jueves. 25.04.2024
Reclutamiento de soldados en Rusia
Reclutamiento de soldados en Rusia

Sucedió hace unos días mientras me dirigía al bar donde desayuno todos los días. Acababa de leer «Hambre» el nuevo libro, en España, del difunto padre del realismo sucio: John Fante. Era un libro que había sido escrito en los años treinta del siglo pasado y los paralelismos con la actualidad eran muy evidentes. 

Me encantaba esa América sucia, llena de personajes solitarios, sobre todo de italianos y de mexicanos, que le preguntaban al polvo por su lugar en el mundo. La crónica de la otra cara del sueño americano, la crónica multicolor del desarraigo. De repente, escuché una voz desconocida, que de forma familiar pronunció mi nombre. Vi a un hombre, pero al poco rato ya no estaba. Cuando terminé de desayunar tuve la sensación de que yo era particularmente inocente y que todos pretendían engañarme. 

Quería escribir un relato en el que demostrara conocer la naturaleza humana, pero conocerme a mí mismo me había llevado a la conclusión de que era una persona extremadamente simple. Es más, si quería comprender a todo el mundo, necesitaba un esclavo que trabajara para mí. Un genio de la multitud o algo así. ¿Dónde iba a encontrarlo? No obstante, al día siguiente sucedió lo mismo. No iba a detenerme puesto que al mirar de soslayo, entendí que la llamada provenía de un grupo de borrachos que bebían vino en el suelo, sentados en la puerta de un supermercado. Pero fue su segunda frase la que hizo que me detuviera en seco:

- ¡Tengo una primicia periodística, yo sé cuándo va a terminar la guerra de Ucrania! 

- ¿Cómo sabes mi nombre?

- Yo lo sé todo.

- ¿Quién eres?

- Te diré quién no soy. No soy un hijo de un senador.

Poco después, ambos estábamos en la barra de un bar, en la que aquel sucio individuo, prometió desvelarme lo que todo el mundo quería saber, a cambio de una simple cerveza. Pedí al camarero que nos sirviera sendas cervezas y de repente, el vagabundo ruso sacó de su bolsillo una citación para ir a la guerra

- ¿Por qué estás en España?

- Falsifiqué mi pasaporte y vine aquí hace una semana. Tuve que pagar mucho dinero a la mafia rusa. El otro día, cuando ya estaba a salvo, me descargué por internet mi citación para enseñarla a todos los que europeos que no quieran creerme. ¿Quieres que te diga el futuro?

- Tómese la cerveza tranquilo. No necesito que me diga el porvenir, la historia que me está contando ya merece un trago de cerveza.

La guerra de Ucrania va a durar tres años. Los que sobrevivan serán muy felices. Rusia va a perder y todos sus soldados morirán en vano

Pronto me di cuenta que aquel hombre había pasado por un dolor inconmensurable. Quizá su naturaleza se había salido de sus goznes de tanto sufrimiento, o tal vez lo que había presenciado, le había llenado de insidia y crueldad que cargaba sobre sus hombres como un niño-viejo. En cualquier caso, aquel personaje era poseedor de la sabiduría de los excesos. Incluso resultaría muy irónico que en realidad tuviera en su poder información privilegiada. El vagabundo era muy joven y ya estaba casi desdentado. Tenía el cabello lleno de piojos y un ojo de cada color. Las suelas de sus zapatos estaban rotas de tanto andar. Su mal aspecto y el hedor que desprendía su cuerpo y su maltrecho vestuario, probablemente haría que nadie se acercara de forma espontánea a él, y mucho menos le creería si de repente, les revelara cualesquiera de los mayores secretos del mundo.

- La guerra de Ucrania va a durar tres años. Los que sobrevivan serán muy felices. Rusia va a perder y todos sus soldados morirán en vano.

- ¿Cómo lo sabes? ¿Eres agente secreto? ¿Acaso tienes una bola de cristal?

- Yo tengo un don. ¿No me crees? Yo conocí a Iván el Terrible. Seguro que a diferencia de mí, tú no puedes imaginar a Iván el Terrible con armas nucleares.     

- ¿De verdad? Entonces yo estuve presente cuando Bertrand Russell y Albert Einstein hicieron su llamamiento público a los habitantes del mundo para que se consideraran «meros miembros de una especie biológica que ha tenido una historia extraordinaria, y cuya desaparición ninguno podemos desear».

En ese momento, el vagabundo llamó al camarero y le pidió otras dos cervezas. Cuando llegó el pedido, se sacó el fondo blanco de sus bolsillos, para demostrar que no tenía dinero. Entonces yo asalté mi cartera y pagué de nuevo las cervezas.

- Yo conocí a Iván el Terrible, hizo una represión sangrienta y llegó a matar a su hijo con sus propias manos - me repitió mientras le daba su vaso.

- Tú no vivías entonces. Eso es imposible…

- Tal vez yo no, pero el espíritu que habla a través de mí sí, aunque no fuera en este mismo cuerpo…

- Creo que la cerveza se te ha subido a la cabeza.

- Hay tres cosas de la guerra que está haciendo el Kremlin que ponen en peligro a toda la humanidad. El peligro nuclear, el peligro medioambiental y su chantaje energético a los países occidentales - me dijo con aire de grandeza.

Para la mayoría de la gente el poder y la riqueza a corto plazo, tiene mucho más valor que la supervivencia humana a largo plazo

- Putin está loco.

