituyó el 14% de la población de nuevo ingreso de Noruega.

En un sistema aislado como la Tierra, donde no se puede traer mano de obra de fuera, debe cambiarse el paradigma y centrarse en una redistribución de la producción a sistemas más eficientes, capaces de soportar las necesidades productivas con menor mano de obra, sin descuidar unas políticas fiscales y de gasto público dirigidas (tomemos como ejemplo a China) de manera más férrea desde los micro estados y organizaciones supranacionales.

Solo desde el valor del cambio de paradigma económico se podría enfrentar este problema de manera justa. Si se sigue por el camino actual de la teoría económica del crecimiento infinito, la desigualdad solo va desencadenar en una distopía difícil de predecir, en desórdenes sociales y políticos, guerras y hambrunas donde, por desgracia, serán los más desfavorecidos, (como siempre) los que más sufran.

El envejecimiento mundial y la desigualdad social