- Te equivocas. No está loco. Simplemente es malo y vulgar. Todo el mundo piensa en el beneficio a corto plazo. Es un hecho que obedece a un cálculo racional. Para la mayoría de la gente el poder y la riqueza a corto plazo, tiene mucho más valor que la supervivencia humana a largo plazo.

- Una cosa es verdad. Al final todo se reduce a una cuestión de poder. Cuando« el padre de la bomba atómica», Robert Oppenheimer se enteró que iban a usarla sobre ciudades japonesas, intentó explicar a los generales americanos que bastaba con tirarla en el mar, cerca de la costa, y a buen seguro, Japón se rendiría sin que tuviera que morir nadie más. Sin embargo, Oppenheimer era un científico y no entendía la lógica de la guerra. La lógica de guerra es el poder del horror. Y aquel poder del horror inmenso, era un mensaje que los generales americanos creían necesario mandar no solo a Japón, sino también a los rusos, y cualquier otra potencia que amenazara en el futuro la hegemonía de los Estados Unidos de América.

- Lo sé. Era la manera de crear un nuevo status quo.

- Sí. Porque más allá de los efectos terribles del uso de las armas nucleares, si los rusos usan armas de destrucción masiva, se romperá ese status quo y eso llevará al mundo de nuevo, a la guerra total. No me has respondido todavía. ¿Quién eres en realidad?

- Soy su majestad satánica. Yo estuve presente cuando Jesucristo tuvo su momento de duda y cuando Poncio Pilato selló su destino.

- Ya, y supongo que también tuviste rango de general durante la revolución rusa…

- ¿No me crees? 

- No lo sé. Nunca he estado en ningún acontecimiento histórico ni en la guerra. Aquí hay mucha crisis económica, pero al menos aquí todavía estamos en paz.

- No estáis en paz. Rusia es un Estado forajido y mantiene una guerra híbrida con los que Estados de la OTAN. En efecto, Rusia perderá, pero antes de que pierda Rusia la guerra, pasarán cosas muy feas. 

- ¿Eres patriota?

- En mi país hay hombres que se sienten orgullosos cuando están firmes y a su lado ondea la bandera rusa. Pero yo no soy uno de ellos. 

Más tarde, me giré para recoger dos cervezas más, y cuando regresé a mi lugar, el vagabundo ya no estaba. Pero aunque yo estaba solo, todavía escuchaba su voz dentro de mi cabeza. Y su voz con una inflexión íntima y familiar me contaba los detalles de su única aparición televisiva. Tal vez por la sencillez del formato, o quizá por un atractivo inconsciente, lo cierto es que en la mayoría de los países - incluso en Rusia- existe el mismo programa televisivo. Quizá su sencillez obedece a un deseo colectivo. Lo cierto es que siempre hay una enorme ruleta de la fortuna que el presentador hace girar y girar, hasta que de repente se detiene. Cuando se para, el presentador hace una pregunta al concursante. Mientras vaya acertando las preguntas, la ruleta de fortuna sigue dando vueltas y acumulando dinero, y cuando el participante se equivoca, pierde el turno. Entonces la misma retahíla de preguntas cae sobre el siguiente concursante. Al final gana el que más pregunta acierta, y normalmente cada país tiene un premio final, en consonancia con sus mejores productos y su cultura: dinero en efectivo, un viaje, un coche, incluso un apartamento. Yo- me dijo en secreto el vagabundo ruso- soy un hombre con suerte, gané el concurso, y el premio final de la ruleta de la fortuna en Rusia, es un AK-47 y un billete para la guerra especial en Ucrania. 

Yo soy un hombre con suerte, gané el concurso, y el premio final de la ruleta de la fortuna en Rusia, es un AK-47 y un billete para la guerra especial en Ucrania

En efecto, una semana después, seguía dándole vueltas a sus palabras e hice una investigación. La hemeroteca digital me sirvió de gran ayuda. Poco a poco, comprobé que los responsables de los tres contratos que había firmado el año pasado estaban en la cárcel. El primero era el responsable de una academia de enseñanza donde hice un curso sobre ciberseguridad. Me había costado dos mil euros, pero por lo visto debía haber sido gratuito porque estaba subvencionado. De hecho, la academia llevaba muchos años cobrando y además recibiendo las subvenciones, lo que al final llevó a su director a la cárcel. En segundo contrato que firmé, fue para empezar como administrativo en una empresa. No me gustó porque tenía que trabajar muchas horas extras que eran pagadas en B y por eso a los pocos meses me marché. Por lo visto, la Inspección de trabajo había descubierto que el fraude masivo a la Seguridad Social y el director de la empresa, estaba en la cárcel. Y el tercer contrato que firmé, fue por la compra de un coche. En efecto, el director del concesionario también acababa de ingresar en prisión por otro escándalo de otras subvenciones. No en vano, yo les di mi viejo y contaminante automóvil- que debía de ser desguazado- para tener un descuento, y a los pocos meses lo encontré de nuevo aparcado en otro barrio de la ciudad. Sin duda le habían hecho una puesta a punto y lo habían vuelto a vender. Una técnica que habrían hecho de forma sistemática durante mucho tiempo. 

Supongo que todo era una enorme casualidad y obedecía al sesgo de confirmación, pero un momento dado sentí un escalofrío. Incluso empecé a tomar en serio todas y cada de las palabras que me dedicado aquel vagabundo ruso, que decía estar poseído por una satánica majestad

La ruleta de la fortuna